Por unos demonios más

De repente Glenn volvió a la realidad.

 

—Estoy en ello, pero me va a llevar algún tiempo. ?Quieres un par de esposas mientras tanto?

 

—Claro —dije, aunque eso no detendría a una bruja de líneas luminosas—. Perdí las que me diste en siempre jamás. —Había perdido mis viejas esposas con sus hechizos y todo. Quizá podría lanzarles los hechizos adecuados a los colgantes decorativos que Kisten me había regalado con la pulsera. Tendría que preguntar de qué tipo de metal eran.

 

Glenn parecía sentirse culpable mientras examinaba a la gente que había detrás de mí recogiendo datos.

 

—Necesito unos días —dijo apenas sin mover los labios mientras me daba sus esposas—. ?Puedes esperar?

 

Yo asentí mientras deslizaba el suave metal en mi bolso y luego miré a Jenks.

 

—?Listo?

 

El pixie alzó el vuelo.

 

—Te veré en el coche.

 

Sus alas se desdibujaron y desapareció cruzando el cementerio a la altura de nuestras cabezas, esquivando lápidas como un colibrí en una misión.

 

Glenn tenía los labios fruncidos y, al ver que se avecinaba una discusión, dije con dulzura:

 

—Jenks va de avanzadilla —dije echándome el pelo detrás del hombro—. Lo tenemos controlado. —Tengo que ir a esa clase. Esto ya viene de demasiado atrás.

 

—?Rachel?

 

Estaba a punto de marcharme, pero me detuve, me giré y lo miré con las cejas arqueadas.

 

—Ten cuidado —dijo levantando una mano en el aire a modo de rendición—. Llámame si necesitas que te paguen la fianza.

 

Mi sonrisa se hizo más grande.

 

—Gracias, Glenn —dije, contenta por haber evitado la horrible escena sobre el foco—. Esta noche iré a clase. De verdad.

 

—Hazlo —dijo, y luego se giró para dirigirse a su equipo y llamó a un tío llamado Parker.

 

Me sentí mal mientras caminaba por la hierba entre las lápidas hacia el coche, avanzando con dificultad mientras seguía la estela veloz de Jenks. Iba dando pasos peque?os y mirando al suelo en busca de esas lápidas planas. Levanté el bolso y busqué las llaves del coche, que tenían dise?o de cebra, pero al girar la esquina de la gran lápida tras la que estaba mi coche, me paré en seco.

 

Había alguien revolviendo en mi asiento de atrás.

 

 

 

 

 

16.

 

 

—?Eh! —dije en tono agresivo, y el hombre de los pantalones vaqueros levantó la vista del lugar del asiento de atrás sobre el que estaba inclinado, manoseando la salsa de Glenn. Era Tom. Me quedé con la boca abierta.

 

—?Qué estás haciendo? —Me acerqué y me tambaleé al pisar una de esas lápidas que estaban al nivel del suelo.

 

Tom salió del coche y yo me detuve ante él, resoplando. Sus ojos azules contenían un poco de enfado y mucho desprecio. Para mirarlo tuve que ponerme de cara al sol y aquello me cabreó.

 

—Me han pedido que hable contigo —dijo, y yo me reí por lo bajo. ?Así que ahora quiere hablar? Estaba de pie delante de mi coche y no parecía que fuese a moverse si no lo animaba un poco. Pero cuando vi a Jenks inconsciente sobre el salpicadero con sus alas de libélula expuestas al sol me decidí a darle ese empujoncito. Se me aceleró el pulso, alimentado por el miedo y por la ira.

 

—?Qué le has hecho a Jenks?

 

El hombre se sobresaltó con la amenaza que transmitía mi voz. Dio un paso hacia atrás y casi se sale del camino.

 

—No quería que oyese nuestra conversación.

 

Se me hizo un nudo en el estómago por el miedo.

 

—?Lo has dejado sin conocimiento? ?Has dejado sin conocimiento a Jenks para librarte de él? —Di un paso hacia delante y Tom retrocedió—. ?Hijo de mala puta!

 

Sí, había mezclado las frases, pero estaba realmente enfadada.

 

Con los ojos abiertos de par en par por la sorpresa, Tom dio otro paso hacia atrás.

 

—Es una persona, ?sabes? —dije, sintiendo de repente mucho calor en la cara—. Se habría marchado si se lo hubieses pedido. —Preocupada, me apoyé en el coche y puse a Jenks en mi mano antes de que se le quemasen las alas con el salpicadero, que estaba ardiendo. Su peque?o cuerpo estaba flácido y pesaba muy poco. Recordé cuando él cargó conmigo cuando estaba débil por la pérdida de sangre y me invadió el miedo. Pero luego entré en pánico al ver que estaba sangrando—. ??Qué has hecho?! —exclamé—. ?Está sangrando por las orejas!

 

El brujo de líneas luminosas estaba de pie ante mí, a un metro de distancia y con las manos a la espalda.

 

—Rachel Morgan, me gustaría preguntarte…

 

Se me tensó el cuerpo y sujeté a Jenks contra mí.

 

—??Qué le has hecho a Jenks?! ?Sabes lo peligroso que es para un pixie perder sangre?

 

—Se?orita Morgan —interrumpió Tom—, esto es más importante que su compa?ero.

 

Me daba la impresión de que no me llegaba el aire.

 

—?Es mi amigo! —exclamó—. ?No es un trozo de carne!

 

Di un paso hacia adelante y Tom se retiró.

 

—No me toques —me advirtió.

 

Pero yo me puse delante de sus narices gritando: