Por unos demonios más

Me compadecí de él. Me armé de valor y me acerqué. Voy a ser agradable, no voy en busca de una cita, me dije a mí misma, pero tenía unos ojos azules preciosos y el pelo casta?o, de esos suaves y rizados que tanto me gustaba tocar.

 

A mis espaldas escuché las palabras en voz baja, pero a la vez impacientes, de Glenn y los tíos vestidos con batas de laboratorio que se arremolinaron alrededor del hombre lobo como pajarillos. Jenks se bajó del roble y me pegó un susto al batir con mucha fuerza las alas cuando aterrizó sobre mi hombro.

 

—Eh, Rache.

 

—?Puede esperar? —murmuré—. Quiero hablar con este tío.

 

—Tienes novio —me advirtió—. Y también novia —a?adió. Aquello me hizo fruncir el ce?o—. Te conozco. No te pases compensando las cosas por un simple beso.

 

—Solo voy a saludarlo —dije mientras intentaba espantarlo con la mano. Y no había sido un simple beso. Había sido un beso impresionante que me había puesto el pulso a mil, me había desconcertado y me había dejado sin aliento. Solo tenía que descubrir si había sido una emoción sincera provocada por Ivy o mi superficialidad que se revelaba por lo excitante de ser alguien que realmente no era. Miré al suelo. Es importante. Una cosa me llevará a hacerme preguntas difíciles sobre mí misma y la otra le hará da?o a Ivy. Darle falsas esperanzas para que yo pueda sentir esa emoción está muy, pero que muy mal y no pienso hacerlo.

 

Forcé una sonrisa y me detuve delante del tío. Su tarjeta de la SI decía ?Tom Bansen? y, según la foto, solía llevar el pelo largo.

 

—Soy Rachel… —empecé a decir mientras extendía la mano.

 

—Lo sé. Discúlpeme.

 

Fue muy seco y, tras ignorar mi mano, se acercó al personal de la AFI y les observó tomar datos. Jenks se rio por lo bajo y yo me quedé allí de pie con la boca abierta. Entonces me miré la ropa. Tampoco es que fuese tan poco profesional.

 

—Solo quería saludarlo —dije, he?ida.

 

—No huele tanto a brujo como tú —dijo Jenks con aire de suficiencia—. Pero antes de que empieces a darle vueltas a tu cabeza, si trabaja en Arcano lo han entrenado a la manera clásica y te aplastaría. ?Te acuerdas de Lee?

 

Mi respiración iba y venía y sentí una punzada de preocupación por lo del viernes. Había dedicado mi vida a la magia terrenal y, aunque era igual de fuerte que la de líneas luminosas, era más lenta. Las líneas luminosas eran vistosas e impresionantes, se invocaban rápido y tenían una aplicación más amplia. La magia demoníaca mezclaba ambas para crear algo muy rápido, muy poderoso e infinito. Solo había un pu?ado de personas que sabían que yo podía invocar magia demoníaca, pero la mácula de mi aura era fácil de ver. Quizá eso, junto con mi reputación, cada vez más extendida, de que trataba con demonios, lo ponía nervioso.

 

Aquel malentendido no se podía quedar así. Dejé a Jenks mascullando predicciones catastróficas y me acerqué furtivamente a Tom.

 

—Mira, quizá hayamos empezado con mal pie —dije con los murmullos de la conversación de la AFI de telón de fondo—. ?Necesitas que te acerquen a algún sitio cuando termine esto?

 

—No.

 

Aquel ?no? fue directo y hostil, y los tíos de la AFI que estaban inclinados sobre el cuerpo levantaron la mirada con los ojos como platos.

 

Tom se giró y se marchó. Con el pulso aceleradísimo, caminé tras él.

 

—?No trato con demonios! —dije en voz alta, sin importarme qué pensasen los de la AFI.

 

El joven cogió un abrigo largo que colgaba de una lápida y se lo echó al brazo.

 

—?Y cómo conseguiste que testificase aquel demonio? ?De qué es esa marca que tienes en la mu?eca?

 

Tomé aire y luego lo expulsé. ?Qué podía decir?

 

Se marchó con aire de suficiencia y me dejó rodeada de personal de la AFI que intentaba no mirarme a los ojos. Maldita sea, pensé apretando los dientes y con el estómago revuelto. Estaba acostumbrada a temer y a desconfiar de los humanos, pero ?de los de mi propia clase? Amargada, me ajusté el bolso y vi que Tom estaba hablando por un móvil. Ya lo acercaría alguien. ?Por qué me habría preocupado?

 

Jenks carraspeó y me metió un susto. Me había olvidado de que había estado sentado en mi hombro todo el rato.

 

—No te preocupes, Rache —dijo en voz muy bajita—. Solo está asustado.

 

—Gracias —dije. Aunque apreciaba aquello en cierto modo, no me hacía sentir mucho mejor. Tom no me había parecido asustado, sino más bien hostil.

 

Al otro lado del camino, Glenn terminaba de darle instrucciones a un joven agente. Le dio una palmadita en el hombro y vino hacia mí. Sus ojos ya habían recuperado el brillo y su actitud mostraba una emoción contenida.

 

—?Lista para echar un vistazo? —dijo frotándose sus enormes manos.

 

Miré al hombre lobo muerto y arrugué la nariz.

 

—?Y las fundas para los pies? —dije secamente al recordar la última vez que estuve en uno de sus fantásticos escenarios del crimen.