Por unos demonios más

—Ya han contaminado la escena —dijo, evidenciando su malestar con respecto a las técnicas de la SI—. A menos que te tires encima del cadáver, no podrías empeorar las cosas.

 

—Vaya, gracias —dije, y di un respingo cuando me puso la mano en el hombro amigablemente. Le sonreí para demostrarle que no es que no apreciase el gesto, sino que me había sorprendido, y él entornó los ojos.

 

—No dejes que eso te afecte —dijo suavemente el detective de la AFI mientras sus expresivos ojos oscuros se dirigían a la silueta distante del brujo entre las lápidas—. Sabemos que eres una buena mujer.

 

—Gracias —dije, exhalando para liberar tensión. ?Y a mí qué me importa lo que piense un brujo? Aunque sea tan mono…

 

Jenks se rio por lo bajo junto a mi oreja.

 

—Oh, qué monos sois. Voy a vomitar.

 

Me atusé el pelo para hacer que Jenks se marchase y volví a concentrarme en lo que tenía a mis pies. Los hombres que estaban junto al cuerpo habían terminado el examen preliminar y se marcharon discutiendo en alto cuánto tiempo llevaría allí el cadáver. No podía ser mucho más que desde esa ma?ana: no olía mal y no había da?os en los tejidos causados por la descomposición ni las moscas. Y ayer había hecho calor.

 

Me acordé del cuerpo destripado de un reno que me había encontrado en el bosque la primavera pasada y, tras calmarme, me agaché junto a Glenn. Me alegré de que mi nariz no fuese tan sensible como la de Jenks. El pixie te?ía muy mala cara. Tras dejarle revolotear durante un momento, me aparté el pelo a modo de invitación y él aterrizó de inmediato en mi hombro. Me agarró la oreja con sus manos calientes y tomó aire con dramatismo varias veces mientras se quejaba de la base de alcohol que tenía mi perfume para mantener el olor a naranja. Glenn nos miró como preguntándose de qué íbamos. Entonces volví a mirar hacia abajo.

 

El ayudante personal de la se?ora Sarong era un lobo muy poderoso y pensar que la persona cubierta de pelo que tenía ante mí se había suicidado era ridículo. Tenía el pelo negro y sedoso que tenían casi todos los hombres lobo y los labios recogidos para mostrar unos dientes más blancos que los de un perro de competición, aunque ahora estaban manchados con su propia sangre. El hecho de que sus intestinos se hubiesen salido en otra parte era una prueba para mí de que habían puesto el cuerpo allí. Al recordar las palabras de Denon tuve una sensación desagradable. La SI estaba encubriendo algo y si yo ayudaba a la AFI se descubriría. A algunas personas no les iba a gustar nada. Quizá debería retirarme.

 

—No murió aquí —dije en voz baja mientras me apostaba mejor sobre el suelo en el que estaba agachada.

 

—Estoy de acuerdo. —Glenn se retorció, incómodo—. Lo identificaron por un tatuaje que tenía en la oreja y solo hace unas doce horas que está desaparecido. La primera víctima llevaba desaparecida el doble de tiempo.

 

Maldita sea, pensé, y sentí un escalofrío. Alguien se estaba poniendo muy serio.

 

Glenn agarró una pata delantera y frotó el pelaje con un pulgar.

 

—Lo han lavado.

 

Jenks descendió un poco en el aire. Sus pies estaban justo encima de las u?as romas del lobo, que eran casi tan grandes como él.

 

—Huele a alcohol —dijo con las manos en las caderas mientras se elevaba despacio—. Apostaría mi jardín trasero a que le pusieron esparadrapo, como a aquella secretaria.

 

Glenn y yo nos miramos y él dejó en el suelo la pata del lobo. Si no encontrábamos la cinta, esas especulaciones no serían más que eso, especulaciones. Por la sangre de sus dientes parecía probable que la herida de la pierna por la que se había desangrado fuese autoinfligida, pero ahora me preguntaba si ese ?parecía? era la palabra clave. Había sido hecha con más precisión que en el caso de la secretaria de la se?ora Sarong, como si alguien estuviese mejorando con la experiencia. Tenía los cuartos traseros manchados de sangre y el suelo estaba empapado. Probablemente era sangre de hombre lobo, pero dudaba que la sangre que había en su pelo y en el suelo fuese de la misma persona.

 

—Jenks, ?hay alguna marca de aguja? —pregunté, y sus alas cobraron vida. Voló por encima de la pierna destrozada durante un momento y luego se posó en la mano que le ofreció Glenn.

 

—No sabría decirte. Hay demasiado pelo. Puedo ir con vosotros a la morgue si queréis —le dijo a Glenn, a lo cual él respondió con un ruido de afirmación.

 

De acuerdo, es solo cuestión de tiempo que relacionemos ambos crímenes.

 

—?Crees que vale la pena pasarle el hilo dental? —pregunté al recordar el esparadrapo encontrado en los dientes de la mujer.

 

Ahora fue Glenn el que sacudió la cabeza.