Por unos demonios más

—Me olvidé, ?vale?

 

—?Rachel? —dijo la vocecita de Glenn, y volví a concentrarme en él.

 

—Sí… —dije llevándome una mano a la frente—. Sí. Glenn, puedo llegar en… —Dudé—. ?Dónde estás?

 

Glenn se aclaró la voz.

 

—En Spring Grove —murmuró.

 

Un cementerio. ?Vaya! ?Estupendo!

 

—De acuerdo —dije mientras me levantaba y me ataba las sandalias—. Te veo en un ratito.

 

—Genial. Gracias. —Parecía preocupado, como si estuviese intentando hacer dos cosas al mismo tiempo. Tomé aire para decir adiós, pero Glenn ya había colgado. Miré a Jenks, colgué el teléfono y ladeé la cadera.

 

—?Tengo un mensaje? —dije secamente.

 

Jenks parecía incómodo mientras se colocaba el pa?uelo. Parecía el miembro de una banda con su ropa negra de trabajo.

 

—El se?or Ray quiere hablar contigo —dijo con voz suave.

 

Pensé en el asesinato de su secretaria y en que la SI no solo había mirado para otro lado, sino que había intentado encubrirlo.

 

—No me digas.

 

Cogí el bolso y miré dentro para asegurarme de que llevaba todos los hechizos habituales. Se me ocurrió que el se?or Ray quizá fuese el que estaba matando a los hombres lobo, pero ?por qué matar primero a su secretaria? ?Quizá la se?ora Sarong había asesinado a la mujer y el segundo asesinato había sido una represalia? Me estaba empezando a doler la cabeza.

 

Al recordar que me habían retirado el permiso de conducir, dudé, pero ?qué tipo de imagen daría si llegaba a la escena de un crimen en autobús? Así que saqué las llaves. Miré las estanterías que había debajo de la isla de la cocina. Me incliné y sonreí al notar el peso y la forma de mi pistola de bolas. Las partes de metal emitían reconfortantes ruiditos mientras revisaba la reserva. Si se almacenaban, los hechizos en amuletos duraban un a?o, pero si no se almacenaban, las pociones invocadas solo duraban una semana. Estos llevaban aquí tres semanas y ya no servían de nada, pero me sentía bien llevando la pistola y a Glenn lo ponía de mala leche, así que la metí en mi bolsa mientras Jenks terminaba de escribir una nota para Ivy.

 

—?Listo? —le pregunté.

 

él voló a mi hombro trayendo con él el delicado aroma del jabón con el que Matalina le lavaba la ropa.

 

—?Quieres llevarle el kétchup? —preguntó.

 

—Ah, sí. —Entré en la despensa y salí con el tarro de cuatro litros de salsa picante de jalape?os y el gran tomate rojo que le había comprado como sorpresa. Nerviosa, me dirigí al vestíbulo con casi medio litro de salsa sobre la cadera, un tomate en la mano y un pixie en el hombro.

 

Sí, qué malos somos.

 

 

 

 

 

15.

 

 

Aquella tarde el sol pegaba fuerte y, al cerrar la puerta del coche, le di un golpe con la cadera para bajarle el cierre. Tenía los dedos pringosos del pastelito que me había comido de camino y examiné el terreno invadido de cantos de gorriones mientras sacaba un pa?uelo de papel del bolso. Me limpié las manos y me pregunté si debería haberme tomado cinco minutos para ponerme algo un poco más profesional que unos pantalones cortos y una camiseta. La profesionalidad era algo que necesitaba desesperadamente en vista de que estaba merodeando alrededor del mausoleo tras el que había aparcado el coche.

 

Jenks había venido delante mientras yo tomaba carreteras secundarias hasta Spring Grove. Si hubiese conducido por la interestatal, la SI me habría dado por culo. Aquello me había hecho retrasarme mucho, ya que conducía tres manzanas, aparcaba durante un rato, esperaba a que Jenks comprobase el lugar y luego seguía adelante otras tres manzanas. Pero no podía soportar la idea de tomar un taxi. Y mientras me ajustaba el bolso al hombro y me ponía a caminar por la hierba, volví a dar gracias a Dios por tener amigos.

 

—Gracias, Jenks —dije, y tropecé al meter el pie en un agujero que había escondido el cortacésped. Me hizo cosquillas en el cuello con las alas y a?adí—: Gracias por ayudarme a esconderme de la SI.

 

—Eh, es mi trabajo.

 

Estaba un poco molesto y, sintiéndome culpable por hacerle volar el doble de trayecto que yo había conducido, dije:

 

—No es tu trabajo evitar que me pille la policía de tráfico —dije, y luego a?adí con voz suave—: Iré a las clases de conducir esta noche. Te lo prometo.