Cuando dio un saltó, yo retrocedí. Jadeando, me lancé hacia ella y me aparté de la pared. Mi intención era adelantarme a ella. Si me pillaba era bruja muerta. Esto no era pasión. Era ira. Ira contra sí misma, quizá, pero ira al fin y al cabo.
Se me puso el corazón en un pu?o al sentir el golpe que se dio contra la pared en la que yo estaba antes apoyada. Me giré justo donde estaba. Volvía hacia mí, así que le agarré el brazo y se lo torcí para hacer palanca y hacerla caer. Ella se retorció para soltarse y me pareció oír que rodaba, así que me di la vuelta.
Pero fui demasiado lenta y contuve un grito cuando un brazo blanco me rodeó el cuello. Me atrapó la mano entre sus dedos y me dobló la mu?eca hacia atrás hasta que me hizo da?o. Dejé de resistirme, cautiva e incapaz de vencer sus movimientos vampíricos. Ya se había acabado, así de rápido. Ya me tenía.
—Hazme da?o, Rachel —susurró mientras me acariciaba el pelo—. Demuéstrame que no tienes miedo de hacerme da?o. Si no te educan diciéndote que eso es lo normal, es mucho más difícil de lo que crees.
No es que fuese masoquista, sino que era realista e intentaba hacérmelo entender. Asustada, luché para liberarme y el dolor me atravesó el hombro. Me estaba agarrando para limitar mis movimientos pero sin hacerme da?o. Lo que me dolía era cuando intentaba soltarme, así que me quede quieta mirando fijamente la pared. Sentí el calor de su cuerpo en mi espalda y se me fueron agarrotando todos los músculos a medida que la sensación de cosquilleo que empezaba en el cuello iba descendiendo.
—Podemos compartir sangre sin amor, pero haciéndome da?o —dijo Ivy acariciándome la oreja con su aliento—. Y podemos compartir sangre sin hacerme da?o si me quieres. No hay punto medio.
—No quiero hacerte da?o —dije, consciente de que mi magia era como un bate de béisbol. Yo no era nada sutil. Le dolería y le dolería mucho—. Suéltame —le pedí mientras me retorcía. Ella me agarró más fuerte y sentí un remolino de calor en el centro de mi cuerpo a medida que dejaba de moverme y nuestros cuerpos entraban en contacto. Esto había empezado como una lección para que la dejase en paz, pero ahora… Oh, Dios. ?Y si me volvía a morder ahora mismo?
—Tú eres el obstáculo para que encontremos un equilibrio de sangre —dijo ella—. El amor es dolor, Rachel. Entiéndelo. Supéralo.
No era así. Al menos no tenía por qué serlo. Volví a retorcerme.
—?Ay, ay! —dije, arrastrando los pies. Estaba empezando a sudar. Me envolvió su aroma relajante y atrayente y me trajo a la memoria el recuerdo de sus dientes clavándose en mí. Cerré los ojos cuando una oleada de adrenalina se apoderó de mí y me aceleró la sangre. Entonces me di cuenta de que nos habíamos metido en un lío. No quería que me soltase—. ?Ivy?
—Maldita sea —murmuró con una voz acalorada.
éramos unas tontas. Yo solo quería hablar y ella solo quería demostrarme lo peligroso que podía ser establecer un equilibrio de sangre. Y ahora ya era demasiado tarde para pensar.
Me agarró más fuerte y yo me relajé entre sus brazos.
—Dios, hueles tan bien… —dijo, y mi sangre empezó a vibrar—. No debería haberte tocado…
Todo aquello me parecía irreal. Intenté moverme y noté que me estaba permitiendo girarme hacia ella. Se me puso el corazón en un pu?o y tragué saliva mientras miraba su rostro perfecto, enrojecido por el peligro que acechaba sobre nosotras. Sus ojos eran negros como la noche cerrada y me veía reflejada en ellos: tenía los labios separados y los ojos ansiosos. La sed de sangre que brillaba en sus ojos aportaba un toque de color a la oscuridad que nos rodeaba. Y debajo de todo eso, en lo más hondo, estaba su frágil vulnerabilidad.
—No puedo hacerte da?o —dije yo, susurrando por el miedo.
Mi cuello palpitaba al recordar sus labios sobre mí, la gloriosa sensación de ella succionando, extrayendo lo que necesitaba para llenar el abismo de dolor de su alma. Ella tenía los ojos cerrados y respiraba profundamente. Sentí como mi cuerpo se relajaba contra el suyo y su frente caía sobre mi hombro.
—No voy a morderte —dijo, con sus dientes a pocos centímetros de mí, y entonces sentí una imperiosa necesidad—. No voy a morderte.
Mi alma pareció oscurecerse al oír sus palabras. Acababa de responder mi pregunta de qué iba a hacer. Se iba a marchar. Iba a dejarlo, retirarse y marcharse. Me invadió un sentimiento de pérdida que me dejó sin respiración.
—Pero quiero hacerlo —dijo, y el deseo que transmitía su susurro me aceleró la sangre.
Jadeé cuando aquella sensación inesperada se afincó en mi interior y me encendió, con el doble de fuerza ahora, ya que ya había desistido. Después sentí miedo e Ivy me agarró con fuerza. Me quedé inmóvil cuando inclinó la cabeza y sus labios frotaron tímidamente mi cicatriz.
—Muérdeme o suéltame —dije jadeando, mareada de necesidad. ?Cómo ha ocurrido esto? ?Cómo ha ocurrido tan rápido?