Por unos demonios más

—Dicho así suena mal, Rachel —dijo con tono acusador. La inclinación de sus cejas mostraba que se sentía herida.

 

—No suena mal —protesté—. A eso voy. Tú necesitas sangre para sentirte bien contigo misma. Joder, yo necesito sexo al menos una vez a la semana si estoy saliendo con alguien que me importa, o si no me invade la idea de que el tío no me quiere, de que me está enga?ando o miles de ideas estúpidas sin fundamento. No tiene sentido, pero ahí está. ?Por qué ibas a ser tú diferente? ?Con qué frecuencia necesitas compartir sangre para sentirte segura y feliz?

 

El pelo le ocultaba el rostro enrojecido. Fíjate en eso. Después de todo, Ivy era tímida.

 

—Dos o tres veces a la semana —murmuró—. No es que necesite mucha cada vez. Es el acto, no el resultado. —Sus ojos errantes me miraron fijamente y me tocaron la fibra.

 

—Yo puedo hacerlo —dije con el corazón desbocado. Puedo, ?no?

 

Ivy me miró fijamente. De repente se puso en movimiento y desapareció de la habitación.

 

—?Ivy! —exclamé dejando la botella en la mesa y siguiéndola—. No te estoy pidiendo que me muerdas. ?Solo quiero hablar! —Miré en su cuarto y en el ba?o al pasar y luego oí sus pasos en el santuario. Se marchaba. Típico—. Ivy… —le dije con un tono zalamero. Luego contuve el aliento cuando entré en el santuario y de repente me la encontré delante de mí.

 

Me detuve a trompicones y me fijé en su postura rígida y en sus ojos negros. Estaba forzando la situación y ambas lo sabíamos. Mi cicatriz de demonio me hacía cosquillas por las feromonas que ella estaba despidiendo y me vino a la memoria lo que había dicho Jenks sobre que era una yonqui de la adrenalina. Pero ?maldita sea!, esto era lo máximo que había conseguido hacerle hablar en meses.

 

—Me estás siguiendo —dijo. La amenaza subyacente de su voz me hizo estremecer.

 

—Quiero hablar —dije—. Solo hablar. Sé que tienes miedo… ?Eh! —grité cuando estiró el brazo y me empujó el hombro. Me di con la espalda en la pared y levanté la mirada. Ivy estaba justo delante de mí, con los ojos tan negros como la noche… y tan vivos como el sol.

 

—Tengo una buena razón para tener miedo —dijo moviéndome el pelo con su aliento—. ?Crees que no te quiero morder? ?Crees que no quiero llenarme de ti otra vez? Me quieres, Rachel, lo aceptes o no, y el amor sin exigencias es algo que raramente le toca a un vampiro. Me vuelve loca saber que estás ahí y que no puedo tenerte.

 

La miré fijamente. Se me aceleró el pulso y me fallaron las rodillas. Quizá había sido un error seguirla.

 

—Lo deseo tanto que hago da?o a la gente para mantenerte a salvo y fuera de la cárcel —dijo Ivy—. Así que si no te muerdo, créeme, hay una razón.

 

Me empujó el hombro con más fuerza y se dio la vuelta.

 

Estupefacta, la vi marcharse. El sol que entraba por las vidrieras formaba puntos de color sobre ella cuando movía los brazos con rigidez. Me armé de valor y di un paso tras ella. Esta costumbre de huir de mis preguntas ya era vieja.

 

—Habla conmigo —le pedí—. Al menos ?por qué no intentas encontrar un modo de hacer que esto funcione? ?Podrías ser tan feliz, Ivy!

 

Ivy se detuvo delante del recibidor con la mano en la cadera mientras miraba la puerta. Permaneció así unos segundos y luego se giró lentamente. Delgada y tensa, era la viva imagen de la frustración contenida.

 

—No puedes detenerme —dijo sin más, y yo di un paso de protesta hacia delante—. Te subyuga el éxtasis y no eres capaz de mantenerte consciente y pararme si las cosas salen mal y, Rachel, a menos que mezcle el sexo con esto, las cosas irán mal. Así me hizo Piscary.

 

Parecía darse asco a sí misma, odiaba quién era y aquello me rompió el corazón. Tenía que demostrarle que se equivocaba. Respiré agitadamente y contuve el aliento.

 

—Ahora sé qué esperarme —dije con voz suave—. Fue la sorpresa. Puedo hacerlo mejor.

 

Inclinando la cadera, miró hacia su izquierda como buscando fuerzas. O quizá respuestas.

 

—Hacerlo mejor no te mantendrá con vida —dijo ella, y el sonido cáustico de su voz me dejó fría—. No lo llevas en tu interior. Tú misma has dicho que no quieres hacerme da?o. Si me vuelves a dar tu sangre sin dejar que mis sentimientos por ti coarten mi sed, vas a tener que hacerme da?o, porque la sed desangre se apoderará de mí y, llegada a ese punto, no soy capaz de parar. ?Crees que puedes hacer eso?

 

Noté la boca seca y mis primeras palabras salieron con una voz ronca.

 

—Yo… —tartamudeé—, no tengo que hacerte da?o para detenerte.

 

—?Ah, no? —dijo. Dejó el bolso en el suelo y yo me quedé de piedra y con los ojos como platos—. Averigüémoslo.