Mi expresión se suavizó al darme cuenta de que estaba pronunciando palabras de un estribillo que yo no podía oír. Era la pista para vampiros que Takata utilizaba en sus canciones, algo especial que solo los no muertos y sus sucesores podían oír. Bueno, Trent tenía un par de auriculares encantados que le permitían oírlo, pero eso no contaba. Una vez me regaló unos y los rechacé por lo que podría haber adjuntado a su ?regalo?. Aun así, mientras escuchaba a Ivy cantar en armonía con la voz de Takata, que era suave y áspera al mismo tiempo, deseé tener unos. La única vez que había utilizado los auriculares de Trent, la voz torturada y pura de la mujer había sonado de una manera exquisita.
Ivy cogió la escoba y se puso a barrer. Terminé una hilera de clavos, me tumbé boca arriba para clavar el último y luego empecé en la siguiente columna. Al intentar comprender lo que Ivy estaba cantando, apunté mal y me di en todo el dedo gordo. Pegué un salto y chillé cuando aquel dolor tan intenso me subió por el brazo. Tenía el dedo en la boca casi antes de saber que lo había aplastado.
—?Estás bien? —preguntó Ivy y yo asentí mientras miraba la marca roja que tenía en el pulgar y luego la pared. Mierda, había marcado el panel.
—No te preocupes por eso —dijo Ivy—. Podemos poner ahí el sofá.
Cansada, golpeé el clavo una vez más. Tiré el martillo en la caja de herramientas, me senté en la chimenea, estiré las piernas y me miré la u?a del pulgar. Se iba a poner morada. Lo sabía.
Ivy volvió a ponerse a barrer con movimientos lentos y acompasados… casi hipnotizantes. La música de Takata cesó y empezó a sonar la voz de un hombre odioso que gritaba cosas sobre coches y me incliné para apagar el aparato. Con el silencio se me relajaron los hombros. El ruido de la escoba era reconfortante y el jardín estaba en silencio, ya que los pixies se habían marchado a hacer cosas de pixies en el otro extremo del cementerio, sin duda.
Ivy se agachó y barrió las astillas y el polvo dentro del recogedor. Su pelo negro emitió reflejos plateados al ponerse bajo el sol. El plástico hizo un ruido suave al caer en la bolsa de basura. Se me vino a la cara una sonrisa irónica cuando empezó a barrer otra vez todo el suelo. Me puse de pie y empecé a colocar las herramientas en la caja para poder cerrarla. Se la devolvería a mi madre el domingo, cuando fuese a verla para mi cena postcumplea?os. No había forma de librarse. Solo esperaba que no hubiese invitado a nadie más con la intención de hacer de celestina. Quizá debería llamarla para decirle que iba a llevar a Ivy. Aquello le erizaría hasta las pesta?as, pero luego pondría otro plato para Ivy, contenta de que estuviese con alguien.
—?Cómo tienes el pulgar? —preguntó Ivy rompiendo el silencio.
—Bien. —Lo miré mientras me levantaba después de cerrar el pestillo de la caja de herramientas—. Odio cuando me ocurren estas cosas.
Ivy apoyó la escoba en la pared, junto a la puerta, y se acercó.
—Déjame ver.
Ansiosa por recibir algo de compasión, extendí el brazo y ella me agarró la mano.
Me estremecí, y cuando Ivy sintió mi escalofrío, miró a través del pelo que tenía delante de la frente, cubierto de oro.
—Deja de hacer eso —dijo con aire misterioso. Casi parecía enfadada.
—?Por qué? —dije, apartando la mano—. Me has mordido. Sé lo que se siente y cómo te hace sentir a ti. Quiero establecer un equilibrio de sangre. ?Por qué tú no?
La cara de Ivy reflejó una profunda sorpresa. Joder, hasta me había sorprendido a mí misma, y sentí un escalofrío de adrenalina bajo la piel a medida que se me aceleraba el pulso.
—?Que yo te mordí? —dijo, impregnando de cólera sus palabras—. Prácticamente me sedujiste. Jugaste con casi todos mis instintos.
—Bueno… tú me diste el libro —le espeté—. ?Esperas que me crea que no querías que lo hiciese?
Ella no dijo nada durante un rato; los ojos se le dilataban lentamente mientras permanecía bajo el sol. Yo contuve el aliento sin saber qué podría ocurrir. Si tenía que enfadarse por hablar conmigo, que se enfadase. Pero en lugar de cabrearse más, retrocedió un paso.
—No quiero hablar de eso —dijo. Yo iba a protestar, pero ella se giró y se desvaneció bajo la arcada.
—?Eh! —exclamé, consciente de que era una mala idea seguir a un vampiro volador, pero ?cuándo había hecho yo algo inteligente?
?Ivy —dije con voz quejumbrosa. La encontré en el fregadero de la cocina, frotando furiosamente. El olor intenso a limpiador lo invadía todo y sobre ella había una nube que brillaba bajo el sol. Debía de haber vaciado la mitad del bote—. Yo sí que quiero hablar de eso —dije, y ella me lanzó una mirada de repente que me dejó fría—. Ahora ya sé qué esperarme —a?adí obstinadamente desde el pasillo—. No será tan malo.
—Tú no sabes lo malo que es —dijo ella, y luego abrió el grifo. Sus movimientos eran bruscos, casi de rapidez vampírica. Al darme cuenta de que le estaba bloqueando la salida, avancé furtivamente hacia la cocina y fingí coger una botella de agua. Tenía el pulso a mil. Cerré la puerta del frigorífico, abrí la tapa y bebí un sorbo.
—?Con qué frecuencia necesitas sangre? —pregunté, y luego di un respingo cuando ella se dio la vuelta con las manos envueltas en un pa?o de cocina.