—Cierra los ojos —dijo. Su voz triste contenía la emoción que estaba intentando controlar.
Se me aceleró el pulso y me temblaban los párpados. Sentí como se echaba hacia atrás. En mi imaginación podía ver sus ojos negros, el calor que albergaban, su regocijo en la autonegación y luego sentía una salvaje satisfacción cuando el deseo se le hacía demasiado intenso para contenerlo, con un gran sentimiento de culpa.
—No te muevas —dijo, y yo temblé al sentir su aliento en mi mejilla. Iba a morderme. Dios mío, esta vez lo haré mejor. No le dejaré perder el control. Podía hacerlo.
—Prométeme —dijo pasándome un dedo por el cuello. Yo contuve el aliento— que esto no va a cambiar nada. Que sabes que es una prueba para que sepas lo que es y que yo no haré nada para incitarte. No lo volveré a hacer nunca más hasta que tú vengas a mí. Si es que lo haces. Y no vengas a mí a menos que lo quieras todo, Rachel. No puedo hacerlo de otra forma.
Una prueba. Yo ya había probado esto, pero asentí con los ojos cerrados. Mi respiración se convirtió en jadeo y la contuve, esperando. Me moría por sentir sus dientes en mi carne.
—Lo prometo.
—No abras los ojos —dijo ella respirando y contuve un gemido cuando, al tocarme la cicatriz, me recorrió una sensación hasta la ingle. Jadeé cuando sentí la pared contra mi espalda y sus brazos agarrándome con más fuerza. Se me aceleraba el corazón y la expectación se hacía más profunda e intensa.
La suavidad de sus peque?os labios sobre los míos pasó casi inadvertida hasta que su mano derecha abandonó mi cicatriz y reptó hasta mi nuca para mantenerme inmóvil. Me quedé de piedra. ?Me está besando?
Mi primera reacción fue separarme, pero luego cedí. Todo era muy confuso, ya que mi cuerpo seguía vibrando con la oleada de endorfinas que me había provocado al tocarme la cicatriz. Una prueba, había dicho, y la adrenalina se aceleró. Al sentir que no respondía con violencia, movió la mano para tocarme de nuevo la cicatriz dejando sus labios a milímetros de los míos.
Se me escapó un gemido. Me había aflojado lo suficiente como para estar segura de que sabía lo que estaba haciendo, y ahora iba a dejarme tenerlo todo.
—Oh, Dios, Ivy —suspiré. El conflicto entre la razón y los sentimientos me hizo sentirme indefensa. Ella me apretó contra la pared con sus labios posados en los míos de nuevo, esta vez con más seguridad y más agresividad.
Al sentir su lengua solté un jadeo y me quedé quieta, sin saber qué hacer. Era demasiado. No podía pensar. Dejó de tocarme y, con una brusquedad que me extra?ó, se apartó de mí.
Resollando, me apoyé contra la pared con los ojos abiertos y tocándome el pulso acelerado de mi cuello. Ivy estaba aun metro de mí, con los ojos totalmente negros. Su cuerpo mostraba claramente el dolor que le produjo el esfuerzo que había hecho para soltarme.
—Todo o nada, Rachel —dijo caminando hacia atrás con paso vacilante. Parecía asustada—. No seré yo quien se marche y no te volveré a besar nunca más a menos que seas tú la que tome la iniciativa. Pero si intentas manipularme para que te muerda otra vez, asumiré que has aceptado mi oferta y te buscaré. —Me miró con ojos de miedo—. Con todo mi ser.
El pulso se me disparó y me temblaban las rodillas. Esto iba a hacer que las ma?anas que pasábamos solas fuesen un poco más incómodas… o muchísimo más interesantes.
—Prometiste que no te marcharías —dijo, ahora con una voz vulnerable. Y luego desapareció con paso firme mientras cogía su bolso y se dirigía a la iglesia dejándome completamente confusa.
Dejé caer la mano y me abracé a mí misma como si estuviese evitando venirme abajo. ?Qué demonios he hecho? ?Quedarme aquí y dejar que lo hiciese? Debería haberla apartado, pero no lo hice. Yo había empezado aquello y ella había utilizado mi cicatriz para manipularme y hacerme ver lo que me ofrecía, sin miedo y con toda la pasión que aquello podía conllevar. Todo o nada, había dicho, y ahora que lo había probado, sabía lo que significaba.
Mi cuerpo retumbó con el estruendo de la moto de Ivy que entró por los montantes de abanico y que luego se fue apagando al mezclarse con el ruido distante del tráfico. Me deslicé lentamente por la pared hasta que llegué al suelo, con las rodillas encogidas e intentando respirar. Vale, pensé, sintiendo todavía vibrar en mi interior su promesa. Y ahora, ?qué demonios voy a hacer?
14.
El ruido seco de alas que entraba por las ventanas altas atrajo mi atención y me puse de pie mientras me secaba el sudor del cuello. ?Jenks? ?Dónde estaba hacía cinco minutos y qué demonios iba a hacer yo ahora? Ivy había dicho que no volvería a hacer nada a menos que yo diese el primer paso, pero ?podría quedarme en la iglesia con aquel beso resonando entre ambas? Cada vez que me mirase me preguntaría qué estaba pensando. ?Acaso es esa su intención?