Cabreada, me giré con el martillo en la mano.
—?Sabéis una cosa? —dije agitándolo a modo de amenaza—. Cerrad el pico. Cerrad el pico ahora mismo.
Ivy frunció el ce?o mientras cerraba la botella.
—Ni siquiera sé por qué estás haciendo esto.
—Ivy… —empecé. Estaba cansada de aquello.
—Estás buscándote problemas —dijo mientras dejaba otra vez la botella vacía sobre el alféizar.
Jenks seguía de pie sobre mi lista y la miraba con las manos en las caderas.
—Lo hace por la emoción —dijo distante.
—?No lo hago por eso! —protesté.
Ambos me miraron con descrédito.
—Sí lo haces por eso —dijo Jenks, como si aquello no le importase—. Es típico de Rachel. Acercarse a algo letal, pero no demasiado. —Sonrió—. Y te quereeeemos por eso —canturreó.
—Cállate —murmuré mientras le daba la espalda y seguía martilleando—. Hago esto para que Minias no tenga que venir aquí a resolver lo de esa marca. —Me puse bajo el sol y cogí otro pu?ado de clavos—. ?O te gustó que Minias apareciese de aquella forma? —pregunté.
Jenks miró a sus hijos, que ahora estaban reunidos en el alféizar, y se encogió de hombros.
—Estoy de acuerdo con lo que haces, pero no en la razón.
—Te acabo de decir el porqué. —Nerviosa, me metí un mechón de pelo caprichoso detrás de la oreja—. Mira, si no quieres ayudarme a elegir una contrase?a, vale. Puedo hacerlo sola.
Ivy y Jenks se miraron de manera inquisitiva… como si fuese incapaz de hacer esto sola… y me hirvió la sangre.
—?Papá! —dijo una voz chillona de un pixie desesperado—. ?Papá! Jariath y Jumoke me han pegado las alas.
Sorprendida, se me esfumó el cabreo y me giré hacia la ventana. Cuatro relámpagos grises salieron a toda velocidad de la sala de estar. Se escuchó un ruido metálico procedente de la cocina y me pregunté qué habría caído al suelo. Jenks se quedó petrificado; su rostro era una mezcla de miedo por lo que ocurriría si Matalina se enteraba y de vergüenza por haberse despistado el tiempo suficiente para que los ni?os le hubiesen pegado las alas a alguien. Pero se recuperó de inmediato y alzó el vuelo. Se dirigió a toda velocidad al estante, se metió al ni?o histérico debajo del brazo y salió volando detrás de los demás. El clan al completo se puso en movimiento formando un remolino de seda y consternación.
—?Jariathjackjunisjumoke! —gritó Jenks desde la cocina, y luego no se oyó nada más. Lo único que quedó fue una nube de polvo brillante y un eco de recuerdo en nuestros pensamientos.
—?Joder! —dijo Ivy para romper el hielo y luego empezó a reírse en voz baja. Cogió el pegamento, miró la etiqueta y me lo lanzó. Soluble en agua, pensé, y luego lo metí en la caja de herramientas. Sonreí con tristeza y, aunque esperaba que Jenks consiguiese despegarle las alas a su hijo, pensé que acababa de encontrar mi nombre de invocación. Jariathjackjunisjumoke. Si alguna vez lo olvidaba, lo único que tendría que hacer sería recordar el grito de Jenks antes de calentar el trasero a cuatro de sus hijos por pegarle las alas a su hermano.
—Eh —dijo Ivy después de inclinarse sobre la radio y encenderla—. ?Has oído lo último de Takata?
—Sí. —Contenta de que se hubiesen marchado los pixies, cogí más clavos mientras empezaba la canción en cuestión—. Me muero de ganas de que llegue el solsticio de invierno. ?Crees que nos volverá a pedir que nos ocupemos de la seguridad?
—Dios, espero que sí.
Subió el volumen para cantar el estribillo con una voz suave pero clara. Cuando terminé de clavar el último clavo de la fila, Ivy colocó la última pieza de panel y yo me ocupé de las esquinas. Trabajábamos bien juntas. Siempre había sido así.
El sonido de los pixies riéndose en el jardín me decía que todo estaba bien. Me relajé e inspiré el característico aroma a madera serrada y aislamiento. Era un día soleado. La ola de calor por fin se había marchado. Jenks estaba haciendo cosas de padre. Ivy y yo estábamos volviendo a la normalidad. Y ella estaba cantando. No podía haber nada mucho mejor que aquello.