—?No pienso hacer esto! —dijo Minias. Lo miré a él y luego al reloj. Mierda, Ivy llegaría pronto a casa y no era una buena idea que se encontrasen.
—Lo harás —dije yo poniéndome en jarras mientras me acercaba—. No me puedes dar nada ni me puedes ense?ar nada. O bien me quitas la marca de Al o de Newt a cambio de la tuya o te llevas mi marca y te largas de mi cocina.
—Tranquila —dijo Ceri con precaución, y yo pegué un brinco cuando me tocó el brazo.
Sentí un hormigueo y una oleada de fuerza que entraba de la línea y perdí el control mientras me invadía la ira. Respiré hondo y estreché el flujo entrante antes de que se me desbordase el chi y tuviese que entretejerlo.
—Estoy bien, estoy bien… —dije apartándole la mano. Me sentía rara e incluso su suave tacto era demasiado.
Ella se retiró con aire incómodo y Jenks se posó en su hombro. Les di la espalda a ambos y a su preocupación. ?Maldita sea, estaba bien!
Lista para insistir en el tema, rodeé a Minias, pero el demonio había vuelto al centro de la encimera. Su rostro pálido estaba plácido y tenía un nuevo brillo en sus ojos de cabra mientras me miraba haciendo cábalas. Sentí miedo y mi cólera se esfumó.
Al notarlo, Minias sonrió.
—Llevaré tu marca, bruja —dijo—, e incluso te ense?aré cómo hacer una. Gratis —a?adió mientras yo soltaba el aire.
—Rache —dijo Jenks con su voz aguda—. Esto es una mala idea.
Pero Minias se había puesto en movimiento y la bastilla de su túnica se detuvo cuando se paró a pocos centímetros de la barrera del círculo. Sonrió y yo sentí un escalofrío. Tenía unos dientes totalmente perfectos y una piel inmaculada. Como la mía.
De repente Ceri me agarró por el codo.
—No me gusta esto.
—Oh, a Ceridwen Merriam Dulcíate no le gusta esto —dijo Minias arqueando las cejas y sonriendo—. Ocurrirá. Algún día deseará algo. Lo deseará con todas sus fuerzas y recurrirá a mí. —Se volvió a poner su sombrero redondo—. Me muero de ganas.
Estaba segura de que había demonios más peligrosos que Minias, pero el hecho de que me debiese un favor me parecía una forma de meterme en problemas más que una salida. Volví a mirar el reloj.
—Bien. Hagámoslo.
Ceri hizo un ruidito y Jenks agitó las alas. Ambos parecían solos y descontentos. Sin embargo, Minias parecía encantado. Di un paso atrás desde el borde del círculo e hizo un gesto de invitación.
—No podemos hacer esto a través de un círculo —dijo inclinando la cabeza.
Yo me encogí y me pregunté si no debería pedir un deseo estúpido sin más, como una caja de galletas o algo así. Entonces pensé en Al y en cómo me había puesto las marcas y luego en Newt.
—Newt no me tocó —dije, sintiendo el peso de la marca que tenía en la planta del pie.
—?Cómo sabes eso? —dijo, haciéndome sentir aún mejor.
Oh, Dios. Se me encogía el estómago al pensar en liberar a Minias. Ceri era capaz mantener un círculo más grande que mi círculo de la cocina. Podría hacer una especie de esclusa.
—?Ceri?
—Puedo soportarlo, pero ?confiar en su palabra de que no te hará da?o? Esto no… no me gusta.
Había sido apenas un susurro y aparté la mirada del rostro satisfecho de Minias. Los ojos de Ceri mostraban preocupación y parecía asustada.
—Es lo único que puedo hacer —dije—. Y no me hará da?o. —Me giré hacia él y mis sandalias hicieron un ruido al rozarse contra el suelo—. ?Verdad?
él inclinó la cabeza con una expresión más relajada.
—Prometo que no te haré da?o. Hasta que me marche, claro.
—Prométeme que te marcharás en el momento en que se haga la marca —repliqué—. Te irás solo y me dejarás intacta.
él se puso recto y se tocó el sombrero para asegurarse de que estaba en el lugar correcto.
—Lo que tú digas.
Sí, claro. Miré a Ceri, que asintió, aunque todavía no había recuperado el color. Con un movimiento reticente y contenido, sacó un trozo de tiza magnética del cinturón y dibujó un círculo a treinta centímetros por fuera del mío con una línea continua. Las alas de Jenks zumbaban de nervios y, después de tranquilizarme, me metí dentro. El demonio lo observaba todo aburrido y satisfecho. ?Por qué estoy haciendo esto otra vez?
—Voy contigo —dijo Jenks. Sus alas me refrescaron el cuello cuando vino volando hasta mi lado.
—No, no vienes. —No tenía tiempo para eso.
—Como si pudieses impedírmelo.
—Jenks… —Pero era demasiado tarde y miré a Ceri muy seria cuando el círculo se elevó atrapándolo dentro conmigo.
—Necesitas que alguien cuide de ti —dijo. Su voz no mostraba arrepentimiento.
Joder… pensé mirándola a través de la capa de siempre jamás que había entre nosotras. Cuando inclinaba asilos ojos no servía de nada discutir. Jenks se posó en mi hombro y carraspeó con suficiencia. Olí el aceite que utilizaba para limpiar su espada de jardín y no me sorprendió que hubiese desenfundado la hoja letal.