Por unos demonios más

—?Crees que voy a llevar tu marca? —dijo él, y el corazón me empezó a latir fuerte ante la incredulidad que mostraba su tono de voz—. No pienso llevar tu marca. —Tenía las mejillas pálidas, pero sus ojos mostraban una ira profunda.

 

—?Por qué no? —dije. Me gustaba la idea solo por el hecho de que a él no le gustaba. Recordé que Trent me había dicho que yo tomaba decisiones en base a lo mucho que podían irritar a la gente, y fruncí el ce?o. Minias, sin embargo, no lo vio, ya que había resoplado y me había dado la espalda.

 

Tenía unos hombros muy anchos y con la túnica y el sombrero tenía un aspecto majestuoso y elegante comparado conmigo, que iba en sandalias, vaqueros y una camisola. Yo seguía conectada a la línea y sentía que se me estaba empezando a enmara?ar el pelo. Me pasé una mano por los rizos y me sentí estúpida del todo al preocuparme por mi pelo cuando tenía un demonio en la cocina.

 

Minias levantó la cabeza y yo oí cerrarse la puerta principal.

 

Ceri. Por fin.

 

Oí los suaves pasos de Ceri en el pasillo y su agradable voz tenía cierto tono de preocupación cuando pronunció mi nombre. Se detuvo en el rellano y miró atónita, primero a Minias, dentro de mi círculo, y después a mí. Todavía llevaba puesto aquel vestido de lino veraniego y fino que llevaba el otro día y tenía los pies mojados, lo cual indicaba que había atravesado descalza la hierba cubierta de rocío. Jenks estaba sentado en su hombro y no me sorprendió ver a Rex, la gata de Jenks, entre sus brazos. La gatita naranja estaba ronroneando y tenía los ojos cerrados y las patas también mojadas.

 

—Que Dios nos proteja —dijo aliviada. Jenks echó a volar convirtiéndose en una chispa dorada y Ceri dejó la gata en el suelo—. ?Estás bien? —preguntó mientras se acercaba, pero no me agarró la mano, como solía hacer.

 

—Hasta ahora sí —dije, preguntándome si seguiría enfadada por lo de la otra noche a pesar de haberme asegurado de que no. Había invocado correctamente el círculo… solo que no sabía que estaba sonando. Ceri era una profesora exigente, pero no iba a estar enfadada de por vida porque yo fuese dura de mollera. ?O sí?

 

Rex estaba en el medio de la cocina moviendo la cola, molesta al verse sobre el linóleo. A mí no me dejaba tocarla, pero tener a un demonio a un metro de ella parecía no importarle. Estúpida gata.

 

—Buenas noches, Ceri —dijo Minias educadamente, pero ella lo ignoró. La única se?al que indicaba que lo había oído fue un peque?o pliegue en sus labios y el hecho de llevarse la mano al crucifijo.

 

—?Habéis llegado a un acuerdo? —me preguntó. La preocupación era evidente en su rostro cansado.

 

Jenks entró como una flecha por la ventana, desde donde había estado vigilando a sus hijos.

 

—Estábamos esperándote a ti.

 

Se me agarrotó el pecho. ?Estábamos.? Ha dicho ?estábamos?. Era una nimiedad, pero saber que no me había dado la espalda por tratar con demonios significaba mucho para mí. ?Maldita sea! Yo no pedí esto.

 

—Bien. —Ceri relajó los hombros. Solo entonces se giró para colocarse a mi lado y tener enfrente a Minias—. Os ayudaré a hacer un contrato que sea imposible de deshacer.

 

La risotada de Minias me pilló desprevenida y fruncí el ce?o cuando se puso la mano detrás de la espalda como si fuese incapaz de moverse.

 

—No —dijo sin más—. He oído lo que le hiciste a Al. Yo negocio con ella. —Entrecerró aquellos ojos de cabra y su mirada reptó por mi piel—. Yo no hago negocios contigo ni tampoco te permitiré que actúes de enlace.

 

Ceri se puso rígida y le salieron puntos rojos en las mejillas.

 

—No puedes estipularlo todo, ?leviter inexperto!

 

Yo no sabía lo que era un leviter, pero Minias frunció el ce?o.

 

Jenks se posó en mi hombro.

 

—Acaba de decirle que es un novato negociando —susurró, y yo solté un ?Mmm? al comprenderlo y luego me pregunté cómo lo había entendido él.

 

Minias parecía molesto y no me gustaba la forma en que daba golpecitos con las zapatillas contra la parte inferior del círculo como buscando una salida.

 

—?Dejadlo ya los dos! —dije para reclamar su atención—. No importa, Ceri. No quiero nada de él, así que va a tener que llevar mi marca.

 

Aquello no le sentó nada bien a Minias y le dio un pu?etazo a la barrera dejando escapar un gru?ido de dolor. El olor a ámbar quemado se hizo evidente y yo arrugué la nariz. El demonio me dio la espalda y se miró el pu?o mientras su túnica formaba un remolino. Rex se marchó caminando despacio. Oí el chirrido de la gatera y se oyó una gran aclamación procedente del jardín. Rex volvió a entrar resbalando con las u?as en el suelo del vestíbulo mientras corría, probablemente a esconderse debajo de la mesa de Ivy.

 

Jenks revoloteó hacia mí y se me acercó tanto que casi me pongo bizca.

 

—?Puedes hacerlo?

 

—Parece que él cree que sí. —Le hice un gesto para que se marchase y vi a Ceri mirándome con preocupación.