Tomé aire por la nariz con cuidado y luego volví a hacerlo pero ya más tranquila. Relajé los hombros y sonreí. Me encantaba aprender cosas nuevas.
—Bien —gru?ó Jenks echándose a volar sobre la burbuja, que seguía activa—. Porque no me pienso deshacer de mi gata.
Me concentré un poco y corté la conexión con la línea luminosa. El círculo se desvaneció y Jenks aterrizó junto al crisol arrugando la cara de asco. Satisfecha, cerré el libro de texto y me puse a limpiar aquella porquería antes de que Ivy llegase a casa.
—Te dije que no… —empecé a decir, pero un nuevo hormigueo en la nariz interrumpió mis palabras—. No… —dije otra vez, intentándolo de nuevo y sintiendo cómo se me abrían los ojos. Jenks me miró con una expresión de horror.
Moví las manos desesperada y con los ojos llenos de lágrimas.
—?Achís! —exclamé mientras me encorvaba y el pelo me tapaba la cara. Después de ese vino otro y luego otro más. Mierda, había empeorado las cosas.
—Maldita sea —dije entre estornudos—. ?Sé que lo he hecho bien!
—Ivy tiene unas pastillas —dijo Jenks. Podía oír sus alas, pero estaba demasiado ocupada intentando respirar como para mirarlo. Parecía preocupado. Sabía que lo estaba—. En su cuarto de ba?o —a?adió—. Quizá te podrían ayudar.
Moví la cabeza y volví a estornudar. Ivy se había pillado un resfriado la primavera pasada al volver de Michigan. Se pasó tres días vagando por la iglesia como alma en pena, tosiendo y sonándose la nariz, gru?éndome cada vez que le sugería hacerle un hechizo. Se había tomado sus pastillas y su zumo de naranja todas las tardes.
Me costaba respirar y tenía cosquillas en la nariz. Mierda. Mientras me dirigía al vestíbulo dando tumbos, volví a estornudar.
—Que no soy alérgica a los gatos —dije mientras buscaba a tientas el interruptor de la luz para encenderla. El espejo me devolvió una imagen horrible. Estaba totalmente despeinada y tenía la nariz hecha polvo. Abrí el armario. No me sentía cómoda revolviendo sus cosas.
—?Este! —dijo Jenks mientras cogía un frasco fino de color ámbar.
Yo estornudé tres veces más mientras intentaba abrir aquella maldita cosa y leer que tenía que tomar dos pastillas cada cuatro horas. ?Por qué demonios habría intentado utilizar magia de líneas luminosas? Debería habérmelo pensado mejor antes de administrarme a mí misma un hechizo medicinal. Las auxiliares de urgencias se iban a partir el culo de risa si tenía que ir a que me hiciesen un contrahechizo.
Miré a Jenks. Entonces volví a abrir mucho los ojos; ahí venía otro estornudo y parecía que iba a ser grande. Me tomé las pastillas sin agua, miré al techo e intenté tragármelas.
—?Con agua, Rachel! —dijo Jenks sobrevolando el grifo—. ?Tienes que tomártelas con agua!
Moví las manos para apartarlo de en medio y me las tragué en seco retorciendo la cara. Y, como por arte de magia, las ganas de estornudar desaparecieron.
No me lo podía creer. Tomé aire una vez y luego otra. Jenks sobrevolaba enfadado sobre los vasos de papel, así que cogí uno y, obedientemente, me bebí el agua tibia y sentí cómo me bajaban las pastillas.
—?Maldita sea! —dije maravillada—. Son geniales. Me pararon el estornudo a la mitad. —Dejé el vaso, cogí el frasco y le di la vuelta para leer la etiqueta—. Por cierto, ?cuánto cuestan?
Jenks batió las alas. Tanto él como su reflejo bajaron lentamente.
—No hacen efecto tan rápido.
Yo lo miré y dije:
—?De verdad?
Parecía preocupado. Sus pies tocaron ligeramente la barra y sus alas se detuvieron. Tomó aire para decir algo, pero un ligero estallido hizo que ambos levantásemos la vista. El pulso se me disparó y sentí que alguien estaba volviendo a invocar la línea. Aquello me asustó y, jadeando, choqué contra el váter de porcelana de Ivy y resbalé. Caí soltando un grito y me di con el culo en los azulejos.
—Ay —dije agarrándome el codo. Me había golpeado con algo.
—?Bruja! —dijo una voz retumbante. Yo me aparté el pelo y entonces vi la figura de la túnica en el umbral.
—Por las gónadas de Cormel, ?por qué sabe mi café a diente de león?
Mierda, era Minias.
12.
—?Vete, Jenks! —grité poniéndome de pie.
Minias entró en el ba?o de Ivy con la cara arrugada de enfado. Yo entré en pánico y me acurruqué contra una toalla negra esponjosa que colgaba entre el inodoro y la ba?era.
—?No me toques! —grité mientras le tiraba el contenido del frasco de pastillas de Ivy.
Sentí que establecía un círculo con un ta?ido. Jenks estaba en el techo gritando algo y las peque?as pastillas rebotaron contra la capa negra de siempre jamás de Minias, sin causarle da?o alguno.
?Tenía que salir de allí! Allí dentro había demasiadas tuberías y cables para establecer un círculo a prueba de demonios.
—?Qué rayos ocurre? —dijo Minias. Me miró confundido con sus ojos de cabra mientras cogía una pastilla y la miraba. Para hacerlo había roto su círculo. Me puse de pie y agarré el espray para el pelo de Ivy.