Por unos demonios más

Arrugué la cara al ver como el brillo negro de mácula demoníaca reptaba por mi burbuja, decolorando el normalmente alegre color dorado de mi aura. Era una demostración visual del desequilibrio que llevaba en mi alma, un recordatorio de la deuda que tenía por haber desalineado tanto la realidad que podía convertirme en lobo y Jenks adoptar el tama?o de un humano. La decoloración no era nada comparada con los mil a?os de desequilibrio de maldición demoníaca que arrastraba Ceri, pero me molestaba.

 

Toda la energía de siempre jamás que había invocado había sido para mantener el círculo. Pero entonces sentí el cosquilleo de una nueva acumulación de fuerza que se filtraba. Seguiría creciendo hasta que no soltase la línea totalmente. Se decía que muchas brujas se habían vuelto locas por intentar extender la capacidad de su chi al permitir que la presión aumentase más de lo que podían contener. Pero cuando se me desbordaba el chi, yo era capaz de almacenar la energía de la línea en la cabeza. Los demonios y sus familiares podían hacer lo mismo. Ceri y yo éramos las únicas dos personas de este lado de las líneas que podíamos entretejer energía de las líneas. Al no tenía la intención de que sobreviviésemos a él con esos conocimientos. Ceri me había ense?ado lo básico, pero Al fue el que extendió mis tolerancias y convirtió aquello en algo que podía hacer sin pensar… Eso sí, mediante una agonizante cantidad de dolor.

 

—?Rachel? —dijo Jenks. Unas chispas verdes resbalaban de él formando un charco en el fregadero—. Es peor de lo normal.

 

Mi buen humor se esfumó y fruncí el ce?o al ver la mancha demoníaca.

 

—Sí, bueno, estoy intentando librarme de ella —murmuré y luego empujé hacia delante el pentáculo que había dibujado.

 

Cogí un crisol de piedra que había comprado en una tienda de líneas luminosas en Mackinaw, lo coloqué en el espacio entre la parte inferior del pentáculo y el círculo que lo rodeaba. Sin dejar de tocarlo con los dedos murmuré:

 

—Adaequo—para colocarlo y darle significado a su presencia.

 

Sentí una peque?a ráfaga procedente de la línea y me retorcí. Vaya, era uno de esos hechizos. Genial.

 

Me picaba la nariz. Me puse rígida al darme cuenta de que no tenía pa?uelos de papel.

 

—Oh, no —dije en voz alta. Jenks parecía atacado y entonces estornudé. Cuando levanté la cabeza lo vi riéndose. Busqué como loca algo con lo que limpiarme la nariz. Cogí una toallita de papel áspera, arranqué el doble de lo que necesitaba y me la llevé a la cara justo a tiempo para el siguiente estornudo. Mierda, tenía que terminar este hechizo rápido.

 

Puse en el centro el enorme y simbólico cuchillo que había comprado en el mercado de Findley a una alegre mujer, mientras pronunciaba las palabras ?me auctore? y una pluma adquirió presencia con la fuerza de la palabra ?lenio? al colocarla en la punta izquierda inferior del pentáculo. Me estaba empezando a picar otra vez la nariz y me apresuré a comprobar el libro de texto.

 

—Iracundia —dije conteniendo el aliento mientras colocaba el diente de león de Jenks en la otra punta de la estrella. Solo faltaba la vela.

 

En mi interior la fuerza se incrementaba con cada palabra y, con un tic en el ojo, coloqué la vela bendita con sumo cuidado en la parte más alta de la estrella esperando que no se cayese y derramase cera sobre mi pizarra. De lo contrario, ma?ana me pasaría el día limpiándola con tolueno. Esta no la colocaría diciendo un nombre de lugar hasta que la encendiese y, con eso en mente, cogí la brocheta de bambú de donde la había dejado y la encendí otra vez con la vela de vainilla.

 

Me limpié la mano que tenía libre en el pantalón vaquero, apoyé el peso sobre el otro pie y transferí la llama a la vela bendecida.

 

—Evulgo—susurré mientras contraía la cara al sentir una oleada de energía procedente de la línea. Abrí los ojos de par en par. Oh, Dios, iba a estornudar otra vez. No quería saber lo que podría ocurrir con mi hechizo si todavía no estaba lanzado.

 

Me moví rápido. Cogí la pluma y la metí en el crisol. Agarré el cuchillo y, antes de ponerme nerviosa con el horrible simbolismo, me pinché el dedo gordo y lo apreté hasta que brotaron tres gotas de sangre. Habría sido mejor utilizar un punzón de diabéticos, pero la magia de líneas luminosas estaba basada en el simbolismo y eso marcaba la diferencia.

 

El cuchillo se puso negro en su recoveco y miré el texto mientras me metía el dedo en la boca para no mancharlo todo de sangre.

 

—Non sum qualis eram —dije al recordarlo de otro hechizo. Debe de ser una frase genérica de invocación.

 

Se me pasaron las ganas de estornudar y di un respingo de sorpresa cuando el crisol se envolvió en llamas. En mi interior sentí un soplido acompa?ado de un ta?ido. Las alegres llamas rojas y naranjas ardieron hasta adoptar un extra?o tono negro y dorado que combinaba con mi da?ada aura… y luego se apagó.

 

Con los ojos abiertos de par en par, miré el crisol manchado de hollín y luego a Jenks, que revoloteaba sobre el fregadero. En el bol solo quedaba una mancha de ceniza que olía a plantas quemadas.

 

—?Se suponía que tenía que ocurrir eso? —preguntó.

 

Como si yo lo supiese.

 

—Ah, sí —dije mientras fingía mirar el texto—. ?Ves? Ya no estornudo.