Por unos demonios más

Era tan malo como sonaba, e Ivy y yo habíamos pasado una noche divertida la semana pasada observando a sus hijos dividirse en dos equipos y, a la luz de la bombilla del porche, hacer turnos para aporrear a los pobres escarabajos y lanzarlos hacia sapos muy gordos. El equipo cuyo sapo brincase primero, después de ponerse morado, ganaba.

 

Sonreí al recordarlo y me quité una pelusa invisible de la elegante chaqueta negra y corta cuyas cuentas brillaban bajo la luz. Se me fue la sonrisa de la cara al volver a mirar la ropa… ya sin el entusiasmo de la vendedora. Quizá las cuentas fuesen un poco exageradas, pero iban bien con el brillo de las medias. Y el tama?o tan corto de la falda se compensaba con el discreto color negro. Venía con un top muy bonito que ense?aba el ombligo y tenía la chaqueta por si hacía frío.

 

Revolví el armario y saqué un par de sandalias planas con las que podía correr. Ellasbeth no llevaría unos vaqueros y una camiseta. ?Por qué iba a ir yo de barriobajera para que ella luciese más?

 

Tiré las sandalias al suelo y di un paso atrás mientras pensaba. Unas joyas serían la guinda del pastel, pero Ivy podría ayudarme con eso.

 

—?Eh, Jenks! —grité a sabiendas de que, si no podía oírme, lo harían sus hijos e irían a avisarlo—. ?Ven a ver lo que he comprado!

 

Casi de inmediato escuché aleteos en mi ventana. Había cosido el agujero para pixies de la mosquitera unos días antes y esbocé una gran sonrisa al ver a Jenks chocar contra ella.

 

—?Eh! —gritó mientras volaba con las manos en las caderas y soltando destellos dorado—. ?Qué rayos es esto?

 

—Un poco de intimidad —dije mientras ahuecaba el encaje del dobladillo de la falda—. Utiliza la puerta. Es para eso.

 

—?Sabes una cosa? —me espetó—. Debería… ?Por el amor de Campanilla!

 

Me giré al escuchar su voz sorprendida, pero había desaparecido. En un abrir y cerrar de ojos apareció en el vestíbulo riéndose mientras volaba de espaldas.

 

—?Es eso? —dijo—. ?Ese es el vestido que has comprado para ponerte en la cena y en el ensayo de la boda de Trent? Jolín, tía, necesitas ayuda urgentemente.

 

Seguí su mirada y miré mi traje.

 

—?Qué? —dije, cabreada. Me picaba la nariz y estornudé. El calor y la humedad estaban empezando a afectarme.

 

Jenks seguía riéndose.

 

—Vas a una cena, Rache. ?No a una discoteca!

 

Preocupada, toqué la manga de la chaqueta.

 

—?Crees que es exagerado? —pregunté, intentando con todas mis fuerzas no poner un tono combativo. Ya había tenido esta conversación con excompa?eros de piso antes.

 

Jenks aterrizó sobre la percha.

 

—No si vas a representar el papel de la puta del pueblo.

 

—?Sabes qué? —dije, empezando a cabrearme—. Ser sexi no es algo natural y a veces una tiene que arriesgarse.

 

—?Arriesgarse? —dijo riéndose—. Rache, si te vistes así para el ensayo de una boda, no me extra?a que te pasases toda la época del instituto peleándote con novios malos. ?Imagen, chica! La imagen lo es todo. ?Quién quieres ser?

 

Iba a arrearle, pero voló hacia el techo dejando caer un rastro de polvo plateado como si se tratase de un hilo de pensamiento que dejase atrás. Algunos de sus hijos estaban riéndose en la ventana. Nerviosa, cerré las cortinas. Atraída por el sonido de la voz de Jenks, Rex entró en la habitación procedente de quién sabe dónde y se acomodó en mi umbral con el rabo enroscado en los pies y mirando a Jenks. El pixie se había posado sobre el expediente de Nick, que ahora estaba entre mis botellas de perfume. Esperaba que la estúpida gata no saltase detrás de él. Empecé a sentir un cosquilleo en la nariz y busqué un pa?uelo. Rex se asustó cuando me soné y salió corriendo hacia el vestíbulo.

 

Levanté la vista y vi la cabeza de Jenks moviéndose de un lado a otro.

 

—Es un traje bonito —protesté—. Y no lo he comprado para Trent, lo compré para mi cita de cumplea?os con Kisten. —Volví a tocar la manga bordada con cuentas y sentí melancolía. Me gustaba arreglarme, ?y qué? Pero quizá… quizá mi imagen podría tener un poco más de clase y un poco menos de fiestera.

 

Jenks resopló y me lanzó una mirada larga de complicidad.

 

—Claro que sí, Rache.

 

Molesta, apagué la luz y fui a la cocina. De camino, cogí las dos bolsas de salsa de tomate que había comprado para Glenn y que había dejado en el vestíbulo. Jenks me seguía sin dejar de reírse y se posó sobre mi hombro como pidiéndome perdón.

 

—?Sabes? —dijo, y por su tono de voz sabía que se estaba riendo—, creo que deberías ponerte ese vestido en el ensayo. Pondrá de una mala hostia que no veas a esa bruja.

 

—Claro —dije, empezando a deprimirme. Esperaría a que llegase Ivy a casa y le preguntaría. ?Qué sabía Jenks de eso? Era un pixie, por el amor de Dios.

 

Le di al interruptor con el codo al entrar en la cocina y estuve a punto de tropezar con Rex cuando me pasó entre los pies a toda velocidad. Aquel movimiento tan poco elegante se convirtió en un estornudo. Lo vi venir pero no me dio tiempo a avisar a Jenks, que salió catapultado y, soltando tacos, fue hacia la ventana.