—Tráete a tu cita contigo. —Bajó la puerta del maletero. El motor se puso en marcha y el maletero se cerró produciendo un silbido. Entonces se colocó las fundas sobre el brazo y echó a caminar. Cuanto más se acercaba, más nerviosa me ponía.
—Puede que tú desayunes en la torre Carew cuando te dé la gana —dije—, pero yo nunca he estado allí arriba y lo estoy deseando. No le voy a pedir a mi cita que lo cambie.
—Treinta mil. Y haré que te cambien la reserva para la noche que tú quieras.
Estaba a un paso de mí y nuestros ojos estaban al mismo nivel.
—Para ti todo es muy fácil, ?verdad? —le dije indignada.
Sus ojos verdes adoptaron un aire atormentado y cansado, y su pelo bailaba en la brisa y estropeaba su porte profesional.
—No. Solo lo parece.
—Pobrecito —murmuré, y él apretó los dientes. Se peinó y volvió a su yo insensible.
—Rachel, necesito tu ayuda —dijo irritado—. Va a haber demasiada gente y no quiero ninguna escena. Si tú estás allí podrás detener cualquier problema antes de que empiece. No estarás sola. Quen tiene a todo su equipo…
—No trabajo a las órdenes de nadie —dije con un nudo en la tripa mientras volvía a mirar a la casa de Ceri. Quería que se marchase. Si Ceri salía de casa, todo se iría al infierno.
—Trabajarían a tu alrededor —dijo, intentando persuadirme—. Estarás allí por si a ellos se les escapa algo.
—No juego bien en equipo y llevo pistolas cargadas —dije dando un paso hacia atrás para separarme de él—. Además, Quen es mejor que yo —dije brevemente mientras el viento volvía a despeinarlo—. No hay razón para que yo esté allí.
Se alisó el flequillo con la mano que tenía libre al ver que yo lo miraba.
—Te sentaste delante, ?por qué?
—Porque sabía que eso te molestaría. —Escuché a través de los montantes de abanico del lateral de la iglesia voces familiares en el santuario. Subí otro escalón y Trent se quedó donde estaba, seguro de sí mismo, aunque ahora yo estaba más alta que él.
—Por eso quiero que estés allí —dijo—. Eres impredecible y eso puede marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso. La mayoría de la gente toma decisiones por ira, miedo, amor u obligación. Tú tomas decisiones para cabrear a la gente.
—Solo lo estás diciendo para hacerme la pelota, Trent.
—Necesito ese carácter impredecible —continuó, como si yo no hubiese dicho nada.
Nerviosa, lo miré.
—Cuarenta mil por ser impredecible una noche es mucho dinero.
Su expresión cambió y con un ligero tono de deleite, repitió:
—?Cuarenta mil?
Sentí vergüenza cuando le dije el precio, pero decidí seguir adelante.
—O lo que cueste volver a consagrar mi iglesia —repliqué.
Trent dejó de mirarme por primera vez, levantó la mirada hacia el campanario y entrecerró los ojos.
—?Tu iglesia ya no es sagrada? ?Qué ha ocurrido?
Tomé aliento y me apoyé en el rellano.
—Hemos tenido un incidente —dije bruscamente—. Ya te he dicho mis condiciones. O lo tomas y te marchas o te marchas sin más.
Con los ojos brillantes, Trent me hizo una contraoferta:
—Te pagaré cinco mil si los tres actos transcurren sin incidentes, y cuarenta mil si tienes que intervenir.
—Vale, lo haré —murmuré mirando al otro lado de la calle—. Ahora saca tu culo de elfo de aquí antes de que cambie de opinión.
Entonces me quedé de piedra, conmocionada, cuando Trent subió lentamente los escalones que nos separaban. Gracias al aprecio verdadero y al alivio que sentía, había pasado de ser un hombre de negocios de éxito a un tío normal de la calle, un poco preocupado e inseguro de su futuro.
—Gracias, Rachel —dijo mientras me daba las fundas de los vestidos—. Jonathan te llamará cuando Ellasbeth se decida por fin por un vestido.
Las fundas olían a perfume. Mierda, eran de seda y me pregunté cómo serían los vestidos. Se me hacía raro que Trent me diese las gracias. Sin embargo seguía allí, así que le espeté:
—Bueno, venga. Adiós.
él vaciló y me miró mientras buscaba la acera. Iba a decir algo, pero luego se giró. Quen le abrió la puerta y, a paso rápido a pesar del calor, Trent se dirigió a la limusina y se metió con una gracia practicada. Quen cerró la puerta con suavidad. Me miró, fue hacia la parte delantera del coche y entró. Me sentía culpable. ?Estaba cometiendo una injusticia al no presentar a Trent y a Ceri? No quería que él la utilizase, pero ella sabía cuidarse sólita y, por lo menos, podría encontrar a otros de su especie. Trent probablemente tenía una lista para enviar tarjetas de Navidad.
Exhalé de alivio cuando el coche arrancó y se marcharon calle abajo.
—Gracias, Dios —murmuré, pero luego fruncí el ce?o. Iba a ir a la boda de Trent. Bárbaro.
Me di la vuelta hacia la puerta y entonces oí el eco de la voz de Ivy.
—?Eso no es lo que dice su anuncio! —exclamó. Después oí la voz de Jenks, pero era demasiado débil para entenderla.