—Si Ellasbeth se viese obligada a tenerte como dama de honor se moriría de asco.
Me vino una sonrisa a la boca al recordar a aquella mujer tan profesional y de belleza gélida totalmente furiosa cuando averiguó que Trent me había invitado a desayunar en bata de estar por casa después de sacar su maldito culo de elfo del helado río Ohio. Ni siquiera fingían estar enamorados y la única razón por la que su matrimonio se iba a celebrar era porque probablemente ella era la elfa de sangre más pura que existía con la que Trent podía casarse y tener peque?os bebés elfos. Me preguntaba si habrían nacido con orejas puntiagudas y se las habrían cortado.
—La cabrearía un montón, ?verdad? —dije, ya de mejor humor.
—Cinco mil por dos noches.
Yo me reí y Quen agarró más fuerte el volante.
—Ni siquiera si fuesen diez mil por un evento —dije—. Y, además, ya es demasiado tarde para conseguir el vestido.
—Están en el maletero —dijo rápidamente Trent, y yo me maldije a mí misma por sacarlo a relucir como una excusa, ya que implicaba que lo único que necesitaba era encontrar mi precio.
Entonces respiré dos veces y lo miré.
—?Has dicho ?están??
Trent se encogió de hombros y pasó de ser el poderoso se?or de las drogas a ser un futuro novio frustrado.
—No se decidía entre los dos. Tú llevas una treinta y ocho alta, ?no? ?Larga en las mangas?
Así era y me sentí halagada de que lo recordase. Pero Ellasbeth utilizaba la misma.
—?De qué color son? —pregunté por curiosidad.
—Bueno, lo ha reducido a un modesto vestido negro recto y a otro verde azulado hasta los pies —dijo.
Un vestido negro liso y poco favorecedor o uno verde de color pepino. Geniaaaal.
—No.
Quen pisó el freno con suavidad y aparcó el coche. Estábamos en la iglesia. Agarré el bolso para mirar dentro y asegurarme de que todavía tenía el foco. Eran elfos. No sabía lo que podían llegar a hacer.
—Gracias por traerme, Trent. —La tensión aumentó cuando me quité el cinturón de seguridad—. Me alegro de verte, Quen —dije, y luego dudé cuando mis ojos se encontraron con sus ojos verdes mientras se sentaba con las manos sobre el volante y esperaba—. No… no te vas a presentar esta noche para intentar convencerme, ?verdad?
Rompiendo su estoica expresión, me miró a los ojos.
—No, se?orita Morgan. Esta vez el peligro es real, así que respeto su decisión.
Trent carraspeó con un reproche no verbal y yo le hice un gesto a Quen con la cabeza para darle las gracias. El experto en seguridad tenía suficiente autoridad para desafiar a Trent si sus razonamientos eran sensatos y me gustaba que alguien pudiese decirle que no… aunque dudaba que eso ocurriese muy a menudo.
—Gracias —dije, pero en lugar de sentirme aliviada me sentí más preocupada. ?Esta vez el peligro es real? Como si no lo hubiese sido Ir ultima vez que trabajé para Trent.
Al salir del coche sentí un calor húmedo y el canto de las cigarras. Los viejos árboles que bloqueaban el sol también servían para atrapar la humedad. Miré al otro lado de la calle, a la casa de Keasley, esperando que Trent y Quen se marchasen. No me gustaba que estuviesen tan cerca de Ceri. Yo no sabía nada sobre elfos. Dios, quizá podían olerse los unos a los otros si estaban lo suficientemente cerca.
Volví a centrarme en Trent mientras me subía más el bolso y caminaba hacia la iglesia. Había una camioneta junto a la acera y fruncí el ce?o al ver el cartel que proclamaba orgullosamente: ?Especializados en exorcismos?. Genial. Geeenial. Ahora toda la calle sabría que teníamos un problema.
Me giré al escuchar la puerta de un coche al cerrarse. Trent había salido y estaba rodeando la parte de atrás de la limusina. Sentí como se me aceleraba el pulso.
—He dicho que no —repetí en voz bien alta.
—?Tienes problemas con tu iglesia? —preguntó mientras abría el maletero.
Yo fruncí los labios y me quedé donde estaba para poder verlo a él y la casa de Ceri. Esto no me gustaba nada.
—Hemos tenido un incidente. Mira, no voy a hacerlo, así que márchate ya, ?de acuerdo? —Me sentía como si estuviese hablando con un perro que me había seguido a casa. Perro malo. Vuelve a casa.
Le di la espalda descaradamente y, sintiendo como se me erizaba el vello de la nuca, caminé hacia las escaleras. Como no quería que me siguiese hasta dentro, me paré a dos pasos del rellano.
—Diez mil por dos noches —dijo Trent mientras sacaba dos fundas de traje del maletero.
—Tu ensayo es el día de mi cumplea?os. Tengo planes. Una reserva en la torre Carew. —Me sobrevino un escalofrío al admitirlo. Iba a ser una cita para recordar.
Pero Trent entornó los ojos, como si el calor no pudiese tocarle.