Por unos demonios más

En la parada del bus hacía calor y permanecí allí de pie, respirando aire con olor a asfalto, a humo de tubo de escape y al cercano Skyline Chili. Probablemente era la única cadena de restaurantes que servía comida con base de tomate que había sobrevivido a la Revelación y al boicot a los tomates que la mitad de la población mundial superviviente había adoptado. Tenía hambre y sentí la tentación de pedir algo para llevar, pero sabía que en cuanto me marchase de la parada aparecería el autobús y tendría que esperar otra media hora.

 

Así que me quedé allí, con mis vaqueros y mi camiseta verde, sudando bajo el implacable sol y observando el intenso tráfico. El pulcro hombre lobo que había a mi lado olía bien y los dos hechiceros que monopolizaban la sombra de un árbol recién plantado estaba hablando de nimiedades. Sabía que eran hechiceros porque su característico olor a secuoya estaba casi oculto bajo el exagerado perfume que estaba haciendo llorar al hombre lobo.

 

Cuanta más magia practicas, más fuerte es tu olor, aunque normalmente solo otro inframundano puede olerlo. Con los vampiros ocurría lo mismo: los que se daban más caprichos tenían un olor más intenso a incienso. Jenks decía que yo apestaba a magia e Ivy a vampiro. Y todos vivimos juntos en una peque?a y apestosa iglesia, canturreé para mí.

 

Incómoda, pasé un dedo entre mi cuerpo y la tira de mi bolso. La palabra ?hechicero? era una designación de habilidad, no de sexo. Los hechiceros no eran más que brujos que no habían tenido que pasar por el fastidio de aprender cómo preparar un hechizo de memoria.

 

Podían invocarlos, sí, pero conjurarlos con seguridad quedaba fuera de su nivel de habilidades. Y en cuanto a la humanidad se le metiese eso en la cabeza, todos los brujos profesionales podrían quitarse esa espinita y relajarse.

 

Yo había estudiado durante dos a?os y tenía suficiente experiencia vital como para obtener la licencia y utilizar encantamientos en mi trabajo. La habilidad no era lo que me impedía obtener la licencia para vender mis encantamientos, sino el capital. Eso podía explicar la incongruencia de que estuviese esperando un autobús con un artefacto que podría dar lugar a una lucha de poder en el inframundo. Con la suerte que tenía, hasta me atracarían de camino a casa.

 

Suspiré y tiré de mi camiseta, preguntándome si debería quitármela y ponerme la camisola que tenía puesta por debajo en casa. Sería divertido ver al tío que tenía al lado reaccionar cuando empezase a desnudarme. Sonreí para mis adentros. Quizá sería mejor quitarme las zapatillas e ir descalza. Los ladrones solían dejar en paz a la gente sucia y descalza.

 

El hombre lobo que tenía a mi lado soltó un largo silbido de apreciación y yo levanté la mirada de mis asquerosas zapatillas y parpadeé al ver una limusina Gray Ghost salirse del flujo de tráfico y detenerse en la parada del autobús. Mi primera reacción de sorpresa se mezcló con enfado. Tenía que ser Trent. Y allí estaba yo, esperando el autobús con las rodillas sucias y sudando. Chachipirulí.

 

Miré por encima de las gafas de sol cuando la ventana tintada trasera descendió. Sí, era Trent, el capullo al que tan bien le quedaba aquel traje de lino color crema y la camisa blanca. Su moreno se había intensificado con el verano, lo que me llevaba a pensar que salía a sus galardonados jardines y a sus establos reconocidos a nivel nacional con más frecuencia de lo que decía.

 

Yo no dije ni una palabra mientras miraba por su ventanilla bajada al asiento delantero y veía a Quen, su jefe de seguridad, que iba conduciendo en lugar de su principal lameculos: Jonathan. Mi pulso se relajó al notar la ausencia de aquel hombre alto y sádico. Me caía bien Quen, aunque de vez en cuando pusiese a prueba mi magia y mis habilidades en artes marciales. Al menos era honesto, no como su jefe.

 

Me puse una mano en la cadera y pregunté con sarcasmo:

 

—?Dónde está Jon? —El lobo que estaba detrás de mí tuvo un ataque de histeria al ver que conocía a Trent lo suficiente como para ser desagradable con él. Los dos hechiceros estaban ocupados sacando fotos con sus móviles, riéndose y susurrando. Quizá debería ser agradable si no quería ver mi horrible escena por todo internet, así que me relajé un pelín.

 

Trent se inclinó hacia la ventanilla con sus ojos verdes entornados a causa del sol. Su hermoso pelo casi translúcido se movió con la brisa de la calle, estropeando así su perfecto peinado. Por mucho que odiase admitirlo, su pelo despeinado por el viento me pareció atractivo de repente. Aunque sus haza?as empresariales, representadas por su prístina y legal Industrias Kalamack, eran muy valoradas, su cuerpo delgado y bien proporcionado estaría tan bien con un ajustado traje de ba?o subido a una silla de socorrista que con un traje en una sala de juntas.