—?Humanas? Pero…
—Entraron siendo mujeres lobo, sí —terminé. Traje al frente mi bolso para ponérmelo en el regazo, pero no pensaba decirle que tenía el foco. Probablemente insistiría en llevárselo y, cuando yo me negase, a él le daría un ataque de testosterona y yo me pondría en plan bruja. Lo mejor era evitar esa situación. Glenn me caía bien y cada vez que utilizaba la magia solía perder a un amigo.
Oí a mis espaldas la voz sin emoción de David.
—Yo las convertí. No era mi intención. —Volvió a levantar la cabeza—. Créame. No quería que ocurriese esto. No creía que fuese posible.
—Y no lo es —dijo Glenn. Ahora, además de confuso, estaba enfadado—. Si esta es tu idea de una broma…
No me creía.
—?No crees que te contaría una historia mejor si estuviese tomándote el pelo? —dije—. Tengo que pagar el alquiler y no voy a perder el día aquí abajo en la morgue —dije, y miré aquel entorno estéril—. Por muy bien que se esté aquí.
El gran hombre frunció el ce?o.
—Los humanos no se pueden convertir en hombres lobo. Es un hecho.
—Y hace cuarenta a?os los humanos creían que era un hecho que no existían los vampiros ni los pixies. ? Y qué hay de los cuentos de hadas? —dije—. En los antiguos, un mordisco podía convertir a alguien en hombre lobo. Bueno, pues son auténticos y la prueba es que encontraras a esas mujeres en las bases de datos de humanos.
Pero la cara de Glenn indicaba que no se lo tragaba.
Bajé la cabeza y dije mirando al suelo:
—Verás, hay una estatua maldecida por un demonio. —Dios, suena tan poco convincente—. Se la di a David para que me la guardase porque él es un hombre lobo y Jenks decía que le daba dolor de cabeza. Es magia mala, Glenn. Quien la tenga tiene la capacidad de convertir a un humano en un hombre lobo. Los hombres lobo la quieren y los vampiros matarán a quien sea para destruirla y mantener el equilibrio de poder en el inframundo. —Levanté la vista y, aunque me estaba escuchando, sabía que no estaba preparado para descartar sus creencias—. Supuse que era necesario algún ritual adicional para convertir a un humano. —Con un gran sentimiento de culpa, le toqué el brazo a David—. Pero al parecer no.
—?Las mordiste? —dijo Glenn con tono acusador.
—Me acosté con ellas. —La voz de David adoptó un toque defensivo—. Tengo que marcharme. Tengo que llamar a Serena y a Kally.
Glenn apoyó la mano en la culata de su arma. Me habría ofendido, pero no creía que se diese cuenta.
—Mira —dije desesperada—, ?te acuerdas de lo que pasó en mayo, cuando tuvieron lugar los disturbios entre los vampiros y los hombres lobo? —Glenn asintió y yo me apresuré a ponerme delante de la silla. No me gustaba que tuviese la mano sobre la pistola—. Bueno, fue porque tres manadas de hombres lobo pensaban que yo tenía ese artefacto de los hombres lobo y estaban intentando eliminarme.
Glenn abrió los ojos de par en par. Empezaba a creérselo.
—Y si se descubre que no se cayó por el puente Mackinac, sino que está en Cincinnati convirtiendo humanas en mujeres lobo, estaré condenada. —Dudé—. Otra vez.
El oficial de la AFI soltó un suspiro largo y lento, pero no sabía qué estaba pensando.
—Por eso asesinaron a la secretaria del se?or Ray, ?verdad? —dijo se?alando los cajones que tenía a sus espaldas.
—Probablemente —dije en voz baja—. Pero David no lo hizo.
Maldita sea. Denon tenía razón. Su fallecimiento era en parte culpa mía. Me sentía miserable. Aparté los ojos del cajón y miré a David. Estaba destrozado, intentando comprender las muertes de las tres mujeres. Si esto salía a la luz, ambos estábamos muertos. Entonces me dirigí a Glenn.
—No se lo vas a decir a nadie, ?verdad? —pregunté—. Tienes que guardar silencio sobre esto. Diles a sus allegados que murieron en un accidente.
Glenn sacudió la cabeza.
—Lo mantendré tan en secreto como pueda —dijo mientras se acercaba y se ponía delante de David—. Pero quiero esto sobre el papel. ?Se?or Hue? —dijo respetuosamente—. ?Le importaría venir conmigo a la oficina para cumplimentar algún papeleo?
Mierda. Me dejé caer en la silla acolchada y se formó una nube de aire con olor a incienso a mi alrededor.
—No lo vas a arrestar, ?verdad? —pregunté, y David se puso aún más blanco.
—No, solo le voy a tomar declaración. Por su seguridad. Si me has dicho la verdad —dijo recalcándolo, como si no lo hubiese hecho—, no tienes nada de qué preocuparte. Ni tú ni el se?or Hue.
Le había dicho la verdad, pero seguía sin estar tranquila. Sabía que mi cara tenía una expresión agria cuando me puse de pie al lado de David y le dije:
—?Quieres que vaya contigo? —Me pregunté si debería pensarme lo de marcharme de la iglesia a cambio de los servicios de Skimmer como abogado, por el bien público.