Por unos demonios más

Iba vestido de negro. Su vestimenta recordaba a un uniforme, pero su dise?o era flexible, para permitirle movimiento y comodidad. Estaba muy bien para tener cuarenta y muchos y, si alguna vez necesitaba un modelo que imitar, Quen podría serlo perfectamente. Si no trabajase para Trent, claro.

 

—?Cómo lo llevas? —le pregunté a Quen, y el hombre normalmente estoico dejó entrever una sonrisa. Trent no podía verla desde donde estaba y me pregunté si Quen tenía un sentido del humor del que no me había percatado.

 

—Estoy bien, se?orita Morgan —dijo tranquilamente. Su voz era tan áspera como su piel llena de cicatrices—. Usted está… —Dudó mientras me miraba de arriba abajo al tiempo que reducía la velocidad al unirse al tráfico del puente—. ?Qué se ha hecho? Parece… radiante de salud.

 

Se me subieron los colores. Había notado que ya no tenía las pecas ni las imperfecciones que mis casi veinticinco a?os de vida me habían dado, un beneficio inesperado de cambiar de forma mediante una maldición demoníaca.

 

—Es una larga historia —dije, sin querer entrar en el tema.

 

—Me interesaría escucharla —me espetó con un tono ligeramente acusador.

 

Entonces se oyó el suspiro calculado de Trent procedente del asiento de atrás. Me pareció que lo había presionado suficiente y, como no quería seguir aquella conversación con Quen, levanté una de mis rodillas manchadas de tierra y me giré para poder ver a Trent.

 

—Mira, Trent —dije con sequedad—. Sé que quieres que trabaje en la seguridad de tu boda y la respuesta es no. Te agradezco que me lleves a casa pero estás loco si crees que eso me va a ablandar lo suficiente como para volverme estúpida. No soy uno de tus serviles debutantes…

 

—Yo nunca he dicho eso —interrumpió él. Era una protesta leve, como si aquello le gustase.

 

—Y no voy a ser una maldita dama de honor en tu boda. No tendrías suficiente dinero para pagarme. —Entonces dudé y maldije al destino porque Trent siempre aparecía cuando yo necesitaba grandes cantidades de dinero. ?Es suerte o es que espera a que se me acabe el dinero?—. Ah, y será un trabajo remunerado, ?no? Me refiero a que, por lo general, los vestidos son horrorosos, pero normalmente a las damas de honor no se les paga por ponérselos.

 

Trent se reclinó en la parte trasera de la limusina, relajado, seguro de sí mismo y con las piernas cruzadas como si estuviese en la mejor parte del juego.

 

—Lo sería si tú aceptases.

 

Me dolía la mandíbula y la moví para liberar tensión mientras se me venía a la cabeza mi iglesia y lo que me costaría volver a consagrarla. Los bolsillos de Trent eran tan profundos que ni siquiera parpadearía ante esa cantidad. No era justo pedirle a Ivy que se ocupase de tanta carga económica cuando había sido culpa mía.

 

Trent esbozó una sonrisa de presumido tremendamente irritante al darse cuenta de que había algo que deseaba lo suficiente como para sentirme tentada. Esa era una de las razones por las que me había sentado delante. El elfo era un maestro interpretando a la gente y nos parecíamos tanto que me había calado.

 

—Te estoy pidiendo que te lo pienses —dijo. Luego su rostro perdió todo rastro de fanfarronería y a?adió—: Por favor. Me vendría muy bien tu ayuda en esto.

 

Yo parpadeé y me revolví para ocultar mi estupefacción. ?Por favor? ?Desde cuándo Trent pide las cosas por favor? ?Desde que he empezado a tratarlo como a una persona?, pensé, respondiendo así a mi propia pregunta. Y ?por qué? Entonces me hundí al recordar que, hacía menos de dos meses, le había rogado a un vampiro suicida que se pensase el tomar drogas para aliviar su dolor como alternativa a los medicamentos ilegales a los que solo Trent tenía acceso. ?Dios! Solo habían pasado veinte minutos desde que le había pedido a Glenn que encubriese cómo habían muerto esas mujeres porque eso me haría la vida más fácil.

 

Molesta conmigo misma, empecé a ver la razón subyacente a los asesinatos y a los chantajes de Trent. No decía que sus métodos estuviesen justificados, solo que los comprendía. Trent era el colmo de la pereza y siempre elegía el camino fácil, no necesariamente el legal y más difícil. Pero pedirle a Glenn que ocultase información para evitar una lucha de poder en el inframundo estaba al mismo nivel que matar a tu genetista principal para evitar que acudiese a las autoridades y te denunciase. ?Verdad?

 

Retrasé mi respuesta y que quité la camiseta. El aire fresco alivió mi rubor mientras metía el suave algodón en el bolso para así esconder mejor el foco.

 

—?Por qué? —dije rotundamente—. Quen es tres veces mejor que yo.

 

Su rostro angular mostró un poco de tensión y me entregó una invitación que alguien había devuelto. La miré y vi el ?sí? marcado y una nota escrita a mano debajo que decía que, quienquiera que fuese, estaba deseando ser su testigo.

 

—Vale, ?y? —dije devolviéndosela.

 

—Mira de quién es —dijo mientras me la volvía a dar por encima de los asientos.

 

Con un nudo en el estómago, miré boquiabierta el inofensivo y escandalosamente caro papel de lino que estaba entre los dedos bronceados de Trent. Me sacudió el ruido al pasar sobre una vía de tren y la cogí, dándole la vuelta para ver la dirección.