—No es que no quiera hacerlo —protestó una voz masculina desconocida, aumentando de volumen—. Es que no tengo el equipo ni los conocimientos para arreglarlo.
Vacilé con la mano en el pestillo. El hombre parecía avergonzado. De repente se abrió la puerta y yo di un salto hacia atrás, tambaleándome para conservar el equilibrio. Un hombre joven estuvo a punto de tropezar conmigo, pero se detuvo en el último momento. Tenía la cara recién afeitada y colorada y llevaba el fajín morado de su religión alrededor del cuello. Estaba muy gracioso con sus vaqueros y el polo informal bordado con el nombre de su empresa. Llevaba colgado en el cinturón un móvil que parecía muy caro y en la mano tenía una caja de herramientas cerrada.
—Perdone —dijo enfadado. Dando peque?os pasos, intentó bordearme. Yo di un paso para ponerme en su camino y nuestros ojos se encontraron.
Detrás de él estaba Ivy, que echaba fuego por los ojos, y también Jenks, que revoloteaba a la altura de su cabeza y batía las alas encolerizado. Ella levantó las cejas cuando vio las fundas de seda y luego, volviendo a lo que estaba, dijo secamente:
—Rachel, este es el doctor Williams. Dice que no puede volver a consagrar la iglesia. Doctor Williams, esta es mi socia, Rachel Morgan.
Casi ocultando su irritación, el hombre se pasó la caja de herramientas a la mano izquierda y extendió la derecha. Yo cambié de mano las fundas y le di la mía. Sentí una subida de energía de línea luminosa almacenada que intentaba filtrarse entre nosotros para equilibrarnos y recuperé mi fuerza antes de que saltase. Dios, qué vergüenza.
—Hola —dije. Me pareció mono y tenía un buen apretón de manos. Emanaba un olor embriagador a secuoya, el más fuerte que había olido en mucho tiempo. Era un brujo, uno con estudios, y cuando abrió sus ojos marrones supe que se había dado cuenta de que yo también lo era.
—?Cuál es el problema? —dije soltándole la mano.
?Si es el dinero, acabo de ocuparme de ello. Puedo conseguir el dinero para el lunes.
Me sentí genial al decir eso, pero Jenks descendió unos centímetros y gru?ó, e Ivy lo comprendió al ver las fundas.
—Rachel, no habrás… —dijo, y yo me ruboricé.
—Voy a trabajar en una boda y en una recepción —dije—. ?Acaso puede ser tan malo? Muy malo. Muy, pero que muy malo.
Pero el doctor Williams miraba con los ojos entrecerrados su furgoneta y sacudía la cabeza.
—Lo del dinero no es problema. Sencillamente no puedo hacerlo. Lo siento. Si me disculpa…
Mierda. El primer tío que había venido tampoco había sido capaz.
El hombre intentaba marcharse, pero Ivy se movió con una rapidez vampírica que nos sorprendió a todos. Me miró con los labios fruncidos y murmuró:
—Ya hablaremos de esto —dijo, y luego se dirigió al doctor Williams—. Su anuncio dice…
—Ya sé lo que dice el anuncio —dijo él, interrumpiéndola—. Fui yo quien lo escribió. Ya le he dicho que no tenemos experiencia para su situación.
Bajó otro escalón antes de que Ivy se le pusiese de nuevo delante con un peligroso cerco marrón alrededor de la pupila. él se detuvo y, enfadado, se sacó el fajín púrpura. Me sorprendió la indiferencia que demostraba ante el peligro que representaba Ivy, pero después pensé que, si era capaz de consagrar el suelo, probablemente podría cuidar de sí mismo. Volví a mirarlo de arriba abajo y se me pasaron otras cosas por la cabeza.
—Mire —dijo, bajando la cabeza. Cuando volvió a levantarla tenía una mirada de advertencia—. Si solo se tratase de consagrarla, podría hacerlo, pero su iglesia ha sido blasfemada.
Me quedé con la boca abierta e Ivy cruzó los brazos sobre el pecho en un signo poco habitual de preocupación. ?He lanzado una maldición demoníaca sobre suelo blasfemado sin proteger mi aura? Estupendo.
—?Blasfemada! —exclamó Jenks desprendiendo chispas plateadas. De entre los arbustos vino una llamada aguda de un fisgón con alas que pronto desapareció.
El hombre miró el arbusto y luego a mí.
—Desde los dormitorios hasta la puerta principal —dijo, claramente resignado a no marcharse hasta que yo me quedase satisfecha—. La iglesia entera está contaminada. Primero tendría que sacar la mancha demoníaca y no sé cómo hacerlo.
Su falta de miedo pareció darle una razón a Ivy para contener sus emociones y volver a controlarse, pero Jenks estaba agitando las alas con agresividad. Estaba preparándose para atacar al hombre y su actitud empezaba a cabrearme. Si el doctor Williams no podía hacerlo, pues no podía hacerlo.
—Jenks —le reprendí—, atrás. Si no puede hacerlo no es culpa suya.
El doctor apretó con más fuerza el asa de su caja de herramientas. Aquello le había dolido.
—Normalmente hay que llamar al forense para limpiar una invocación fallida, no a mí.
Ivy se puso rígida y, antes de que se pusiese en plan vampiresa, me puse en medio y dije:
—Yo no invoqué al demonio. Apareció sola.
él se rio con amargura, como si me hubiese pillado en una mentira.
—?Sola? —dijo mofándose—. Los demonios hembra no pueden cruzar las líneas.