Por unos demonios más

—?No pueden o no lo hacen?

 

Aquello hizo que se callase y su expresión mostró un poco más de respeto. Entonces sacudió la cabeza y su expresión recuperó la dureza anterior.

 

—Los practicantes de magia demoníaca tienen una esperanza de vida de meses, se?orita Morgan. Le sugiero que cambie de profesión. Antes de que su estado vital lo haga por usted.

 

El doctor Williams bajó otro escalón y yo salí disparada tras él.

 

—Yo no hago tratos con demonios. Ella se apareció sin más.

 

—Eso es lo que digo. —Tenía los pies en la acera, se detuvo y se giró—. Lo siento mucho, se?orita Tamwood, Jenks… —Luego me miró a mí—. Se?orita Morgan, pero esto actualmente está fuera de mis habilidades. Si el suelo no estuviese maldecido no habría problema, pero como lo está…

 

Sacudió la cabeza de nuevo y se dirigió a su furgoneta.

 

—?Y si hacemos que lo limpien?

 

Se detuvo ante la parte de atrás de la furgoneta, la abrió y metió dentro la caja de herramientas. La cerró de un portazo con el fajín púrpura todavía en la mano.

 

—Sería más barato sacar los cuerpos del cementerio y construir una nueva iglesia sobre suelo consagrado. —Vaciló mientras miraba el cartel de cobre que colgaba sobre la puerta de la iglesia y que declaraba orgullosamente ?Encantamientos Vampíricos?—. Lo siento. Pero deberían considerarse afortunadas de haber sobrevivido.

 

Arrastrando los pies por el asfalto, desapareció al otro lado de la furgoneta. El sonido de la puerta del conductor al cerrarse resonó en la tranquila calle e hizo desviar la atención del tintineo de un camión de helados. Mientras se alejaba en su furgoneta, Ivy se sentó en el segundo escalón empezando por abajo. Sin mediar palabra, me senté a su lado y doblé las fundas sobre las rodillas. Tras un momento de duda, Jenks se posó en mi hombro. Juntos observamos el camión de los helados acercarse. Su alegre cancioncilla resultaba irritante.

 

Formando una nube estridente y rápida como un relámpago, los hijos de Jenks se lanzaron sobre él entrando y saliendo por la ventana hasta que el hombre se detuvo. Venía todos los días a partir del uno de julio para vender un cono de helado de dos dólares a una familia de pixies.

 

Jenks me despeinó el pelo con las alas al despegar.

 

—Eh, Ivy —dijo con confianza—, ?puedes pasarme un par de billetes?

 

Aquello había llegado a ser una vieja costumbre y, con los hombros caídos, Ivy se puso de pie. Entró en la iglesia a buscar el bolso mientras refunfu?aba para sus adentros.

 

Sabía que debería estar preocupada por la iglesia y por dormir en un suelo blasfemado, pero me fastidiaba trabajar para Trent para nada, ya que no podíamos volver a consagrar la iglesia. Y además, el día de mi cumplea?os.

 

Mientras Jenks les gritaba a sus hijos que eligiesen un sabor y que acabasen, yo saqué el teléfono del bolso y pulsé la tecla de marcado rápido. Tenía que llamar a Kisten.

 

 

 

 

 

11.

 

 

Me relajé al oír el sonido del plástico al colgar mi nuevo conjunto al lado de los dos vestidos de dama de honor en la parte de atrás de la puerta del armario. El plástico negro con el logotipo de Corazón de Veneno parecía vulgar al lado de las fundas de seda y las toqué para comprobar que realmente alguien se había gastado dinero en algo tan extravagante.

 

Sacudí la cabeza y desenvolví mi última compra, arrugué el plástico y lo tiré en una esquina, donde se volvió a abrir lentamente, haciendo bastante ruido en el silencio de la iglesia. Acababa de volver del centro comercial en bus y me moría de ganas de ense?arle a alguien lo que había comprado para la cena y el ensayo de la boda de Trent, pero Ivy había salido y Jenks estaba en el jardín. Corazón de Veneno era una tienda exclusiva y había disfrutado como una enana de una tarde de compras sin sentirme culpable. Necesitaba esta ropa para el trabajo. Podía desgravarlo.

 

Era una noche húmeda. Se me pegaba la camisa y, como nuestros ahorros para el sistema central de aire acondicionado habían sido destinados a consagrar el suelo, parecía que este a?o nos tendríamos que conformar con colocar un aparato para la ventana. Todas las ventanas estaban abiertas y el ruido de un coche que pasaba se mezcló con el sonido de los ni?os de Jenks jugando al croquet con un escarabajo de san Juan.