Por unos demonios más

—Rachel —dijo cuando se cerró la puerta. Luego miró a David y a Kisten y frunció el ce?o con un toque de oficialidad de la AFI. La confianza de David se había degradado hasta convertirse en depresión y Kisten estaba nervioso. Yo estaba teniendo la sensación de que no le gustaba que yo estuviese allí.

 

—Hola, Glenn —dije, consciente de mi aspecto tan poco profesional: unas zapatillas, una camiseta verde descolorida y unos vaqueros manchados de tierra—. Gracias por dejarme arrancarte de tu mesa de despacho.

 

—Dijiste que se trataba de las mujeres lobo sin identificar. ?Cómo iba a negarme?

 

David apretó la mandíbula. Glenn se dio cuenta de su reacción y suavizó la mirada al entender por qué estaba David allí. Noté la presencia de Kisten detrás de mí y me di la vuelta.

 

—Glenn, este es Kisten Felps —dije, pero Kisten ya se había adelantado y sonreía con los labios cerrados.

 

—Ya nos conocemos —dijo Kisten agarrando la mino y dándole un apretón firme—. Bueno, es una forma de hablar. Tú fuiste el que abatió a los camareros de Piscary el a?o pasado.

 

—Con la pistola de bolas de Rachel —dijo Glenn, efe repente nervioso—. Yo no…

 

Kisten le soltó la mano y se apartó.

 

—No, no me diste. Pero te vi durante el resumen de las noticias. Buen disparo. Es difícil tener precisión cuando tu vida pende de un hilo.

 

Glenn sonrió y mostró sus dientes planos y uniformes. Era el único tío de la AF1 que conocía, además de su padre, que podía hablar con un vampiro sin miedo y que sabía traer el desayuno cuando llamaba a la puerta de una bruja a mediodía.

 

—?Sin remordimientos? —preguntó Glenn.

 

No estás de broma, pensé yo, preguntándome en qué lío se iba a meter Kisten si Piscary salía de prisión. Yo no era la única con la que tenía asuntos pendientes el se?or de los vampiros. Y aunque Piscary podía hacerle da?o a Kisten aun estando en prisión, tenía la sensación de que el vampiro no muerto disfrutaba alargando el miedo a lo desconocido. Puede que perdonase a Kisten por darme embalsamador egipcio para incapacitarlo y que viese la traición como el acto de un ni?o rebelde y desobediente. Quizá. Conmigo solo estaba cabreado.

 

David se acercó arrastrando los pies.

 

—David. David Hue —dijo con los ojos cerrados—. ?Podemos acabar con esto?

 

Glenn le apretó la mano y su cara inexpresiva se convirtió en el distanciamiento profesional que yo sabía que utilizaba para poder dormir por las noches.

 

—Por supuesto, se?or Hue —dijo. El detective de la AFI miró a Iceman y el universitario le lanzó la Betty Mordiscos con la llave. él la cogió patas arriba y las orejas del meticuloso oficial de la AFI se sonrojaron de vergüenza.

 

—?Rachel? —murmuró Kisten mientras todos íbamos hacia allí—. Si te puede llevar David a casa, necesito largarme de aquí.

 

Yo me paré. Glenn se giró mientras me sostenía abierta la puerta. Al otro lado pude ver la distribución de cómodos asientos y el compa?ero de trabajo de Iceman rondando con una carpeta en la mano, mirándonos por encima de las gafas. ?Kisten tiene miedo a la muerte?

 

—Kisten —dije para intentar persuadirle, sin creérmelo. Me habría gustado parar en la Gran Cereza de camino a casa para comprar la dosis de tomate de Glenn, en una tienda de hechizos para el vino de lilas, y en cualquier parte para comprar una caja de velas de cumplea?os con la esperanza de tener un pastel en el futuro. Pero Kisten dio un paso atrás.

 

—De verdad —dijo—. Tengo que irme. Hoy llega un queso poco común y si no estoy allí para firmar tendré que ir a la oficina de correos a recogerlo.

 

Un queso poco común, y una mierda. Y odio no tener mi propio coche. Con la cadera ladeada, tomé aire para quejarme, pero David me interrumpió y dijo:

 

—Yo te llevaré a casa, Rachel.

 

Los ojos de Kisten me suplicaban. Cedí y murmuré:

 

—Venga, vete. Te llamaré luego.

 

él sacudió los pies y su elegancia habitual desapareció, haciéndolo parecer encantadoramente vulnerable. Se inclinó y me dio un beso rápido en el cuello.

 

—Gracias, amor —susurró. Me dio un apretón en el hombro y me ense?ó la punta de los dientes. Aquello me hizo sentir un escalofrío de deseo que me llegó hasta los huesos.

 

—Deja de hacer eso —le susurré mientras lo empujaba suavemente para separarlo de mí y me ponía colorada.

 

él se apartó sonriendo. Hizo un gesto con la cabeza que indicaba seguridad para despedirse del resto de los hombres, metió las manos en los bolsillos y se marchó con paso despreocupado.

 

Que Dios me ayude, pensé mientras me pasaba la mano por el cuello. Tenía la sensación de que me acababa de utilizar para recuperar su confianza. Claro, tenía miedo de la muerte, pero yo era su novia y, al parecer, demostrarlo delante de otros tres tíos había reforzado su masculinidad. En fin.

 

Todavía tenía la cara caliente cuando Glenn carraspeó.

 

—?Qué? —murmuré yo al entrar delante de él—. Es mi novio.