Mi mirada se detuvo en la peque?a y gruesa agenda negra que tenía junto al teléfono. Al parecer eso no lo ha coartado a la hora de tener citas. Joder, si hasta necesitaba una tira de goma para poder cerrar aquella cosa.
—?Mejor? —dije yo, y David levantó la mirada. Sus hermosos y profundos ojos marrones estaban abiertos de par en par invadidos por un miedo lento que no le sentaba nada bien. Tenía un cuerpo hermoso y esbelto que había forjado para correr y que él disfrazaba bajo aquel cómodo traje. Estaba claro que iba de camino a la oficina cuando algo que ocurrió lo puso muy nervioso y me preocupaba que algo pudiese dejarlo en ese estado. David era la persona más estable que conocía.
Sus zapatos brillaban desde debajo de la mesa de café, estaba recién afeitado y no tenía ni un pelo de barba negra que desluciese su piel morena y ligeramente áspera. Una de las veces que me persiguió lo había visto con un abrigo hasta los pies y un sombrero destartalado y parecía Van Helsing. Tenía un exquisito pelo negro, era largo y ondulado y sus gruesas cejas combinaban a la perfección. Tenía casi la misma confianza en sí mismo que el personaje de ficción, pero ahora mismo estaba preocupado y distraído.
—No —dijo él con una voz baja y penetrante—. Creo que estoy matando a mis novias.
Kisten se giró y yo levanté una mano para evitar que el vampiro dijese algo estúpido. Si David era algo, era sensato, y como perito de seguros era rápido, espabilado y difícil de sorprender. Si creía que estaba matando a sus novias tenía que haber alguna razón para ello.
—Te escucho —dije a su lado, y David inspiró lentamente, obligándose a sí mismo a sentarse recto en el borde del sofá.
—Estaba intentando conseguir una cita para este fin de semana —comenzó a decir, mirando a Kisten.
—?Para la luna llena? —lo interrumpió Kisten, y consiguió ganarse tanto mi cabreo como el de David.
—La luna llena no es hasta el lunes —dijo el hombre lobo—. No soy uno de esos hombres lobo universitarios hasta las orejas de veneno que destrozan tu bar. Tengo tanto control sobre mí mismo con luna llena como tú.
Evidentemente, había puesto el dedo en la llaga. Kisten levantó una mano para tranquilizarlo y dijo:
—Lo siento.
La tensión que había en la sala se relajó y los ojos atormentados de David se dirigieron a la agenda que estaba junto al teléfono.
—Anoche me llamó Serena y me preguntó si tenía gripe. —Levantó los ojos para mirarme y luego apartó la vista—. Me pareció raro, ya que estamos en verano, pero entonces llamé a Kally para ver si estaba libre y ella me preguntó lo mismo.
Kisten se rio entre dientes y dijo:
—?Quedaste con dos mujeres en un mismo fin de semana?
David arrugó la frente.
—No, con una semana de diferencia. Así que, al ver que no sabía nada de ellas desde hacía casi un mes, llamé a otras mujeres.
—Estás muy solicitado, se?or Peabody.
—Kisten —murmuré yo. No me gustó la referencia a la vieja serie de dibujos animados—. Déjalo. —El gato de David me estaba mirando desde lo alto de la escalera. Ni siquiera intenté persuadirlo para que bajase. Estaba abatida.
A David no le amedrentaba en absoluto el vampiro vivo. No aquí, en su propio apartamento.
—Sí —dijo con tono beligerante—, así es, la verdad. ?Quieres esperar en el porche?
Kisten levantó una mano con un gesto que quería decir ?No importa?, pero a mí no me costaba creer que al atractivo hombre lobo de treinta y tantos lo llamasen mujeres para salir. David y yo estábamos cómodos con nuestra relación puramente empresarial, aunque me molestaba un poco que tuviese problemas con el tema de las diferentes especies. Pero mientras me respetase como persona, estaba dispuesta a dejar que se perdiese a una buena parte de la población femenina. Peor para él.
—Aparte de Serena y Kally no pude hablar con ninguna. —Miró su agenda negra como si estuviese poseída—. Con ninguna de ellas.
—?Entonces crees que están muertas? —le pregunté, sin ver motivo para ese razonamiento.
David tenía una mirada angustiada.
—He tenido unos sue?os muy extra?os con ellas —dijo—. Con mis amigas, quiero decir. Me despierto en mi propia cama limpio y descansado, no cubierto de barro y desnudo en el parque, así que nunca les di demasiada importancia, pero ahora…
Kisten se rio y yo empecé a desear haberlo dejado en el coche.
—Te están evitando, hombre lobo —dijo el vampiro, y David se puso recto en un arranque de ira.
—Han desaparecido —murmuró él.
Yo observaba con recelo, consciente de que Kisten era demasiado espabilado como para presionarlo demasiado, pero ahora mismo David era imprevisible.
—O no contestan al teléfono, o sus compa?eras de piso no saben dónde están. —Me miró atormentado—. Esas son las que me preocupan. Con las que no pude contactar.
—Seis mujeres —dijo Kisten, que ahora estaba de pie junto al ventanal que daba a un peque?o patio.
—Eso no es malo. Probablemente la mitad de ellas se hayan mudado.