Ella resopló y luego se oyó el leve ruido de la puerta de su ba?o al cerrarse, una clara indicación de lo que le parecía que Kisten y yo estuviésemos juntos, a pesar de la antigua relación de novios que había habido entre ellos. Si él me tocaba la sangre, las cosas se pondrían feas. Esa era la razón por la que Kisten se ponía fundas en los dientes cuando dormíamos juntos. Pero si iba a compartir mi cuerpo con otra persona que no fuese Ivy, ella prefería que fuese con Kisten. Y así… así estaban las cosas.
La relación entre Ivy y Kisten era más platónica en la actualidad, con un poco de sangre derramada por en medio para mantener la cercanía. Nuestra situación se había convertido en un acto de equilibrio, ya que ella había probado mi sangre y había jurado que no la volvería a tocar, pero tampoco quería que Kisten la tocase, incapaz de ceder a la esperanza de que pudiésemos encontrar una forma de que lo nuestro funcionase, aunque ella misma negaba que fuese posible. Desafiando su habitual papel de sumiso, Kisten le había dicho a Ivy que él se arriesgaría a que yo sucumbiese a la tentación y le dejase clavar sus dientes en mi piel. Pero hasta entonces todos podríamos fingir que todo era normal. O lo que pasase por normal en estos tiempos.
—Entonces, ?nos vamos? —dije mientras se me enfriaba la pasión al recordar que aquella maldita situación se reforzaría mientras no cambiase el statu quo.
él se rió entre dientes y me dejó empujarlo hacia la puerta, pero el carraspeo evidente de Skimmer hizo que pasase de ser maleable a una roca inamovible y yo me rendí, derrotada, cuando su voz sensual resonó en el santuario.
—Buenos días, Kisten.
La sonrisa de Kisten se agrandó al mirarnos a una y luego a la otra, ya que estaba claro que sentía mi desesperación.
—?Podemos marcharnos? —susurré.
Con las cejas en alto, me giró hacia la puerta.
—Hola Dorothy. Hoy estás muy guapa.
—No me llames eso, hijo de… —dijo ella con un tono agrio a mis espaldas mientras yo salía delante de Kisten. Al parecer Skimmer sentía por Kisten lo mismo que por mí. No me sorprendía. Ambos éramos una amenaza para su reclamo sumiso de Ivy. Ninguno de nosotros era un verdadero obstáculo: yo porque me lo impedía Ivy y Kist por su pasado. Pero a ver quién se lo hacía entender. Tener varios compa?eros de sangre y de cama era algo común para los vampiros, pero también lo eran los celos.
Respiré hondo cuando la puerta se cerró detrás de nosotros. El sol me hizo entrecerrar los ojos y sentí como se me relajaban los hombros. Todo eso duró tres segundos, hasta que Kisten preguntó:
—?Skimmer se ha quedado a dormir?
—No quiero hablar de eso —le dije medio gru?endo.
—?Tan malo es? —a?adió él caminando a mi lado.
Yo miré con anhelo mi descapotable y luego su Corvette.
—Ya no es agradable conmigo —me quejé, y Kisten apuró el paso para abrirme la puerta galantemente antes de que yo cogiese la manilla. Le prodigué una sonrisa de agradecimiento y entré, acomodándome en los confines familiares de su coche con aroma a cuero e incienso. Dios, qué bien olía. Cerré los ojos y me recosté mientras Kisten iba hasta su lado. Los mantuve cerrados incluso mientras se ponía el cinturón y arrancaba el coche. Quería relajarme.
—Cuéntame —dijo cuando se puso en marcha y ver que yo seguía en silencio.
Se me pasaron por la cabeza mil cosas, pero lo que me salió por la boca fue:
—Skimmer… —Entonces dudé—. Ha averiguado que es Ivy la que no permite un equilibrio de sangre entre nosotras, no yo.
Su leve suspiro llamó mi atención. El sol hacía brillar su barba de tres días y de repente sentí la necesidad de tocarla. Observé que miraba por el retrovisor la iglesia que quedaba a nuestras espaldas. Abatida, bajé mi ventanilla y dejé que la brisa matinal me moviese el pelo.
—?Y? —dijo de repente, mientras aceleraba adelantando la estela de humo de un Buick azul.
Yo entorné los ojos y me aparté el pelo de la cara.
—Se ha vuelto desagradable. Intenta alejarme. Le dije que Ivy solo está asustada y que estoy esperando a que deje de estarlo, así que Skimmer ha pasado de ?Quiero ser tu amiga porque Ivy es tu amiga? a ?Hazle un favor al mundo y muérete?.
Kisten apretó con más fuerza el volante y pisó el freno con demasiada fuerza al llegar al semáforo.
Al darme cuenta de lo que acababa de decir, se me subieron los colores. Sabía que él prefería que me muriese de ganas por que él me diese un mordisco. Pero si dejaba a Ivy morderme le daría algo.
—Lo siento, Kisten —susurré.
él no decía nada. Solo miraba la luz roja.
Entonces le toqué la mano.