Por unos demonios más

—Ya está —dijo, mirándome con indecisión—. He puesto una nota pidiendo que no molesten. Expirará al salir el sol. —Respiró profundamente. Parecía haber tomado una decisión—. Esto era necesario —dijo ella, como si intentase convencerse a sí misma, pero cuando yo asentí para mostrarle que estaba de acuerdo, sus rasgos adoptaron una expresión que a mí me pareció miedo.

 

—Gracias, Ceri —le dije, desconcertada, y ella salió por la puerta principal y la cerró sin hacer ningún ruido. Oí sus pies correr sobre la acera mojada y luego nada más. Me giré hacia Jenks, que seguía revoloteando.

 

—?De qué iba todo eso? —le pregunté con un fuerte sentimiento de inseguridad.

 

—Quizá no pueda admitir que no sabe por qué ha salido toda tu aura —dijo mientras se acercaba para sentarse sobre mi rodilla cuando volví al sofá y apoyé la planta del pie contra el borde de la mesa—. O quizá está enfadada consigo misma por haber estado a punto de exponerte sin tu aura. —Dudó, y luego dijo—: No te ha dado un abrazo de despedida.

 

Estiré el brazo para coger la copa y le di un sorbo que me hizo sentir un hormigueo, por mi aura manchada de vino, casi como si respondiese a lo que acababa de beber. Esa sensación desapareció lentamente. Volví a pensar en cuando se cayó el círculo de Ceri y en la sensación de la campana resonando por todo mi cuerpo al invocar la maldición. Había sido agradable. Eso estaba bien, ?no?

 

—Jenks —dije, agotada—. Me gustaría que alguien me explicase qué demonios está ocurriendo.

 

 

 

 

 

7.

 

 

El sol de la tarde me calentaba los hombros, solo cubiertos por las tiras de la camiseta. La lluvia de la noche pasada había dejado el suelo blando y el calor húmedo que flotaba unos dos centímetros sobre la tierra revuelta era reconfor-tante. Estaba aprovechando para plantar mi nueva planta de tejo con la idea de que quizá podría hacer algunas pociones de olvido en caso de que Newt volviese a aparecer. Lo único que necesitaba ahora eran lilas prensadas y fermentadas. No era ilegal hacer hechizos de olvido, solo utilizarlos, y ?quién me podría culpar por utilizar uno contra un demonio?

 

Una punta cortada produjo un suave ruido sordo al caer dentro de una de mis ollas para hechizos más peque?as y, mirando a la tierra, me arrodillé ante la lápida de la que brotaba y metí un poco los dedos entre las ramas para recoger las que crecían hacia dentro, hacia el centro de la planta.

 

La reacción de Ceri anoche al ver desbordarse mi aura me había dejado muy preocupada, pero se estaba muy bien al sol y me vino bien para recuperar fuerzas. Puede que hubiese hecho una conexión fuerte con siempre jamás, pero nada había cambiado. Y Ceri tenía razón. Necesitaba una forma para que Minias se pusiese en contacto conmigo sin tener que aparecerse. Era más seguro. Más fácil.

 

Hice una mueca y dejé de podar para sacar malas hierbas y ampliar el círculo de tierra limpia. Tan fácil como pedir un deseo. Y los deseos siempre se vuelven contra uno.

 

Miré el ángulo del sol y decidí que debía dejarlo y lavarme antes de que Kisten viniese a buscarme para llevarme a las clases de conducir. Me puse de pie, me sacudí la tierra de los vaqueros y recogí las herramientas. Miré la lápida manchada por la polución y luego amplié mi campo de visión hasta abarcar la gran extensión de mi cementerio amurallado; a continuación, divisé los Hollows y, mucho más allá, al otro lado del río, los edificios más altos de Cincinnati. Me encantaba esto, era un lugar de tranquilidad rodeado de vida que zumbaba como mil abejas.

 

Me dirigía la iglesia sonriendo y tocando las lápidas al pasar, reconociéndolas como viejos amigos y preguntándome cómo habría sido la gente que allí reposaba. Vi salir una ráfaga de pixies por la puerta de atrás de la iglesia y decidí dirigirme allí, ya que tenía curiosidad por lo que estaba ocurriendo. Mi peque?a sonrisa se hizo más grande cuando, tras el aleteo de una libélula, vi a Jenks. Los pixies me rodearon. Estaban muy guapos con su ropa informal de jardinería.

 

—Eh, Rachel, ?has acabado allí? —dijo a modo de saludo—. Mis hijos se mueren por ver cómo arreglas el jardín.

 

Esquivando el círculo de suelo blasfemado que rodeaba una tumba con un ángel llorando, lo miré de reojo.

 

—Claro. Solo diles que tengan cuidado con las puntas que rezuman. Esa cosa es tóxica.

 

él asintió y sus alas se volvieron ligeramente borrosas mientras se cambiaba de lado para que yo no tuviese que mirar al sol.

 

—Ya lo saben. —Dudó y luego, con una rapidez que dejaba entrever que estaba avergonzado, me soltó—. ?Me vas a necesitar hoy?

 

Yo levanté la vista de aquel suelo inestable y luego volví a bajarla.

 

—No, ?qué pasa?

 

Entonces una gran sonrisa llena de orgullo paterno le iluminó la cara y cayó una ligera chispa dorada al soltar un poco de polvo.

 

—Es Jih —dijo con satisfacción.

 

Yo aminoré el paso. Jih era su hija mayor y ahora vivía al otro lado de la calle con Ceri para construir un jardín que la pudiese mantener a ella y a su futura familia. Al ver mi preocupación, Jenks se rió.