—Supuestamente tiene que hacer eso, ?no? —pregunté, y Ceri murmuró algo que sonó a afirmación.
La cortina roja que formaba mi melena me bloqueaba la visión, pero la oí susurrarle algo a Jenks, y el pixie voló hacia ella. Sentí un escalofrío; me sentía desnuda sin mi aura. Seguía intentando no mirar al espejo mientras escribía, ya que la nube de mi aura parecía una especie de niebla o de brillo alrededor de mi reflejo, que era una sombra oscura. El color puro, alegre y dorado que en su día tenía mi aura se había te?ido con una capa negra de mácula demoníaca. En realidad, pensé mientras terminaba el pentáculo y empezaba a hacer el primero de los símbolos, el negro le da más profundidad, casi como una pátina antigua. Sí, claro.
Al terminar el último símbolo sentí un cosquilleo en la mano que se convirtió en un calambre. Exhalé y me dispuse a dibujar el círculo interior siguiendo las puntas del pentáculo. La nube que formaba el cristal al arder era cada vez más densa y me distorsionaba la visión, pero supe exactamente cuando el inicio y el final de la línea se tocaron.
Mis hombros se retorcieron al sentir una vibración que me atravesó el cuerpo, primero en mi aura extendida en el espejo y luego en mí. El círculo interior ya estaba hecho y parecía haber sido grabado sobre mi aura al marcar el cristal.
Con el pulso acelerado, me dispuse a hacer el segundo círculo. Este también resonó al terminarlo y me estremecí cuando mi aura empezó a abandonar el espejo adivinatorio, introduciendo la figura completa en mí y llevando consigo la maldición.
—échale sal, Rachel. Antes de que te queme —dijo Ceri con urgencia, y de repente apareció en mi campo de visión la bolsa blanca de cordones que contenía sal marina.
Mis dedos buscaron con torpeza los cordones y, por fin, cerré los ojos para progresar mejor. Me sentía desconectada. Mi aura estaba regresando lenta y dolorosamente y parecía arrastrarse por mi piel y penetrar capa por capa quemándome. Tenía la sensación de que, si no terminaba esto antes de recuperar mi aura por completo, iba a dolerme de verdad.
La sal hizo un ligero sonido sibilante al contacto con el cristal y yo me estremecí con la sensación de una arena fría e invisible raspándome la piel. Sin molestarme en seguir los patrones, la vacié toda. El corazón me latía con fuerza cuando su peso golpeó el espejo y me hizo sentir el pecho más pesado.
El cubo apareció a mis pies y el vino junto a mis rodillas… en silencio, discretamente. Con las manos temblando, busqué a tientas mi fantástico cuchillo simbólico, me pinché el dedo gordo y dejé caer tres gotas de sangre en el vino mientras escuchaba lejana la voz de Ceri que me decía qué hacer, susurrando, orientándome, diciéndome cómo mover las manos y cómo terminar con aquello antes de desmayarme debido a las sensaciones que estaba teniendo.
El vino cayó en cascada sobre el espejo y a mí se me escapó un gemido de alivio. Era como si pudiese sentir la sal disolviéndose en el cristal, adhiriéndose a él, sellando el poder de la maldición y silenciándola. Sentí un zumbido por todo el cuerpo; la sal que tenía en la sangre resonaba con el poder, asentándose en nuevos canales y volviéndose somnolienta.
Tenía los dedos y el alma fríos a causa del vino y los sacudí, sintiendo que se deshacía lo que quedaba de sal arenosa.
—Ita prorsus —dije, repitiendo las palabras de invocación que Ceri me iba diciendo, pero en realidad la invocación no se produjo hasta que toqué con la lengua el dedo mojado de vino.
Mi obra despidió la oleada de mácula demoníaca. Dios, podía ver su parecido con una niebla negra. Incliné la cabeza y la tomé (no la combatí, la tomé) y la acepté con un sentimiento de inevitabilidad. Era como si una parte de mí hubiese muerto, aceptando que no podía ser quien yo quería, por lo que tuve que crear a alguien con quien pudiese vivir. Se me aceleró el pulso y luego se me calmó.
La presión del aire cambió y sentí que descendían las burbujas de Ceri. Oímos el leve repicar de las campanas en el campanario por encima de nuestras cabezas. Las vibraciones invisibles ejercieron presión sobre mi piel y fue como si pudiese sentir la maldición imprimiéndose en mí en olas más peque?as y suaves, impulsadas por ondas sonoras tan bajas que solo se podían sentir. Y cuando hubo acabado, la sensación desapareció.
Tomé aire y me centré en el espejo manchado de vino que tenía en las manos. De él colgaba una brillante gota de sangre, que luego cayó creando eco en el vino salado que estaba dentro del cubo. El espejo ahora reflejaba el mundo con una tonalidad oscura y rojiza, pero que palidecía al acercarse a la estrella de cinco puntas rodeada por dos pentáculos de dos círculos que tenía ante mí, grabados con una perfección impactante y cristalina. Era algo bellísimo y captaba y reflejaba la luz formando matices carmesíes y plateados, todos tornasolados y resplandecientes.