Seguí a Ceri con la copa de vino y el plato al santuario tras haber recuperado la calma, para aprovechar aquel espacio más fresco. Su té ya estaba en la mesita del café, situada entre el sofá de ante y el par de sofás a juego que había en la esquina. No sabía cómo podía beberse aquello cuando estaba tan caliente pero al verla con su ligero vestido tuve que admitir que parecía más fresca que yo con mis pantalones cortos y mi camiseta, aunque yo ense?ase más piel. Debe ser cosa de elfos. El frío tampoco parecía molestarle. Estaba empezando a pensar que era tremendamente injusto.
A un lado estaba mi espejo adivinatorio, para dibujar el pentáculo de invocación sobre él, mi última barra de tiza magnética, más tejo, un cuchillo ceremonial, mis tijeras de plata, una bolsita blanca de sal marina y un bosquejo que Ceri había hecho antes utilizando los lápices de colores de Ivy. Ceri también había sacado el cubo de la despensa. No quería saberlo. De verdad que no quería saberlo. El círculo iba a ser diferente del que había dibujado en el suelo aquella misma ma?ana: una conexión permanente que yo no tendría que invocar con mi sangre cada vez que quisiese responderlo. La mayoría de las cosas que había en la mesa estaban destinadas a conseguir que la maldición se pegase al cristal.
El ruido suave de los platos mientras nos colocábamos era reconfortante y yo me tiré en una de las cómodas sillas tratando de fingir por unos momentos más que esto no era más que una reunión de tres amigos para comer una noche lluviosa de verano. Minias podía esperar. Me puse el plato en el regazo y cogí el tenedor mientras disfrutaba de la tranquilidad.
Ceri colocó la botella llena de vino tinto sobre la mesa a su lado, cogió la taza de té entre sus dedos vendados y lo bebió con gracia. El nerviosismo empezaba a hacerse patente y a abrirse camino por mi espalda: aquello me quitaba el apetito. Jenks se dirigía al tarro de miel que Ceri se había echado en el té y ella lo tapó para quitarlo de su alcance. Gru?endo, Jenks revoloteó hacia las plantas que había sobre mi escritorio, enrabietado.
—?Estás segura de que esto no es peligroso? —le pregunté mientras miraba toda aquella parafernalia. No entendía la magia de líneas luminosas y, por lo tanto, no confiaba en ella.
Ceri arqueó las cejas mientras partía un trozo de su pan de hierbas. Un mechón de su pelo ondeaba con la brisa que entraba por los montantes de abanico abiertos, situados sobre las vidrieras fijas, que ahora de noche estaban oscuras.
—Nunca es seguro pedir la atención de un demonio, pero no creo que quieras dejar esto sin zanjar.
Asentí con la cabeza y pinché otro montón de pasta con el tenedor. No sabía a nada y dejé el tenedor en el plato.
—?Crees que Newt vendrá con él?
Ella se ruborizó un poco.
—No. Lo más probable es que no se acuerde ti, y Minias no permitirá que nadie se lo recuerde. Cuando ella se pierde, él recibe una reprimenda.
Me preguntaba qué sería lo que sabía Newt y que era tan terrible que tenía que olvidarlo para mantenerse medianamente cuerda.
—Ella cogió tu círculo. No creía que fuese posible.
Ceri se limpió delicadamente la comisura de los labios con una servilleta para esconder su miedo.
—Newt hace lo que quiere porque nadie es lo suficientemente fuerte como para responsabilizarse de ella —dijo ella. Debió de notar mi ansiedad, porque a?adió—: En este caso es una habilidad. Newt sabe hacer de todo. Es solo cuestión de tiempo que lo recuerde durante el tiempo suficiente como para ense?ar a alguien.
Quizá por eso Minias seguía con ella a pesar del peligro. Quizá estuviese aprendiendo cosas, poco a poco.
Ceri cogió el mando a distancia y apuntó al equipo de música. Era un gesto muy moderno para una personalidad tan vieja, y yo sonreí. Si no sabías que se había pasado mil a?os como familiar de un demonio, pensarías que tenía treinta y tantos.
De repente se escuchó un jazz ligero.
—Se ha puesto el sol. Deberías volver a dibujar el círculo de invocación antes de media noche —dijo alegremente, y a mí se me hizo un nudo en el estómago—. ?Recuerdas las figuras de esta ma?ana? Son las mismas.
La miré intentando no parecer estúpida.
—Mmm… no.
Ceri asintió y luego hizo cinco movimientos distintos con la mano derecha.
—?Te acuerdas?
—Mmm… no —repetí. No tenía ni idea de qué conexión había entre las figuras dibujadas y sus movimientos de mano—. Y pensé que lo harías tú. Dibujarlos, me refiero.
Ceri soltó el aliento con un largo suspiro de exasperación.
—Es en su mayoría magia de líneas luminosas —dijo—. Con gran simbolismo e intención. Si no lo dibujas de principio a fin entonces seré yo la que reciba todas las llamadas entrantes… y, Rachel, me caes bien, pero no voy a hacer eso.
Yo hice una mueca y le dije:
—Lo siento.
Ella sonrió, pero capté un gesto de dolor en su rostro cuando no se dio cuenta de que la estaba mirando. Ceri era la persona más agradable que conocía: les daba chucherías a los ni?os y a las ardillas, era amable con los vendedores a domicilio, pero tenía poca paciencia en lo relativo a ense?ar. Su temperamento brusco no casaba bien con mi falta de concentración y mis hábitos de estudio caóticos.
Me puse colorada, dejé a un lado el plato y coloqué entre las piernas el espejo adivinatorio. Ya no tenía hambre y la poca paciencia de Ceri me estaba haciendo sentirme estúpida. Nerviosa, cogí mi tiza magnética.