Oh Dios, ?y ahora qué? Entonces tuve un presentimiento y dije:
—?Es Jenks?
—No —dijo Ivy con voz airada, y entonces me relajé—. Es tu hombre lobo.
—?David? —dije tartamudeando, y Kisten metió el coche en el aparcamiento de la autoescuela.
—Ha estado intentando ponerse en contacto contigo —dijo Ivy con tono de preocupación y de enfado—. Dice… ?estás lista para escuchar esto? Dice que está matando mujeres y no lo recuerda. Mira, ?lo vas a llamar? En los últimos tres minutos ha llamado dos veces.
Quería reírme pero no podía. El asesino de hombres lobo que la SI estaba encubriendo. El demonio que había destrozado mi sala de estar por el foco. Mierda.
—De acuerdo —dije con voz suave—. Gracias. Adiós.
—?Rachel?
Su voz había cambiado. Yo estaba molesta y ella lo sabía. Respiré hondo mientras intentaba encontrar un atisbo de calma.
—?Sí?
Por su vacilación al hablar sabía que era consciente de todo, pero ella sabía que fuese lo que fuese, no iba a salir corriendo del susto. Todavía.
—Ten cuidado —dijo con firmeza—. Llámame si me necesitas.
Me sentí más relajada. Era bueno tener amigos.
—Gracias, lo haré.
Colgué, miré los expresivos ojos de Kisten, que pedían una explicación, y luego salté cuando el teléfono, que tenía en el regazo, vibró. Cogí aire, lo agarré y miré el número. Era el de David. Ahora lo reconocía.
—?Vas a cogerlo? —preguntó Kisten con las manos todavía en el volante, aunque ya había aparcado.
En la plaza de al lado observé a una chica cerrar de golpe la puerta del monovolumen de su madre. Caminaba moviendo la coleta y hablando sin parar con una amiga mientras se dirigía a clase. Desaparecieron tras las puertas de cristal y la mujer que estaba detrás del volante se secó los ojos y miró por el espejo retrovisor. Kisten se inclinó hacia delante para ponerse en medio y que lo viese. El teléfono volvió a vibrar y una sonrisa amarga se instaló en las comisuras de mis labios mientras lo abría.
No iba a poder asistir a mi clase.
8.
La mano de David tembló casi imperceptiblemente cuando aceptó el vaso de agua del grifo. Se lo puso en la frente durante un rato mientras se calmaba, bebió un sorbo y luego lo dejó sobre la mesita de café de fresno que teníamos delante.
—Gracias —dijo el hombrecillo, y luego apoyó los codos sobre las rodillas y se agarró la cabeza.
Yo le di una palmadita en el hombro y luego me alejé de él en el sofá. Kisten estaba de pie junto a la tele, de espaldas a nosotros, mientras observaba la colección de sables de la guerra civil que David guardaba bajo llave en una vitrina iluminada. Me subió por la nariz el aroma a hombre lobo, cosa que no me desagradaba en absoluto.
David estaba hecho un trapo y yo alternaba mi atención entre el hombre tembloroso vestido con su traje de oficina y su casa de soltero en la ciudad, cosa que era evidente. Era la típica de dos plantas. El complejo en su conjunto tendría de cinco a diez a?os. Probablemente no habían cambiado nunca la moqueta y me pregunté si David estaría de alquiler o sería propietario.
Estábamos en la sala de estar. A un lado, más allá de la zona ajardinada, estaba el aparcamiento. Al otro, pasando la cocina y el comedor, había un gran patio común, por lo que el resto de los apartamentos estaban lo suficientemente lejos como para garantizar privacidad, aunque solo fuese por la distancia que los separaba. Las paredes eran gruesas, de ahí el silencio, y el estiloso papel de la pared, en tonos marrones y tostados, decía que lo había decorado él mismo. Es propietario, decidí al recordar que era perito de Seguros el Hombre Lobo y que le pagaban muy bien por sacarle la verdadera historia a tomadores de póliza reacios que intentaban ocultar la razón por la que su árbol de Navidad había sufrido una combustión espontánea cuyo fuego se había propagado por la sala de estar.
Aunque su apartamento era un remanso de paz, el pobre hombre lobo estaba hecho un gui?apo. David era un misántropo y tenía el poder y el carisma de un alfa, pero sin las responsabilidades que ello conlleva. Técnicamente hablando, yo era su manada, un acuerdo beneficioso para ambos en el papel, que a David le servía para que no le disparasen y que a mí me daba la oportunidad de tener mi seguro a un precio tirado. En eso consistía nuestra relación, aunque yo sabía que me utilizaba para evitar que las mujeres lobo se introdujesen en su vida.