Por unos demonios más

David dejó de mirarla y Glenn cerró rápidamente el cajón, que emitió un sonido metálico. La única que quedaba era la mujer que había sido arrollada por un tren. Probablemente no había sido un suicidio. Lo más seguro es que hubiese sufrido una crisis nerviosa con el estrés de una primera transformación, sin encontrar alivio al dolor y sin comprenderlo, y huyera a ciegas en busca de una respuesta. O quizá había perdido la cabeza con el regocijo de su recién descubierta libertad y había juzgado mal sus nuevas capacidades. Casi esperaba que fuese la última posibilidad, por muy trágica que fuese. No me gustaba la idea de que se hubiese vuelto loca. Eso solo implicaría mucho más sentimiento de culpabilidad para David.

 

Me puse con David a la derecha del último cajón. Al darme cuenta de que estaba conteniendo el aliento, le agarré la mano. La tenía fría y seca. Creo que estaba empezando a sufrir un ataque de nervios.

 

Glenn abrió el último cajón a disgusto. No estaba ansioso por ense?arle a David a qué había quedado reducido el cuerpo de la mujer.

 

—?Dios mío! —gimió David dándose la vuelta.

 

Se me llenaron los ojos de lágrimas y me sentí impotente. Lo rodeé con un brazo y lo llevé a la zona en la que los familiares esperaban a que los suyos despertasen para sentarse. Tenía la espalda encorvada y se movía sin pensar. Se agarró al respaldo de una silla antes de dejarse caer en ella.

 

Se separó de mí y yo me quedé de pie a su lado mientras apoyaba los codos en las rodillas y dejaba caer la cabeza entre las manos.

 

—Yo no quería que ocurriese —dijo con una voz muerta—. Esto no tenía que pasar. ?Esto no tenía que pasar!

 

Glenn había cerrado el último cajón y se dirigía a nosotros con el típico contoneo agresivo de agente de la AFI.

 

—Atrás —le advertí—. Ya sé por dónde vas, pero él no mató a esas mujeres.

 

—?Entonces por qué intenta convencerse a sí mismo de que no lo hizo?

 

—David es perito de una compa?ía de seguros, no un asesino. Tú mismo lo dijiste… fueron suicidios.

 

David emitió un sonido de dolor interior. Me giré hacia él y le toqué el hombro.

 

—Mierda. Lo siento. No quería decir eso.

 

Entonces dijo rotundamente sin levantar la vista:

 

—Todas estaban solas. No tenían a nadie que las ayudase, que les dijese qué iba a ocurrir. Que el dolor desaparecería. —Levantó la cabeza con los ojos llenos de lágrimas—. Pasaron por todo eso solas y fue culpa mía. Yo podría haberlas ayudado. Si hubiese estado con ellas, habrían sobrevivido.

 

—David… —empecé a decir, pero de repente su rostro perdió toda expresión y se puso de pie.

 

—Tengo que irme —dijo tartamudeando—. Tengo que llamar a Serena y a Kally.

 

—Un momento, se?or Hue —dijo Glenn con firmeza, y yo lo miré mal.

 

David tenía la cara blanca y su peque?a pero fuerte complexión estaba en tensión.

 

—?Tengo que llamar a Serena y a Kally! —exclamó. Iceman echó un vistazo al pasar junto a la puerta.

 

Me puse entre Glenn y el angustiado hombre lobo con las manos extendidas a modo de placaje.

 

—David —dije para calmarlo mientras le ponía suavemente la mano sobre el brazo—, seguro que están bien. Falta una semana para la luna llena. —Me giré hacia Glenn y le dije con voz rotunda—: Y a ti te he dicho que no te acercases.

 

Al oír la dureza de mi tono entornó los ojos, pero aunque él era el especialista en el inframundo de la AFI, yo era una inframundana.

 

—?Atrás! —insistí, y luego bajé el tono de voz por si despertaba a alguien—. Es amigo mío, así que o le das un poco de cancha o, Glenn, vas a saber de lo que es capaz una bruja mala y cabreada.

 

Glenn apretó los dientes. Yo le lancé una mirada furiosa. Nunca había utilizado mi magia con él, pero habíamos ido allí para responder la pregunta de si el foco estaba convirtiendo humanos en hombres lobo, no para acusar a alguien de homicidio.

 

—David —dije sin quitarle los ojos de encima a Glenn—, siéntate. El detective Glenn tiene algunas preguntas. —Dios, espero tener alguna respuesta.

 

Una vez ambos se relajaron, y después de que Iceman cerrase la puerta al salir, yo también me senté y crucé las piernas como si fuese la anfitriona de aquella agradable fiesta. David volvió a su asiento, pero Glenn seguía de pie y me miraba con mala cara. Bien. Si le salían arrugas, era su cara, no la mía.

 

Entonces me puse a pensar. Mierda, no era tan inteligente como para inventarme una mentira creíble. Tendría que decirle la verdad. Odiaba eso. Hice una mueca y miré a los ojos a Glenn.

 

—Mmm… bu… bueno… —dije tartamudeando—. ?Puedes guardar un secreto? —Pensé en los vampiros que estaban durmiendo y me alegré de que los cajones estuviesen insonorizados. Por desgracia, no eran a prueba de olores.

 

Glenn resopló como si se estuviese desinflando y su actitud cambió. De un oficial agresivo y frustrado de la AFI, pasó a ser el poli de la esquina.

 

—Dado que se trata de ti, Rachel, te escucharé. Durante un rato.

 

De acuerdo, aquello era justo, ya que yo lo había amenazado con atacarlo con mi magia. Miré a David y, al ver que me lo estaba dejando todo a mí, di una palmada sobre mi regazo.

 

—La razón por la que no encuentras a esas mujeres en la base de datos es porque no están en los archivos del inframundo.

 

Glenn levantó las cejas.

 

—Están en los archivos de humanos —dije. Como si de un tren se tratase, casi podía escuchar el ruido al cambiar de vía… Mi vida iba a tomar un rumbo nuevo y, probablemente, más corto.

 

El tejido del traje de Glenn hizo un sonido suave al darse la vuelta.