—Perdona por haberte asustado —dijo con una voz ceremoniosa—. Es evidente que pensaste que estabas en peligro y probablemente agarrarte no fuese una buena idea.
—Por supuesto que no —dije, y di un respingo cuando Jenks se posó sobre mi hombro—. Y no intentes venderme el cuento del demonio bondadoso. Ahora conozco a tres de vosotros y todos sois malos, estáis locos o simplemente sois desagradables.
Minias sonrió, pero aquello no me hizo sentir mejor. Sus ojos recorrieron el interior de mi burbuja.
—No soy bondadoso y, si pudiese salirme con la mía, te arrastraría a siempre jamás y te mataría… pero Newt se vería implicada. —Movió los ojos y se centró en mí—. Ahora mismo no se acuerda de ti y me gustaría que eso siguiese así.
—Por el tanga rojo de campanilla —susurró Jenks mientras me agarraba la oreja para mantener el equilibrio. Se me hizo un nudo el estómago y retrocedí hasta topar con el frigorífico. El frío del acero inoxidable traspasó la fina camiseta que llevaba.
—Con esta deuda pendiente entre ambos sin ni siquiera una marca para mantener limpias las cosas, llevarte sería de mal gusto. —Minias se tiró de las mangas para taparse las mu?ecas—. Una vez te conceda tu estúpido deseo ya no tendré que contenerme pero, hasta entonces, estás relativamente a salvo.
Levanté la barbilla. Cabrón. Me había asustado a propósito. Ahora no me sentía mal por haberle quemado los ojos, por haberle pateado sus partes o porque hubiese entrado en mi burbuja. Y no iba a confiar en él hasta tener claro que era inmune a él.
—Jenks —dije en voz baja mientras Minias examinaba mi cocina—, ?puedes enviar a uno de tus hijos a buscar a Ceri? —Probablemente ya se le habría pasado el cabreo por mi pésimo manejo de las líneas luminosas. Y no quería hacer esto sin ella.
—Iré yo —dijo él—. No les dejamos salir del jardín. —Me enfrió el cuello con la brisa que provocó al alzar el vuelo y se marchó con un gesto de preocupación—. ?Estarás bien?
Observé a Minias tocar las hierbas que se estaban secando sobre el estante colgante y me entraron ganas de decirle que les quitase los dedos de encima.
—Sí —dije—. Está dentro de un buen círculo.
Los ojos de Minias siguieron a Jenks mientras se iba con especial interés. Parecía ligeramente molesto. Frotó sus pies descalzos contra el suelo de linóleo y entonces aparecieron revestidos de un par de zapatillas bordadas. Lentamente, fue relajando la frente cubierta por sus rizos marrones. Me fijé en aquellos ojos tan extra?os que tenía e intenté ver la pupila horizontal junto al iris oscuro. él apoyó la espalda contra la isla, cruzó los tobillos y esperó. Detrás de él estaba mi hechizo para dejar de estornudar y no me gustaba la mirada condescendiente que me había echado después de echarle un vistazo al pentáculo.
—Se te da muy mal el protocolo de líneas —dijo con sequedad—, pero he de admitir que esto es mejor que los sótanos mohosos de los que siempre oigo hablar.
—No sabía que eras tú quien me hacía estornudar —dije de mal humor—. Uno no puede saber lo que no le han dicho.
Minias dejó de mirar el jardín a oscuras y levantó una ceja.
—Sí puede. —Se dio la vuelta y empezó a revolver los restos de mi hechizo de línea luminosa—. ?Qué va a ser? —dijo sujetando el crisol con una mano y pasando un dedo de la otra por la carbonilla—. ?Vida eterna? ?Riqueza inimaginable? ?Conocimiento ilimitado?
No me gustaba la forma en que frotaba el índice y el pulgar y olía la ceniza como si aquello tuviese algún significado.
—Deja de hacer eso —dije.
Me miró a través de sus rizos casta?os y dejó el crisol donde estaba.
Se me hacía raro ver su elegante figura envuelta en una túnica haciendo algo tan mundano como arrancar un trozo de rollo de papel y limpiarse los dedos. Fruncí el ce?o y me puse tensa cuando se agachó para ver mi libro de hechizos.
—Deja eso —murmuré. Ojalá que Ceri se diese prisa.
Minias sacó los dedos de mis libros mientras juraba en latín. Cuando se levantó, tenía mi juego de cacerolas de cobre para hechizos, con mi pistola de bolas dentro de la más peque?a. Por un momento me preocupó que los encantamientos que había dentro pudiesen tener suficiente cantidad de mi aura para romper el círculo, aunque estuviesen caducados. Sin embargo, Minias solo les lanzó una mirada rápida y centró su atención en la cacerola más grande. Era la que había abollado contra la cabeza de Ivy y no me gustó cuando la levantó y la sostuvo mirándola con desdén y asco.