—No utilizas esto, ?verdad? —preguntó.
—?Por qué no dejas de fastidiar? —protesté. Dios, ?de qué iba? Era todavía más curioso que Jenks. Minias dejó la cazuela para hechizos haciendo un gesto de diversión con las cejas y cogió uno de los libros de hechizos que estaban abiertos sobre la isla. Yo apreté los dientes, pero esta vez no dije nada. Sus labios formaron una sonrisa. Minias sostenía el libro abierto con una sola mano y, tras colocarse bien el sombrero, se sentó sobre la isla junto a mi hechizo de línea luminosa. Su cabellera rizada estaba casi entre las cacerolas y las hierbas.
Exhalé lentamente y di un paso hacia delante.
—Mira —dije mientras me miraba con aquellos ojos de extraterrestre—. Lo siento, no sabía que estabas intentando contactar conmigo. ?Podemos arreglar este tema de la marca para poder seguir con nuestras vidas?
Minias volvió a mirar el libro, se quitó el sombrero y murmuró:
—A eso he venido. Has tenido tiempo de sobra para pensar un deseo. Hace casi quinientos a?os que no trato con no eternos y no quiero volver a meterme en esto, así que cuéntame.
Bajé la cabeza y, de repente nerviosa, me subí a la encimera que había junto al fregadero.
No eternos, ?eh? Me rodeé las rodillas con los brazos y apoyé la barbilla en ellas. Pensé en la vida más corta que ahora tenía Jenks y en que los deseos siempre se vuelven contra uno. Claro, el que había formulado para salir de la SI había funcionado, pero todavía estaba intentando liberarme de las marcas de demonio que había tenido como resultado. Si deseaba que Jenks tuviese una vida más larga quizá podría acabar en un estado en el que no podría hacer nada. O quizá sería el primer pixie vampiro o algo igual de desagradable.
—No quiero ningún deseo —susurré. Me sentí una cobarde.
—?No? —Claramente sorprendido, el demonio cambió de posición las piernas y las dejó caer de la isla tapando mi libro de hechizos—. ?Quieres una maldición? —De pronto sus facciones pulcramente afeitadas se endurecieron—. Nunca he ense?ado a una bruja, pero probablemente podría conseguir que entrase algo en esa cabeza tan dura.
Interesante.
—No quiero aprender a lanzar una maldición —dije—. No de ti, vamos.
Minias apartó la vista de los esquejes de tejo que había puesto a secar en la esquina. Inclinó la cabeza y me miró como si solo entonces hubiese conseguido captar su atención.
—?No? —repitió haciendo un gesto de interrogación con una mano—. Y entonces ?qué quieres?
Nerviosa, bajé de la barra. No quería hacer nada sin Ceri, pero decir que no parecía bastante inofensivo.
—No quiero nada.
Minias sonrió con condescendencia.
—Y yo me lo creeré cuando las ranas críen pelo.
—Bueno, sí, quiero cosas —dije con amargura. No me gustaba la idea de que me ofreciesen todo cuando al obtenerlo pudiese causar más problemas que si no lo tuviese—. Quiero que mi compa?ero viva más de veinte míseros a?os. Quiero que mi amiga encuentre paz en su vida y en sus elecciones. Quiero que mi apestosa iglesia… —dije dando una palmada sobre la encimera que me hizo doler la mano— vuelva a estar consagrada para no tener que preocuparme de los no muertos mientras duermo. Y quiero librarme de esa cosa que tengo en el frigorífico antes de que, a, inicie una lucha de poder en el inframundo; o b, haga que Newt llame a mi puerta otra vez para pedirme una tacita de azúcar. Pero tú… —dije se?alándolo— me darías lo que quiero de una forma que acabaría con toda la alegría que me produjese, ?así que olvídalo!
Enfadada y preguntándome si había cometido un error, crucé los brazos y me enfurru?é.
Minias cerró el libro con un golpe seco. Yo salté y él, mirándome fija e intensamente con aquellos ojos rojos, se bajó de la isla y avanzó dos pasos.
—?Sabes a qué vino? ?Lo tienes?
Se me aceleró el pulso y me puse recta, preocupada.
—Creo que sí.
Minias se quedó totalmente quieto. Solo se le movía el dobladillo de la túnica.
—Dámelo. Me aseguraré de que Newt no te vuelva a molestar nunca.
Se me secó la boca. Al ver que lo deseaba tanto me di cuenta de que dárselo sería un grandísimo error. él ni siquiera sabía lo que era.
—Ya —dije yo—, ?como cuando tuviste que seguirla la otra noche? No eres capaz de controlarla y lo sabes.
él tomó aire para protestar y yo levanté las cejas. Inclinó la cabeza como si estuviese pensando y dio un paso atrás.
—No tienes nada que pueda desear, demonio —dije—. Tendrás que deberme una.