Por unos demonios más

—Venga, dale ca?a —dijo, intentando animarse.

 

?Dale ca?a? ?Y qué si le damos ca?a a la bruja? Al parecer necesita que le inculquen un poco de sentido común. Me giré hacia Minias.

 

De él fluyó sangre de apariencia normal y Jenks, agitado, hizo zumbar las alas. Minias se quedó rígido.

 

—?Invoca la maldición, idiota! —espetó.

 

Ceri permanecía impotente fuera de su círculo y, antes de perder las fuerzas, dije las palabras. Me recorrió una sensación curiosa, como cuando llamé a Minias por primera vez. Estaba invocando un hechizo público y eso me ponía los pelos de punta. Separé los labios y Jenks soltó una palabrota cuando el corte se curó delante de mis narices y apareció una cicatriz cuando desapareció la mancha de siempre jamás.

 

—?Hay que joderse! —soltó Jenks, y Minias se apartó repentinamente. Se separó tres pasos de mí, se tocó detrás de la oreja y frunció el ce?o. Al recordar que tenía el cuchillo en la mano, lo solté y este provocó un ruido fuerte al caer sobre la encimera.

 

—Prometiste que te irías —le recordé—. Vete.

 

Me miró fijamente con aquellos ojos de cabra y, aunque sabía que era imposible, sentí como si estuviese viendo mi pasado, o quizá mi futuro. Minias se acercó con un rostro imposible de interpretar. El olor empalagoso a ámbar quemado se mezcló con el aroma seco de su túnica de seda y yo me negué a retroceder.

 

—Puedo cambiar los ojos si me esfuerzo —murmuró, y yo me aparté hacia atrás—. Puede que no oyeses mi voz porque eres un usuario no registrado —a?adió, como si no hubiese dicho las palabras anteriores—. Eso tiene que cambiar.

 

Ceri estaba pálida y yo me sentía indispuesta. Dije:

 

—No quiero figurar en un registro de demonios. Vete.

 

Minias tocó el crisol y se manchó los dedos de ceniza.

 

—Ya es demasiado tarde. Lo hiciste la primera vez que me llamaste. O bien actualizas tu información para que yo pueda contactar contigo o bien tendré todo el derecho a aparecer por aquí cada vez que crea que he encontrado una forma de eliminar mi marca.

 

Levanté la cabeza y lo miré, muerta de miedo. Maldita sea. ?Acaso fue por eso por lo que aceptó llevar la marca? Los ojos de Minias brillaban ante su éxito y yo dejé caer la cabeza entre las manos. Maldita sea multiplicado por dos.

 

—?Cómo me registro? —dije con sequedad, y él se río disimuladamente.

 

—Necesitas una contrase?a. Conéctate a tu círculo de invocación como si fueses a contactar conmigo y, mientras estés conectada a una línea, piensa en tu nombre y luego en tu contrase?a. Quod erat demonstrandum.

 

Bastante sencillo.

 

—Conseguir una contrase?a —dije. Estaba cansada—. De acuerdo. Puedo hacerlo.

 

Minias me estaba mirando desde debajo de unos rizos que se le habían escapado del sombrero. Mantuvo silencio durante un momento y luego, como si en realidad no quisiera hacerlo, cruzó los brazos sobre el pecho y dijo:

 

—Tienes un nombre común por el que te llama todo el mundo y una contrase?a que te guardas para ti. Elígela con cuidado. Así es como la gente trae a los demonios al otro lado de las líneas.

 

Horrorizada, miré a Jenks y luego a Ceri, que ahora tenía las manos sobre el estómago.

 

—?Un nombre de invocación? —dije tartamudeando mientras pensaba—. ?Tu contrase?a es un nombre de invocación?

 

El demonio hizo una mueca.

 

—Si sale a la luz, sí, se puede utilizar para obligar a alguien a cruzar las líneas. Por eso eliges una contrase?a a la que nadie pueda sacarle sentido.

 

Retrocedí hasta que tropecé con el círculo de Ceri.

 

—No quiero ninguna contrase?a.

 

—Por mí, vale —dijo Minias con sarcasmo—. Pero si no puedo ponerme en contacto contigo vendré cuando me venga bien a mí, no a ti. Y como a mí no me molesta, va a ser antes del amanecer, cuando estés intentando dormir, haciendo la cena o follándote a tu novio. —Sus ojos inspeccionaron la cocina—. ?O novia?

 

—?Cierra el pico! —exclamé yo, preocupada y avergonzada. Pero estaba atrapada, bien atrapada.

 

—Algo que sea imposible de adivinar —dijo Minias—. Sílabas sin sentido.

 

Al darme cuenta mi boca formó un peque?o círculo.

 

—Por eso son tan raros los nombres de los demonios —dije, y Ceri, que estaba detrás de él, asintió. Tenía la cara blanca y parecía estar temblando tanto como yo.

 

—Los nombres de los demonios no son raros —dijo Minias indignado—. Sirven a un propósito.

 

Jenks aterrizó sobre mi hombro.

 

—?Qué te parece tu nombre al revés? ?Nagromanairamlehcar?

 

Retorcí la cara. Sonaba a nombre de demonio.