Por unos demonios más

—Terrible —dijo Minias, y volví a retroceder cuando cogió mi pizarra y la puso sobre la encimera—. Tus nombres al revés será lo primero que intente Al y, si lo adivina, puede hacer indecibles maldades bajo tu nombre. Y ni hablar de fechas de nacimiento, aficiones, helado favorito, estrellas de cine o exnovios. Nada de números ni de caracteres raros que no se puedan pronunciar. Olvídate del tema de las palabras al revés. Es demasiado fácil buscar en el diccionario y encontrar la palabra.

 

 

—Eso llevaría siglos —dije burlándome de él, pero luego palidecí cuando Minias me miró con aquellos ojos rojos.

 

—Siglos es justo lo que nos sobran.

 

Sentí moverse algo y lo observé, preparada para actuar si él lo hacía. Pero se giró y miró el reloj de la cocina que estaba encima del fregadero.

 

—Tienes que marcharte —dije, oyendo a mi propia voz temblar, y Jenks batió las alas mientras se situaba entre ambos.

 

—Mmm —dijo Minias inclinando la cabeza—. Estoy de acuerdo. Hemos terminado, pero esta marca entre ambos está por saldar. Ya hablaremos. Tengo derecho divino a intentar liquidarla. —Se tocó el lateral del sombrero y se desvaneció formando una capa de siempre jamás en cascada.

 

Sostuve con más fuerza mi línea cuando sentí que él la estaba usando para cruzar a siempre jamás. Entumecida, miré el lugar donde había estado. ?Qué demonios acababa de hacer?

 

Ceri rompió su círculo de inmediato y casi me tira al suelo cuando me dio un abrazo para asegurarse de que seguía viva.

 

—?Rachel!

 

Mierda. ?Qué he hecho?

 

—?Rachel!

 

Ceri me sacudía y yo la miraba con ojos llorosos. Al ver que recuperaba la consciencia, suspiró aliviada y dejó caer sus manos de mis hombros.

 

—Rachel —dijo de nuevo, esta vez más suave—. Creo que no deberías volver a hacer magia nunca más.

 

Jenks aterrizó sobre su hombro, desde donde podía verme. Estaba asustado.

 

—?Tú crees? —dije con amargura pasándome una mano por debajo del ojo. La mano se mojó, pero no estaba llorando. No realmente.

 

—En realidad… —Ceri dejó caer la cabeza, claramente preocupada—. Creo que tampoco deberías hacer magia de líneas luminosas.

 

Bajé de la encimera y miré a Ceri y luego al jardín oscuro iluminado con el parpadeo ocasional del polvo de pixies. Mi padre no habría querido que anduviese metida en magia de líneas luminosas. Quizá… quizá debería tener una charla con Trent para saber por qué.

 

 

 

 

 

13.

 

 

—Rachel, pásame el martillo, por favor —dijo Ivy elevando la voz para que pudiese oírla por encima de las voces de los pixies, que estaban charlando en la esquina. Hablaban tan alto que hacían que me dolieran hasta los ojos—. Se me ha roto otra u?a —a?adió mientras yo resoplaba para sacarme de delante de los ojos un rizo que se me había escapado de la coleta.

 

Volví a introducir el aislante entre los tachones de cinco por diez y me giré. El sol de la tarde entraba por las ventanas altas de la sala de estar formando vigas de polvo en las que jugaban los pixies. Acababan de despertar de su siesta de la tarde y Jenks los tenía allí para que Matalina pudiese echar una cabezadita. últimamente no se encontraba muy bien, pero Jenks nos había asegurado que no le sucedía nada malo. Sus ni?os eran un auténtico incordio, pero no iba a sugerir que se marchasen. Matalina podría dormir todo lo que quisiese.

 

Busqué el martillo a tientas y lo cogí del alféizar. Se lo había pedido a mi madre esa ma?ana después de evadir sus preguntas con la excusa de que iba a construir una casita de pájaros, no para arreglar los da?os provocados por un demonio loco que había destrozado nuestro salón. Que fuese julio y, por lo tanto, demasiado tarde para los nidos, fue algo que no se le pasó por la cabeza.

 

—Aquí está —dije poniéndole en la mano a Ivy el mango del martillo con un ruido suave y seco. Ella sonrió antes de girarse para aporrear un clavo que había atravesado los paneles que Newt había hecho a?icos. Los pixies chillaron y Jenks los miró de repente mientras permanecía sentado en un alféizar alejado con el más joven de sus sextillizos, al que estaba ense?ando a atarse los zapatos.

 

Dejó de batir las alas de inmediato y continuó con su lección. Era una parte preciosa de la vida de los pixies que no se veía todos los días, un recordatorio de que Jenks tenía toda una vida aparte de Ivy y de mí.

 

Ivy parecía una chica de calendario de los obreros de la construcción, con sus vaqueros de cintura baja desgastados y su camiseta negra. Llevaba el pelo cubierto con uno de esos sombreros de papel que compras en las tiendas de pintura. Golpeaba el clavo desviado en el panel moviendo su cuerpo con una gracia controlada. En cuanto se incorporó, los pixies se apresuraron a inspeccionarlo y, muy serviciales, se?alaron el desgarro que había hecho en el enchapado de papel. Sin decir nada, Ivy lo pegó en su sitio y continuó.