Por unos demonios más

—A esta la atropello un coche —dijo mientras abría la cremallera de la resistente bolsa—. El oficial la reconoció como una mujer lobo y la envió al hospital. En realidad tuvieron que convertirla en humana para tratarla, pero murió. —Le salieron arrugas en la frente mientras miraba su cuerpo estropeado—. Se le paró el corazón. Justo en la mesa de operaciones.

 

Me obligué a mirar hacia abajo y me estremecí al ver los moratones y la piel reventada por el accidente. Todavía tenía las vías intravenosas, una muestra de los esfuerzos que habían hecho por salvarle la vida. Era la mujer lobo desconocida número dos y también tenía el pelo casta?o, pero más largo, aunque se le rizaba de la misma forma. Parecía tener la misma edad y la misma barbilla estrecha. Aparte de un rasgu?o en la mejilla, su cara estaba intacta y parecía profesional y tranquila.

 

Lanzarse delante de un coche no era nada raro, el equivalente para los hombres lobo a un saltador humano. La mayoría de las veces no lo conseguían y acababan en la consulta de un médico, donde deberían haber ido antes de nada.

 

Seguí a Glenn hasta un cuarto cajón y averigüé por qué Jenks estaba tan callado cuando le entraron náuseas y se fue volando a la papelera.

 

—Tren —dijo Glenn sin más, con una voz suave como un lamento. El café y la falta de sue?o se estaban enfrentando en mi interior, pero había visto una masacre de demonios y esto era como morir durmiendo comparado con aquello. Creo que estaba ganando puntos con Glenn mientras la examinaba intentando no respirar el olor a descomposición que ni el frío de la sala podía paliar. Parecía que la mujer lobo desconocida número tres era tan alta como la primera mujer y que tenía la misma constitución atlética. El pelo casta?o hasta los hombros. No sabría decir si era hermosa o no. Al verme asentir, Glenn cerró la bolsa y luego el cajón y fue cerrando el resto mientras regresaba hacia Vanessa. Yo lo seguí, aunque todavía no estaba segura de por qué quería que viese aquello.

 

Al regresar, Jenks no hizo ruido con las alas y yo lo miré con compasión.

 

—No le digas a Ivy que he potado —me dijo, y yo asentí—. Todas huelen igual —dijo, y yo sentí que se me agarraba a la oreja para mantener el equilibrio y se acercaba lo máximo posible a mi cuello perfumado.

 

—Por Dios, Jenks, a mí todas me parecen iguales —dije, pero no creo que apreciase mi intento de hacer una broma.

 

Glenn se detuvo y miramos a la secretaria del se?or Ray.

 

—Estas tres mujeres eran suicidas —dijo—. La primera murió por automutilación, como parece haber muerto la secretaria del se?or Ray. Yo creo que la asesinaron y que luego lo ama?aron para que pareciese un suicidio.

 

Yo lo miré y me pregunté si no le estaría buscando tres pies al gato. Al verme dudar, se pasó la mano por su pelo corto y rizado.

 

—Fíjate en esto —dijo mientras se inclinaba sobre Vanessa y le cogía una de sus manos inertes—. ?Lo ves? —dijo, envolviendo su fina mu?eca con sus dedos oscuros, que formaban un gran contraste con su pálida piel—. Parece una contusión causada por ataduras. No muy fuertes, pero ataduras. La mujer que llegó al hospital no las tiene y sé que tuvieron que atarla.

 

Vale. Ahora si me interesaba. ?Quizá Vanessa estuvo practicando jueguecitos sexuales y llegó demasiado lejos?

 

Me incliné hacia delante y estuve de acuerdo en que el círculo ligeramente rojo podría haber sido el resultado de una atadura, pero lo que me llamó la atención fueron sus u?as. Le habían hecho la manicura profesional pero tenía las puntas partidas e irregulares. Una mujer que estuviese pensando en suicidarse no pagaría demasiado para que le hiciesen las u?as y luego las destrozaría antes de acabar con su vida.

 

—?Dónde la encontraron? —pregunté en voz baja.

 

Al notar interés en mi voz, Glenn me profirió una sonrisa que luego desapareció rápidamente.

 

—Debajo de un muelle en los Hollows. Un grupo de turistas la encontró cuando aún estaba caliente.

 

Jenks, que no quería que lo excluyésemos, despegó de mi hombro y la sobrevoló.

 

—Huele a mujer lobo —proclamó—. Y a pescado. Y a alcohol de fricción.

 

Glenn dio un tirón a la sábana con la que la habían cubierto durante todo el rato, en lugar de una bolsa.

 

—También tiene marcas de presión en los tobillos.

 

Yo fruncí el ce?o.

 

—?Así que alguien la sujetó contra su voluntad y luego la mató?

 

Jenks aleteó y dijo:

 

—Tiene un hilo de esparadrapo entre los dientes.

 

Glenn dejó salir el aire que había tomado para responder.

 

—Estás de broma.

 

Con un peque?o subidón de adrenalina y un poco grogui, me acerqué para verlo.

 

—No estoy entrenada para esto —dije cuando Glenn sacó una peque?a linterna del bolsillo y me hizo un gesto para que le abriese la boca. A rega?adientes, le agarré la mandíbula—. No pienso coger un cuchillo y revolver con él.

 

—Bien. —Dirigió la luz hacia sus dientes—. Porque no tengo autorización para eso.