Arrastrando los pies, me giré y vi que Iceman nos seguía.
—Se?orita Morgan —dijo el tío mirando mis dos placas identificativas—. Si no le importa, ?podría dejar el café aquí fuera? —Al ver mi rostro carente de expresión, a?adió—: Podría despertar a alguien demasiado temprano y, con el enfermero vampiro fuera comiendo, podría… —dijo, haciendo una mueca de dolor—, podría ser malo.
Yo separé los labios cuando lo comprendí.
—Claro —dije mientras se lo daba—. No hay problema.
él se relajó de inmediato y dijo:
—Gracias. —Se dio la vuelta para dirigirse a su escritorio y luego dudó—. Ah, usted es Rachel Morgan, la cazarrecompensas, ?verdad?
Jenks se río disimuladamente desde mi hombro.
—Vaya, somos famosos.
Pero yo le proferí una sonrisa resplandeciente y miré al chico de frente mientras Glenn se movía con nerviosismo. Podía esperar. No me reconocían muy a menudo y eran menos todavía las ocasiones en las que sí lo hacían y no tenía que salir corriendo.
—Sí, soy yo —le dije, dándole la mano con entusiasmo.
—Encantado de conocerla.
Iceman tenía las manos calientes y sus ojos delataban su satisfacción.
—Guay —dijo, dando saltitos—. Espere aquí. Tengo algo para usted.
Glenn apretó más fuerte a Betty Mordiscos hasta que se dio cuenta de dónde tenía los dedos y luego trasladó la mano hasta la diminuta llave. Iceman había vuelto a su escritorio y estaba revolviendo en un cajón.
—Está aquí —dijo—. Deme un segundo. —Jenks empezó a tararear la canción de Jeopardy! y terminó cuando el chico cerró de golpe el cajón con aire triunfante—. Lo encontré.
Volvió corriendo hacia nosotros y a mí se me quedó cara de póquer cuando vi lo que me estaba ense?ando totalmente orgulloso. ?Una etiqueta de identificación de cadáveres, de esas que se les ponen en los dedos de los pies?
Jenks salió volando de mi hombro y casi mata de un susto a Iceman al aterrizar en mi mu?eca para verla de cerca. No creo que se hubiese dado cuenta de que Jenks estaba allí.
—?Joder, Rachel! —exclamó Jenks—. ?Lleva escrito tu nombre! ?Incluso en tinta! —Y se echó a volar riéndose—. ?Qué dulce! —dijo burlándose, pero el tío estaba demasiado nervioso como para darse cuenta.
?Una etiqueta para cadáveres? La cogí sin apretarla, desconcertada.
—Mmm…, gracias —conseguí decir.
Glenn emitió un ruidito burlón desde el fondo del pecho. Yo estaba empezando a sentirme como el blanco de una broma, cuando Iceman sonrió y dijo:
—Estaba trabajando la noche de Navidad del a?o pasado cuando explotó aquel barco. La hice para usted, pero no vino y la guardé de recuerdo. —Su rostro pulcro de repente mostró nerviosismo—. Pensé que quizá le gustaría tenerla.
Entonces lo comprendí, me relajé y la metí en el bolso.
—Sí, gracias —dije, y luego le toqué el hombro para que supiese que no pasaba nada—. Muchas gracias.
—?Podemos entrar ya? —gru?ó Glenn. Iceman me sonrió avergonzado antes de volver a su escritorio a un paso tan rápido que hizo que se le enrollase la bata de laboratorio que llevaba abierta. El detective de la AFI soltó un suspiro y luego me abrió una de las puertas dobles para que pasase.
En realidad estaba encantada de tener aquella etiqueta. Había sido hecha con la intención de ser utilizada y, por lo tanto, estaba impregnada con la gran conexión que un encantamiento de línea luminosa podría utilizar para atacarme. Mejor tenerla yo que otra persona. Me desharía de ella de una forma segura cuando tuviese tiempo.
Después de la puerta había otra, a modo de esclusa de aire. Cada vez olía más a muerto y Jenks aterrizó sobre mi hombro y se pegó a mi oreja y a las gotas de perfume que me había puesto antes.
—?Pasas mucho tiempo aquí? —le pregunté a Glenn mientras entrábamos en la morgue propiamente dicha.
—Bastante. —No me estaba mirando, ya que le interesaban más los números y las fichas que había atadas a las puertas de los cajones del tama?o de una persona. Se me estaba poniendo la piel de gallina. Nunca había estado en la morgue municipal e, indecisa, miré la disposición de unas sillas de aspecto confortable que estaban colocadas alrededor de una mesita de café situada al otro extremo y que parecía la recepción de la consulta de un médico.
La sala era larga y tenía cuatro filas de cajones a cada lado del ancho espacio de en medio. Solo estaba destinada a almacén y autorreparación, nada de autopsias, necropsias ni reparación asistida de tejidos. Humanos a un lado e inframundanos al otro, aunque Ivy me había dicho que todos llevaban dentro una etiqueta, por si acaso se producía un error al cumplimentar los datos.