Por unos demonios más

Seguí a Glenn hasta el lado correspondiente al inframundo y observé como comprobaba dos veces la tarjeta con un trozo de papel antes de abrir el cerrojo y luego la puerta.

 

—Entró el lunes —dijo, elevando su voz por encima del ruido de metal que produjo la bandeja al deslizarse hacia afuera—. A Iceman no le gustó la atención que le dieron, así que me llamó.

 

El lunes… ?Ayer?

 

—No habrá luna llena hasta la semana que viene —dije yo, evitando el cuerpo envuelto en la sábana—. ?No es un poco temprano para que se suicide un hombre lobo?

 

Mis ojos dieron con sus ojos marrones y vi que, con tristeza, opinaba igual que yo.

 

—Eso es lo que yo pensé también.

 

Sin saber lo que iba a ver, bajé la mirada mientras Glenn retiraba la sábana.

 

—?Joder! —exclamó Jenks—. ?Es la secretaria del se?or Ray?

 

Mi rostro adoptó una expresión amarga. ?Cuándo se había convertido el puesto de secretaria en una profesión de riesgo? Vanessa no podía haberse suicidado. No era una alfa, pero estaba muy cerca.

 

La sorpresa de Glenn se convirtió en comprensión.

 

—Así es —dijo con voz cavernosa—. Tú robaste aquel pez de la oficina del se?or Ray.

 

De repente me sentí molesta.

 

—Pensaba que lo estaba rescatando. Y no era su pez. David dijo que Ray lo había robado primero.

 

Glenn frunció el ce?o y parecía pensar que aquello no cambiaba nada.

 

—Entró convertida en mujer lobo —estaba diciendo. Actuaba de forma profesional y sus ojos solamente se fijaron en las partes desgarradas y amoratadas de su cuerpo desnudo. Un peque?o pero precioso tatuaje de una carpa japonesa de color naranja y negro nadaba a lo largo de la parte superior del pecho, una se?al permanente de su inclusión en la manada de Ray.

 

?E1 procedimiento estándar consiste en volver a convertirlos después de una primera exploración. Es más fácil encontrar la causa de la muerte en una persona que en un lobo.

 

El olor a muerto en un bosque de pinos me estaba revolviendo el estómago. Tampoco ayudaba que tuviese el estómago varío. El café ya no me estaba sentando tan bien. Y conocía el procedimiento operativo estándar, ya que había salido alguna vez con un tío que hacía los hechizos para convertir a la gente de nuevo en humano. Era un friki, pero estaba forrado… No era un trabajo fácil y nadie lo quería.

 

Jenks me estaba dando frío en el cuello y, al no ver nada fuera de lo normal, aparte de que estuviese muerta y que tuviese el brazo destrozado hasta el hueso, yo murmuré:

 

—?Qué es lo que tengo delante?

 

Glenn asintió y se dirigió hacia un cajón bajo que había al final de la sala y, tras comprobar la etiqueta, lo abrió.

 

—Este es un suicidio de una mujer lobo que entró el mes pasado —dijo—. Puedes observar las diferencias. Ya debería de haber sido incinerada, pero no sabemos quién es. Aquella misma noche entraron otras dos más sin identificar y les están dando un poco más de tiempo.

 

—?Entraron todas juntas? —pregunté, mientras me acercaba para verla.

 

—No —dijo él suavemente y mirándola con pena—. No hay ninguna conexión aparte del momento en que murieron y que ninguna de ellas aparece en el ordenador. Nadie las ha reclamado y no encajan con ningún informe de personas desaparecidas… en todo Estados Unidos.

 

Desde mi hombro oí la voz apagada de Jenks decir:

 

—No huele a mujer lobo. Huele a perfume.

 

Hice un gesto de dolor cuando Glenn abrió la cremallera de la bolsa para mostrarme que el cuerpo de la mujer estaba destrozado.

 

—Autoinfligido —dijo—. Encontraron tejido entre sus dientes. No es raro, aunque normalmente no son tan brutales y simplemente se cortan una vena y se desangran. Un tío que estaba corriendo la encontró en un camino en Cincinnati. Llamó a la perrera.

 

Las ligeras arrugas que tenía Glenn alrededor de los ojos se hicieron más profundas con la ira que lo invadió. No tuvo que decir que el que corría era humano.

 

Jenks estaba callado y yo intentaba examinarla con imparcialidad. Era alta para ser una mujer lobo, pero no demasiado. Tenía el pecho grande y llevaba el pelo a la altura del hombro. Se le rizaba ligeramente donde no lo tenía enmara?ado. Era guapa. Ningún tatuaje que yo viese. ?Treinta y tantos? A juzgar por su aspecto se cuidaba. Me preguntaba qué le habría pasado para llegar a pensar que la respuesta era terminar con su vida.

 

Al ver que ya estaba satisfecha, Glenn abrió un tercer cajón.