Por unos demonios más

No pude seguir enfadada cuando empezaron a cantar Cumplea?os feliz, y sentí que me volvían las lágrimas a los ojos por tener gente en mi vida a la que le importase tanto como para pasar por la tortura de fingir que todo era normal cuando no lo era. Ceri dejó el pastel en la mesa de café y yo dudé solo un poco al pedir mi deseo. Siempre era el mismo desde que mi padre había muerto. Cerré los ojos para que no me entrase el humo al soplar las velas. Los demás aplaudían y bromeaban intentando averiguar qué había pedido como deseo.

 

Cogí el cuchillo grande y empecé a partir el pastel, colocando los trozos perfectamente triangulares sobre platos de papel decorados con flores primaverales. La conversación se volvió excesivamente fuerte y forzada y, con los ni?os de Jenks por todas partes, aquello parecía una casa de locos. Ivy no me miró cuando cogió su plato y, al ver que era la última, me puse enfrente de ella.

 

David siguió a Ceri y al gato al piano, donde empezó a tocar una melodía complicada que probablemente fuese más antigua que la constitución. Keasley estaba intentando mantener a los pixies ocupados y lejos del glaseado del pastel, entreteniéndolos con cómo desaparecían sus arrugas cuando hinchaba los mofletes. Y yo estaba sentada con un plato de pastel en mi regazo, totalmente desolada y sin motivo para ello. O casi sin motivo.

 

El horrible sentimiento de pérdida que había notado en la sala de conferencias de la AFI surgió de la nada, empujado por el recordatorio de la muerte de Kisten. Había pensado que Ivy y Jenks estaban muertos. Había pensado que me habían arrancado todo aquello que me importaba. Y el hecho de haberme rendido y aceptado el da?o de una maldición demoníaca cuando pensaba que ya no tenía nada que perder, me había abierto los ojos realmente rápido. O bien era una enclenque emocional y había aprendido a manejar la pérdida potencial de todos a los que quería sin ahondar en ello o, y esta era la opción que más me asustaba, había luchado y aceptado que mi perspectiva en blanco y negro de las maldiciones demoníacas ya no era blanca y negra.

 

Y tenía la horrible sensación de que había sido la última. No estaba bien. La atracción de la magia demoníaca y el poder era demasiado para vencer. Pero, maldita sea, cuando una chica lucha con demonios y con elfos asquerosos que tienen la fuerza de la economía mundial de su lado, tiene que volverse un poco sucia.

 

Miré mi tarta de chocolate y me obligué a abrir la boca. No iba a angustiarme por la carbonilla de mi alma. No podía hacerlo y seguir viviendo conmigo misma. Ceri estaba cubierta de ella y era una buena persona. Joder, la pobre mujer casi había llorado por haber olvidado mi tarta de cumplea?os. Iba a tener que manejar la magia demoníaca del mismo modo que hacía con la magia terrenal y con la de líneas luminosas. Si lo que iba dentro del hechizo o de la maldición no le hacía da?o a nadie, la creación del hechizo o maldición no le hacía da?o a nadie y el resultado del hechizo o maldición solo me da?aba a mí, entonces iba a invocar la estúpida maldición y considerarme una buena persona. Me importaba un pepino lo que pensasen los demás. Jenks me avisaría si me descarriaba, ?no?

 

Tenedor en mano, corté un trozo y volví a dejarlo sobre el plato sin probarlo. Vi la expresión desdichada de Ivy y las lágrimas en sus ojos. Kisten estaba muerto. Sentarme allí y comer un pastel me parecía una hipocresía. Y algo muy visto. Pero quería algo normal. Necesitaba algo que me dijese que iba a superar aquello, que tenía buenos amigos. Y como no ahogaba mis penas en cerveza, lo haría en chocolate.

 

—?Te vas a comer eso o a llorar encima? —dijo Jenks viniendo desde el piano.

 

—Cállate, Jenks —dije con aire cansado, y él sonrió tontamente enviando una estela de chispas sobre la mesa antes de que la brisa que entraba por la ventana superior las lanzase al infinito.

 

—Cállate tú —dijo él cogiendo un trozo de glaseado con unos palillos—. Cómete tu tarta. La hicimos para tu puto cumplea?os.

 

Con los ojos calientes a causa de las lágrimas no derramadas, me metí el tenedor en la boca para no tener que decir nada más. Al contacto con mi lengua, el chocolate me supo a ceniza, así que hice un esfuerzo por tragármelo y cogí otro trozo como si fuese una tarea rutinaria. Ivy estaba haciendo lo mismo enfrente. Era mi tarta de cumplea?os e íbamos a comérnosla.