Por unos demonios más

—Me gustaría hacerlo —dije con la garganta casi cerrada. Tras darme un apretón en los brazos, me soltó y se apartó.

 

Lo miré a los ojos y me sorprendió ver un destello de miedo. Era la maldición. Me tenía miedo a mí y lo único que la controlaba era la confianza de David como alfa. Cualquier otra persona podría haber entendido mal el terror fugaz y profundamente arraigado, pero yo había tenido esa cosa en mis pensamientos. Sabía lo que era. Y era peligrosa.

 

—David…

 

—No —dijo él mirándome fijamente con sus ojos oscuros para detener mis palabras—. Hice lo correcto. He convertido a cinco mujeres y he matado a tres de ellas. Si tengo la maldición en mi interior puedo ayudar a Serena y a Kally. —La ira lo abandonó cuando se perdió en un recuerdo—. Y no está tan mal —concluyó haciendo gestos en vano—. Me siento bien. Completo. Se supone que es como debería ser.

 

—Sí, pero David…

 

él sacudió la cabeza con seguridad.

 

—Tengo esto controlado. La maldición es como el mismísimo demonio. La siento en mi interior y tengo que sopesar mis pensamientos para decidir si soy yo o la maldición, pero está feliz de ser capaz de correr de nuevo y yo puedo utilizar eso como una amenaza. Sabe que si me enfada vendré junto a ti y tú la sacarás y la meterás en una cárcel de hueso.

 

—Es correcto —dije al recordar el miedo que vi en sus ojos con solo tocarle—. David, esto es peligrosísimo. Déjame quitártela. Todo el mundo cree que el foco ha sido destruido. No podemos ocultarlo…

 

él levantó una mano y yo me callé.

 

—Con la maldición dentro de mí, Serena y Kally pueden mutar sin dolor. ?De verdad quieres quitarles eso? Y está bien. No quería una manada, pero… a veces nuestras decisiones las toman otros. La maldición pertenece a los lobos. Déjala donde está —dijo con rotundidad, como si la conversación hubiese terminado.

 

Me rendí y me apoyé contra el respaldo del sillón. David agachó la cabeza y se relajó. Había ganado y lo sabía. Ivy me miró desde donde estaba repartiendo soda, cuando Jenks le susurró algo al oído y su mirada inquisidora se convirtió en una sonrisa. Cogió dos vasos de plástico y fue a apoyarse contra la mesa de billar, desde donde podía ver a todo el mundo.

 

—?Quieres beber algo, Rachel? —preguntó David, e Ivy levantó un vaso para decir que ya me había servido algo.

 

—Ya me lo ha servido Ivy —dije, y él me tocó el brazo antes de ir a ver qué quería Keasley.

 

No tenía sed, pero fui junto a Ivy y me puse a su lado en la mesa. Sus finas cejas estaban levantadas y me dio en silencio la bebida. Entonces le miré el cuello. Piscary la había mordido tan limpiamente que las mordeduras habían sanado sin dejar apenas cicatriz. Yo todavía tenía el cuello hecho un desastre y era probable que se quedase así. No me importaba. Mi alma estaba negra y la cicatriz superficial parecía irle bien.

 

Hacía dos semanas que Piscary había muerto y las camarillas menores se estaban mordiendo los tobillos los unos a los otros para decidir quién sería el próximo se?or de los vampiros en Cincinnati. El período de duelo casi había terminado y todo Cincy se preparaba para las peleas y los juegos de poder. La madre de Ivy tenía muchas posibilidades en todo aquello, lo cual no me daba ninguna confianza. Aunque Ivy estuviese exenta de ser una fuente de sangre, probablemente tendría más responsabilidades indirectas. Todos los vampiros de Piscary se habían aliado bajo su mandato; si otra camarilla se alzaba sobre ellos, sus vidas valdrían menos que las hojas de parra que Piscary utilizaba para envolver sus bocadillos de cordero. Ivy decía que no estaba preocupada, pero aquello tenía que atormentarla.

 

Entonces, se aclaró la voz a modo de advertencia y yo bajé la mano del cuello antes de que la cicatriz se pusiese a resonar accidentalmente con sus feromonas. El aroma de la mesa de billar me envolvió, el olor combinado de vampiros, humo de cigarrillo y cerveza me trajo recuerdos míos golpeando las bolas mientras esperaba, en un club de baile pacífico y vacío, a que Kisten acabase de cerrar y empezase nuestra noche.

 

Se me volvió a cerrar la garganta y dejé la bebida sobre la mesa.

 

—Bonita mesa de billar —dije desolada.

 

—Me alegro de que te guste. —Ivy parpadeó rápido, pero no me miró—. Es tu regalo de cumplea?os de parte de Jenks y de mí.

 

Jenks se elevó como un relámpago haciendo repicar las alas.

 

—Feliz cumplea?os, Rachel —dijo con una alegría forzada—. Iba a regalarte una laca de u?as que cambia de color, pero Ivy pensó que te gustaría más esto.

 

Lágrimas no derramadas me nublaron la vista, pero no iba a llorar, maldita sea. Estiré el brazo y pasé los dedos por el fieltro áspero. Tenía puntadas, igual que yo.

 

—Gracias —dije.

 

—?Maldita sea, Ivy! —dijo Jenks mientras volaba erráticamente de mí a Ivy—. Te dije que era una mala idea. Mírala, está llorando.

 

Yo sorbí por la nariz con fuerza y al levantar la vista vi que solo Keasley se había dado cuenta.