—No —dije con una voz un tanto tensa—. Me encanta. Gracias.
Ivy bebió un sorbo y mantuvo una tristeza amigable y silenciosa. No tuvo que decir ni una sola palabra. No podía. Cada vez que había intentado consolarla durante las últimas dos semanas, había desaparecido. Había aprendido que era mejor simplemente mirarla a los ojos y luego apartar la mirada con la boca cerrada.
El pixie se posó sobre su hombro a modo de apoyo silencioso y vi que ella se relajaba.
Puede que la mesa de billar fuese para mí, pero creo que significaba más para Ivy. Era lo único que se había llevado, además de las cenizas de Kisten. Y el hecho de que me la hubiese regalado a mí era una afirmación de que entendía que hubiese sido importante para las dos, de que mi dolor era tan importante como el suyo. Dios, cómo lo echo de menos.
Cuando bebí un sorbo de la bebida, el hielo se movió y me golpeó la nariz. No iba a llorar. Otra vez no. Edden quería que fuese a hablar con Ford sobre mi recuerdo. ?Por tu propio bien, no por el caso?, había dicho. Pero no iba a hacerlo. Puede que alguien me hubiese obligado a perder la memoria, pero ahora que la había perdido, bien podía no volver. Solo me causaría más dolor. La AFI se estaba rebelando contra el sistema para intentar averiguar quién había matado a Kisten a través de quien hubiera hecho el trato entre Piscary y Al para sacarlo de la cárcel, pero era un callejón sin salida.
El sonido del timbre interrumpió mis lúgubres pensamientos.
—Iré yo —dije apartándome de la mesa y dirigiéndome a la puerta. Tenía que hacer algo o acabaría llorando.
—Seguramente es Ceri —dijo Jenks desde mi hombro—. Deberías darte prisa. Las tartas y la lluvia no se llevan muy bien.
No pude evitar sonreír, pero la sonrisa se me quedó helada en la cara y luego desapareció al abrir la puerta y ver a Quen de pie allí, con su Beemer encendido junto a la acera. Me invadió la cólera al recordar a los hombres lobo asesinados. En la morgue había demasiada gente a la que conocía. No quería vivir mi vida de esa manera. Trent era un cabrón asesino y zalamero. Quen debería avergonzarse de trabajar para él.
—Hola Quen —dije levantando un brazo para bloquearle el paso—. ?Quién te ha invitado?
Quen dio un paso atrás, claramente sorprendido de verme. Miró detrás de mí, a la fiesta, y luego de nuevo a mí. Se aclaró la voz y le dio un golpecito al sobre de tama?o legal que llevaba en la mano. La lluvia parecía relucir en sus hombros, pero no le afectaba en absoluto.
—No sabía que ibais a hacer una reunión. Si puedo hablar con Jenks un momento, luego me iré —dijo. Mantuvo la mirada sobre mi cabeza y, cuando sonrió, me quité el gorro de Ceri.
—?No te vas a quedar para tomar la tarta? —le espeté agarrando el sobre. Aceptaría su dinero. Luego contrataría a un abogado para meterlo en la cárcel con Trent, que ahora mismo había salido bajo fianza.
Quen apartó el sobre y arrugó la cara.
—Esto no es tuyo.
Los hijos de Jenks se estaban empezando a reunir en torno a la puerta y Jenks soltó un chirrido muy penetrante.
—Hola, Quen, ?eso es mío? —dijo mientras sus ni?os se dispersaban entre risas.
El elfo asintió y yo me puse en jarras. No me podía creer aquello.
—?Me vas a dejar sin propina otra vez? —exclamé.
—El se?or Kalamack no te va a pagar por arrestarlo —dijo Quen rígidamente.
—Lo mantuve con vida, ?no?
Ante aquello, Quen dejó atrás su ira y soltó una risilla mientras se tocaba la mejilla y se mecía sobre los talones.
—Tienes mucho valor, Morgan.
—Es lo que me mantiene con vida —dije amargamente, y me sobresalté al ver a Rex a los pies de las escaleras del campanario, mirándome fijamente. ?Dios! Este gato da miedo.
—Y que lo digas. —Vaciló mientras miraba lo que sucedía a mis espaldas y volvió a atenderme a mí—. Jenks, tengo tu papeleo. —Iba a darle el sobre y luego volvió a dudar. Entonces entendí por qué. Con que pesase treinta gramos, ya era el triple del peso de Jenks.
—Dáselo a Rache —dijo mientras se posaba en mi hombro y, con aire de suficiencia, extendí la mano para que me lo diese—. Ivy tiene una caja de seguridad, podemos meterlo allí.
Quen me lo dio a rega?adientes y, curiosa, lo abrí. No era dinero. Era una escritura. Tenía escrita nuestra dirección. Y el nombre de Jenks.
—?Has comprado la iglesia? —dije tartamudeando, y el pixie salió volando de mi hombro, brillando literalmente—. Jenks, ?has comprado la iglesia?
Jenks sonrió y empezó a despedir polvo plateado.
—Sí —dijo con orgullo—. Después de que Piscary intentase desahuciarnos no me podía arriesgar a que cualquiera de vosotras la perdiese en una partida de póquer o algo así.
Yo miré el papel. ?Jenks era el propietario de la iglesia?
—?De dónde has sacado el dinero?
Ivy se puso a mi lado como un relámpago trayendo consigo olor a incienso vampírico. Me quitó el papel de las manos y abrió los ojos de par en par.