—Es ese —dije buscando a tientas la manilla de la puerta incluso antes de que se detuviese el coche—. Es el Solaris. —Jenks se alejó de Ivy y vino hacia mí mientras me quitaba el cinturón.
—Rachel, espera. —Era Edden. Lo miré con el ce?o fruncido cuando golpeó el botón y activó el seguro. El Crown Victoria se detuvo y él lo aparcó. Ivy intentó abrir la puerta, pero era un coche de la poli y no se abriría desde dentro aunque Edden no hubiese puesto el seguro—. Hablo en serio —dijo, y un silencio cargado llenó el coche, silencio que rompió el zumbido agitado de las alas de Jenks—. Te vas a quedar en el coche hasta que lleguen los refuerzos. Podría haber alguien en ese edificio.
Jenks se rio por lo bajo y se metió por debajo del salpicadero, saliendo al otro lado del parabrisas y ense?ándole el dedo corazón. Yo miré la radio bidireccional y las palabras que emitía. Parecía que la persona que estaba más cerca tardaría cinco minutos.
—Si lo que te preocupan son los vampiros no muertos, no van a salir a tomar el sol —dije mientras desbloqueaba manualmente la puerta y salía—. Y si hay alguien más, les patearé el culo.
Ivy se dirigió a toda prisa al sitio de Ford y, mientras el hombre permanecía sentado con los ojos como platos y encogido en la esquina, ella le dio una patada a la puerta. Saltó el seguro y ella salió, serena y moviéndose con la gracia espeluznante de aquellos que viven en la noche. Jenks se había ido y lo seguimos al barco con una determinación sombría. Estábamos a medio camino cuando Edden nos alcanzó.
—Rachel, detente.
La expresión de Ivy era horrible y, tras una sola mirada que mostraba la profundidad de su miedo, siguió sin mí.
—Quítame las manos de encima —exclamé en voz alta descargando en él mi ira mientras me libraba de él—. Soy una profesional, no una novia afligida. —Bueno, también era eso, pero sabía cómo actuar en la escena de un crimen—. De no ser por mí nunca lo habrías encontrado. Puede que necesite mi ayuda, ?o admites que me manipulaste a sabiendas de que ya estaba muerto?
Edden arrugó la cara bajo la brillante luz del sol, y aquello le hizo parecer viejo. Detrás de él estaba Ford, recostado contra el morro del coche. Me pregunté cuál sería su radio para captar emociones. Esperaba que fuese menos que los seis metros que nos separaban ahora.
—Si está muerto… —dijo Edden.
—?Sé comportarme! —grité. El miedo de que tuviese razón me volvía temeraria—. ?Voy a entrar ahí dentro! No es ninguna escena de un crimen hasta que sepamos si existe un crimen o no, ?así que contrólate!
Ivy había llegado al barco y había saltado el metro y medio de altura de la cubierta con un movimiento envidiable. Yo corrí para alcanzarla. Me dolía el ojo hinchado desde debajo del hechizo de complexión y me latía el pie.
—?Kisten? —grité, esperando oír su voz—. ?Kisten, estás aquí?
Por el rabillo del ojo vi a Ford todavía apoyado en el coche, con la cabeza inclinada. Me sentí incómoda, así que subí a cubierta. Varios de mis músculos protestaron y me levanté desde mi posición arrodillada y me aparté el pelo de delante de los ojos. Ivy ya estaba bajo la cubierta. Jenks todavía no había aparecido y yo no sabía si aquello era bueno o malo. Sentí un escalofrío por la humedad que el rocío había dejado en la cubierta, intentando recordar si había estado allí. Pero nada. Nada en absoluto.
El barco apenas se movía con mi peso y me deslicé a medias hacia la puerta de la cabina, buscando donde agarrarme.
—?Ivy? —dije mientras bajaba, y el miedo invadió mi alma y mi razón al ver que no respondía. El silencio se tragó mis esperanzas como el ácido amargo, gota a gota, aliento tras aliento. Si Kisten hubiera estado consciente habría contestado. Si era un no muerto estaría muerto por el sol, a menos que hubiese conseguido entrar en el almacén. Cualquiera de las opciones era mala.
Cuando atravesé la cocina solo se oían los latidos de mi corazón y un avión sobrevolándonos. Ivy habría dicho algo si lo hubiese encontrado. Me impactó ver manchas de sangre en la ventana alta que daba al exterior, a la otra orilla. También se veía la huella de una mano.
—?Kisten? —susurré, pero sabía que no era suya. Y no era mía. Era de su asesino.
Me cayeron las lágrimas. No recordaba nada. ?Por qué co?o me había hecho esto a mí misma? Al ver la puerta astillada que separaba la cocina y la sala de estar me detuve conteniendo el aliento. Me empezó a latir el pie y se me aceleró el corazón. No podía mirar a otro lado. Lo sabía…
Recuperé el aliento de repente cuando Edden aterrizó al otro lado de la ventana, poniéndome nerviosa. El barco apenas se movió con su peso tampoco. Como si se tratase de un sue?o, caminé hacia la puerta con la mano por delante para tocarla y asegurarme de que era de verdad. Toqué con los dedos las astillas afiladas y suaves y sentí un mareo.