Por unos demonios más

—Rachel —dijo, contento de verme—. Tienes mucho mejor aspecto.

 

—Gracias. —Parpadeé de sorpresa cuando me dio un abrazo. Sentí de repente el aroma a Old Spice y no pude evitar sonreír cuando retrocedió torpemente.

 

—No te he hecho da?o, ?verdad?

 

él sonrió y se frotó el hombro.

 

—No te preocupes, no eras tú.

 

Exhalé de alivio, aunque todavía me sentía culpable; luego busqué en la cocina algo que comer. No había nada cocinándose, pero la cafetera estaba acabando de gorgotear. El pastel lo habían congelado y me senté en la encimera como un testamento triste de como se supone que deberían ser las cosas. Deprimida, me hundí en mi sitio de la mesa.

 

—?Kisten no estaba en el apartamento? —pregunté. La esperanza desesperada casi me dolía al instalarse alrededor de mi corazón y miré al otro tío, que ahora se movía torpemente—. Jenks dijo que llamó para decir que se iba a esconder. Y Piscary ya ha mentido otras veces. Si existe alguna posibilidad de que esté vivo, haré lo que haga falta.

 

El amigo de Edden se disponía a hablar, pero cambió de opinión cuando Ivy se separó del fregadero y se sentó en su silla delante del ordenador, su lugar de seguridad. Jenks permanecía en la ventana, de pie en el alféizar para poder echarles un vistazo a sus ni?os. No me había dado cuenta del ruido que hacían al amanecer.

 

—Edden cree que la psicología humana te puede hacer recuperar la memoria —dijo Ivy frunciendo el ce?o—. La ciencia humana no puede vencer al encantamiento de una bruja. Eso solo te destrozará, Rachel.

 

Ignorándola, Edden se giró hacia el hombre y él se acercó con una confianza dubitativa.

 

—Doctor Miller, esta es Rachel Morgan. Rachel, quiero que conozcas al doctor Miller, nuestro psiquiatra.

 

Me incliné hacia delante en la silla y le di la mano. La esperanza de que Kisten pudiese estar vivo era desesperada y dolorosa y el color del amuleto que llevaba el doctor Miller cambió de un profundo violeta a blanco.

 

—Encantada de conocerlo —dije, haciéndole un gesto para que se sentase, y él y Edden ocuparon las dos sillas que había a mi derecha.

 

El joven tenía un buen apretón de manos, lo cual no era sorprendente si era el loquero de la AF1. Lo que me sorprendió fue la ligera elevación de siempre jamás que había intentado transmitirme cuando nos tocamos. Era humano (no sentí que desprendiese olor a secuoya y trabajaba para la AFI), pero sabía utilizar magia de líneas luminosas. Y su amuleto era metálico, evidentemente uno de líneas luminosas.

 

Era más alto que yo y sus zapatos marrones contrastaban con sus pantalones grises y su camisa blanca de rayas diplomáticas grises. Llevaba el pelo cortado con un estilo fácil. Era delgado y llevaba unas gafas de montura metálica que cubrían sus ojos casta?os.

 

?Gafas?, pensé. Nadie lleva gafas a menos que…

 

Mis sospechas se confirmaron cuando el doctor Miller se las quitó haciendo una mueca. Mierda, eran para ver auras sin invocar la percepción extrasensorial de alguien, cosa que normalmente los humanos no podrían hacer sin ayuda y con mucha práctica. Genial. No hay nada como una primera buena impresión.

 

El amuleto que llevaba cambió a un color gris rojizo y el psiquiatra de la AFI me miró como pidiéndome disculpas y acercó su silla.

 

—Es un placer conocerla, se?orita Morgan —dijo situado entre Edden y yo—. Llámeme Ford.

 

Jenks agitó las alas y vino volando hasta la mesa, donde se posó con las manos en las caderas para que se viese bien la empu?adura de su espada de jardín.

 

—Esa cosa lee las emociones, ?verdad? —dijo con aire guerrero—. ?Hace así su trabajo? ?Utiliza eso para saber si la gente dice la verdad o no? Rachel no miente. Si dice que no se acuerda, es que no se acuerda. Querría encontrar a Kisten si pudiese.

 

Ford volvió a mirar el amuleto y, quitándoselo del cuello, lo puso sobre la mesa.

 

—El amuleto no reacciona con ella, está reaccionando conmigo. Más o menos. Y no he venido aquí para averiguar si la se?orita Morgan está mintiendo. Estoy aquí para ayudarle a reconstruir lo que pueda de su memoria enmudecida artificialmente con el objetivo de encontrar al se?or Felps.

 

Sentí una pu?alada de culpabilidad y su amuleto de líneas luminosas brilló con una luz gris azulada una vez más.

 

—Si ella me lo permite —a?adió, tocando el disco metálico—. Cuanto más esperemos, menos recordará. Tenemos un tiempo limitado, sobre todo si el se?or Felps está en peligro.

 

Ivy cerró los ojos e intentó esconder sus emociones.

 

—Rachel, está muerto —susurró—. No está bien que la AFI juegue con tus emociones para encontrarlo más rápido.

 

—Tú no sabes si está muerto —protestó Edden, y sentí un escalofrío al verla abrir los ojos. Los tenía negros del dolor.