Por unos demonios más

—No voy a quedarme a escuchar esto —dijo.

 

Me puse rígida al ver que se levantaba y se marchaba. Jenks revoloteó inseguro y luego salió zumbando tras ella. Me llegó el olor a café y fui a servirme una taza. También llené dos más para Ford y Edden. El primer trago me sentó como un bálsamo, aliviándome tanto como la suave brisa que entraba por la ventana. Quizá eso de levantarse al amanecer no estuviese tan mal.

 

—?Qué hago? —dije mientras ponía el café delante de los hombres y me sentaba.

 

La sonrisa de Ford fue breve pero sincera.

 

—?Te pondrías esto?

 

Puso el amuleto en mi mano y sentí que lo recorría el zumbido de siempre jamás, tirando de mí como si intentase sacarlo de las puntas de mis dedos.

 

—?Qué hace esto?

 

él todavía no había soltado el amuleto, y al sentir el roce de sus dedos contra los míos, levanté la mirada casi sorprendida. él esbozó una sonrisa torcida cuando el amuleto que tenía en la mano pasó a un malva suave. Estaba empezando a ver un patrón.

 

—Tu amigo tenía razón. Es una muestra visual de tus emociones —dijo, y yo me encogí de miedo. Podía adivinar lo que significaba el malva y obligué a mis pensamientos a permanecer puros mientras los movía en círculos en la cabeza. A diferencia de los amuletos terrenales, este tenía que estar dentro de mi aura para funcionar, no tocarme la piel.

 

—Pero usted dijo que estaba respondiendo a usted, no a mí.

 

Un ligero aire de dolor invadió su rostro.

 

—Y así es.

 

Yo abrí los ojos de par en par.

 

—?Quiere decir que usted puede sentir las emociones e la gente? ?De forma natural? Nunca había oído nada igual. ?Qué es? No huele como un brujo.

 

Riéndose entre dientes, Edden cogió el café y se retiró a la esquina de la cocina fingiendo observar a los hijos de Jenks, pero en realidad lo que quería era darnos algo de intimidad.

 

Ford se encogió de hombros.

 

—Humano, supongo. Mi madre era igual. Murió por ello. Nunca he conocido a nadie como yo. Estoy buscando un modo de que funcione a mi favor, en lugar de en mi contra. El amuleto es para ti, no para mí, para que sepas exactamente lo que estoy sintiendo por tu parte. La intensidad de la emoción se muestra mediante el brillo y el tipo de emoción por el color.

 

Estaba empezando a encontrarme mal.

 

—Pero ?puede sentir mis emociones si llevo el amuleto o no? —pregunté, y al verlo asentir, a?adí—: Entonces, ?por qué he de ponérmelo?

 

Edden se revolvió con nerviosismo junto a la ventana. Sabía que quería que continuásemos con aquello.

 

—Para que cuando hayamos acabado y te lo quites, tengas la sensación de que ya no te estoy escuchando.

 

Jenks entró en ese mismo instante. Cambió de opinión en el último momento y, en lugar de aterrizar sobre mi hombro, se posó en el de Edden al verme la cara. Tenía sentido, aunque fuese una mentira.

 

—Eso tiene que ser un infierno —dije—. Alguien debería inventar un silenciador para usted.

 

Ford me miró con un rostro inexpresivo.

 

—?Cree que puede hacerlo?

 

Yo me encogí de hombros y dije:

 

—No lo sé.

 

Sus ojos casta?os estaban distantes y el amuleto que ahora llevaba al cuello se puso de color gris perla. Tomó aire y dejó de prestarme atención.

 

No pude evitar maravillarme por la miseria que suponía sentir las emociones de todo el mundo, todo el rato. Pobre tío, pensé, y el amuleto brilló con un intenso azul. Separando los labios, Ford me miró y parpadeó. Estaba claro que había sentido mi pena por él. El amuleto cambió a rojo y mi cara se puso del mismo color. Avergonzada, hice ademán de quitarme el amuleto.

 

—Esto no va a funcionar —dije.

 

Ford me envolvió la mano con las suyas, deteniéndome.

 

—Por favor, se?orita Morgan —dijo con sinceridad, y juro que pude sentir que el amuleto se calentaba entre nuestras manos—. Esto no es una herramienta. La realidad es que la gente es mucho más experta en leer las expresiones faciales de lo que indica este amuleto. No es más que una manera de hacer cuantificable algo tan nebuloso como las emociones.

 

Yo suspiré y relajé todo el cuerpo. El amuleto que asomaba entre nuestros dedos pasó a un gris neutral.

 

—Llámeme Rachel.

 

él sonrió.

 

—Rachel. —Me soltó la mano para mostrarme que el disco tenía un morado argentado. No era el morado de la ira, como cuando pensaba en la SI, sino malva. Le caía bien a Ford y cuando sonreí, él se puso colorado de vergüenza.

 

Jenks se rio por lo bajo y Edden se aclaró la voz.

 

—?Podemos continuar? —dijo quejándose el capitán de la AF1.

 

Dejé caer el amuleto donde pudiese verlo y me puse recta, de repente nerviosa.

 

—?De verdad crees que Kisten sigue vivo?

 

Frunciendo el ce?o, Edden se cruzó de brazos y se echó hacia atrás.

 

—No lo sé, pero cuanto antes le encontremos mejor.