—?Estoy a salvo? —dije suavemente para no hacerme da?o en la garganta, preguntándome si podría confiar en él—. ?Estamos en medio de un trato?
Minias adoptó una postura más firme, con la cabeza ladeada de desesperación y las manos agarradas delante de él.
—Estoy intentando acabar con esto. Según dijo tu hombre lobo, no habré terminado hasta estar seguro de que la maldición ha desaparecido y que has vuelto a tu estado de retraso mental habitual. Y hasta entonces, todos los que estaban en aquella habitación están bajo medidas de protección. Así que sí, estamos en medio de un trato. —Me miró a los ojos y sentí un escalofrío—. Pero no estás a salvo.
Encogí las piernas y me senté sobre los pies. Aquello no me gustaba nada.
—No te voy a pagar porque vengas —balbuceé—. Estaba intentando re-sponder. No me diste suficiente tiempo para contestar.
—?Por el amor de Dios! —exclamó Minias mientras se cruzaba de brazos y se apoyaba contra mi cómoda. Al hacerlo derramó algunas botellas y luego dio un salto hacia delante—. Solo es un peque?o desequilibrio —dijo intentando poner en pie una botella antes de darse la vuelta e ignorar el resto; aquello me hizo pensar que, para ser un demonio, no tenía mucha experiencia en tratar con la gente—. Tú haces que tus citas lo paguen todo, ?verdad? —a?adió—. No me extra?a que no consigas conservar a ningún novio.
—?Cállate! —chillé. Me dolía la garganta. Dios mío. Kisten. Piscary mentía. Tenía que mentir. De lo contrario, tendría que decidir si estaba por encima de la venganza o no. Y no se me daba demasiado bien decirme a mí misma que no podía tener o hacer algo cuando lo deseaba.
Minias recorrió mi habitación mientras yo me sentaba en la cama en ropa interior y con una camiseta, intentando no temblar—. Tienes una forma de pensar muy interesante —dijo suavemente—. No me extra?a que las brujas sean efímeras. Te vuelves loca a ti misma. Simplemente deberías hacer lo que quieras sin tanto examen de conciencia. —Con sus ojos de cabra mirándome fijamente, sentí que se me encogía el estómago—. Será más fácil a la larga, Rachel Mariana Morgan.
Se me estaba relajando el pulso y empezaba a creer que iba sobrevivir a esto.
—Con Rachel es suficiente —dije. No me gustaba que dijesen mi nombre completo.
él levantó una sola ceja.
—Parece que estás bien. ?Sientes necesidad de correr bajo la luna?
Me negué a retroceder más y le dejé que se acercase tanto que el aroma a ámbar quemado penetró en mi interior.
—No. ?Dónde está el foco?
—?Sientes la necesidad de destrozar las gargantas de la gente? —preguntó.
—Solo la tuya. ?Quién tiene el foco? Lo cogiste tú, ?dónde está?
él se puso recto y me di cuenta de lo alto que era.
—Ceri se lo llevó, no yo. Y de haber existido una forma de ayudarla a hacerlo mal, lo habría hecho.
—?Dime quién tiene el puto foco! —exclamé, y él se rio con disimulo.
—Tu alfa —dijo él, y sentí un nudo en el estómago. ?David? Hemos desandado lo andado—. Se asentó en él como si quisiese irse —a?adió el demonio, y casi se me para el corazón. David no poseía el foco. ?Lo poseía el foco a él? ?Igual que había estado en mi interior?
—?Dónde está David? —dije saltando de la cama. Pero no había a donde ir.
—?Cómo iba a saberlo yo? —Minias levantó una botella y olió la boca, echándose de repente hacia atrás—. Lo está manejando mejor que tú. Fue creado para un hombre lobo, no para una bruja. Tomarlo para ti fue una estupidez. Igual que dejar caer un trozo de sodio metálico en un cubo de agua. —La botella tocó la cómoda con un ruido metálico.
Yo me revolví en el sitio, incómoda, sin saber si creerle o no.
—?Está bien?
—Mejor que bien —dijo Minias arrastrando las palabras sin dejar de jugar con mis perfumes—. Dar el foco a los lobos se volverá contra ti, pero consiguió lo que tú querías. —Me miró a los ojos con sus ojos de cabra y me puse tensa—. Los hombres lobo están felices y los vampiros creen que se ha destruido. ?Correcto?
Correcto.
—Estoy bien —dije agriamente, con mi miedo convertido ahora en descaro—. Ya te puedes ir.
—Lo hizo la elfa —dijo sacudiendo la cabeza—. Al era más motivador y talentoso para ense?ar de lo que yo creía. La instruyó extremadamente bien para ser capaz de desinvocar una maldición como esa y dejarte… relativamente ilesa. No me extra?a que la hubiese mantenido a su lado consigo durante mil a?os.
Entonces arrugó la cara, olió otra botella y la dejó donde estaba.
—Al está furioso —dijo de manera despreocupada, e incluso mi falsa valentía desapareció—. Lo atraparon segundos después de que lo devolvieses a nuestro lado de las líneas. Está en su propio infierno personal. Y le sigues debiendo un favor. —Olió un tercer perfume y me miró con el ce?o fruncido—. Me pregunto cuál será.
—Estoy bien. Vete —repetí.
—?Me das esto? —preguntó sosteniendo la botella hacia arriba.
—Si te vas, te los doy todos.