Por unos demonios más

Con el pulso muy acelerado, intenté resistirme. Ivy gru?ó cuando le di con la cabeza en la cara, pero no me soltó.

 

—?Puedes mantenerla quieta durante un puto segundo? —dijo Jenks delante de mí, y yo me retorcí con fuerza. Quería drogarme. Aquel bichillo quería drogarme para que no pudiese moverme. Pero yo quería moverme. Tenía que correr. Esa era la razón de mi existencia y no podía dejar que me la quitasen.

 

—?Suél-ta-me! —gru?í.

 

Edden encendió las luces y se detuvo. El tráfico seguía pasando cuando nos detuvimos a la derecha, en el puente. El hombre rechoncho se giró en el asiento delantero. Me agarró el brazo por la mu?eca y el codo y lo sujetó fuerte.

 

—?No! —rugí yo, resistiéndome, pero él me estaba inmovilizando esa parte y chillé al sentir el leve picor de una aguja.

 

—Estate quieta, Rachel —dijo Jenks mientras yo intentaba coger aire—. Te encontrarás mejor en un minuto.

 

—Hijo de una puta hada —dije furiosa—. Te voy a pisotear. Voy a arrancarte las alas y a comérmelas como patatas fritas.

 

—No veo el momento —dijo el pixie, revoloteando al nivel de mis ojos y mirándome—. ?Cómo te sientes ahora?

 

—Voy a rellenar tu cepo con hiedra venenosa —dije, parpadeando cuando Edden me soltó el brazo—. Y compraré un terrier para que te desentierre. Y luego voy a… a… —Joder, esta cosa hace efecto rápido. Pero ya no podía recordar y sentí que se me relajaban los músculos. La maldición se adormeció y tuve un breve instante de claridad antes de que la droga tomase el control por completo. Chispas doradas me emborronaban la vista y se volvían negras al cerrar los ojos.

 

—Pensé que estabas muerto, Jenks… —dije, echándome a llorar—. ?Estás bien, Ivy? —Me temblaba la voz y no pude volver a abrir los ojos—. ?Estáis muertos? Lo siento. Lo he fastidiado todo.

 

—No pasa nada, Rache —dijo Jenks—. Te pondrás bien.

 

Quería llorar, pero me estaba quedando dormida.

 

—Kisten —dije arrastrando las palabras—. Edden, ve a ver a Kisten. Está en casa de Nick. —Entonces mis labios dejaron de moverse. Ivy me estaba abrazando, evitando que cayese al suelo mientras Edden se volvía a colocar en el asiento delantero. La sirena sonó durante un breve instante y volvió a la carretera. Oí a Ivy susurrarme suavemente al oído:

 

—Por favor, Rachel, ponte bien. Por favor.

 

El sonido suave de sus palabras acalló la sangre en mi cabeza y, escuchándola, meciéndome al borde de la consciencia, me dejé arrastrar al olvido de la droga que me habían suministrado. Era un alivio no tener que luchar contra la maldición. Había cometido un error. Había cometido un error terrible, inmenso e irrevocable. Y no creía que hubiese una forma de salir de aquello.

 

Me llevé un susto al darme cuenta de que tenía la mejilla fría. Ahora tampoco me movía y el eco de voces venía de todas partes, confundiéndome mientras intentaba darles significado, cuando no tenían ninguno. Los cálidos brazos que me envolvían se fueron y me sentí muerta. Creo que estaba en la iglesia. Sí, estaba tumbada en el suelo como un chivo expiatorio. No era del todo mentira.

 

—No sé si puedo —dijo una voz suave. Era Ceri, e intenté moverme. De verdad que lo intenté, pero la droga no me dejaba. La confusión volvía a empezar. Parecía que cuanto más despierta estaba, más se podía imponer la maldición. Estaba empezando a sentir ansiedad y nervios. Tenía que levantarme. Tenía que moverme.

 

—Yo puedo ayudar —dijo la voz grave de Keasley, y un miedo inesperado se unió a mi asombro. Keasley era amigo mío, pero no podía dejar que me tocase. Era un brujo. Un brujo podría volver a meterme en la cárcel. Ya lo habían hecho antes y no dejaría que volviese a ocurrir. ?Por fin había conseguido ser libre y no iba a permitir que me volviesen a encerrar!

 

Podía sentir que dejaba de hacer efecto la droga, pero todavía no me podía mover, así que fingí estar muerta. Tanto podía estar quieta como correr. Había estado quieta durante milenios. Y entonces, cuando llegase el momento adecuado, correría.

 

—No es que no pueda hacer la maldición —dijo Ceri, y sentí que alguien me apartaba el pelo de la cara—. Sino que su psique está mezclada con ella. No sé si puedo retirar la maldición sin llevarme un trozo de ella. Voy a llamar a Minias. Le debe un favor.

 

Me entró pánico. Un demonio no. él lo vería. ?Me volvería a meter allí! No podía volver. Ahora no. ?No después de probar la libertad! ?Tenía que levantarme!

 

Di un respingo al sentir el aire y el ruido de unas alas.

 

—?Está despertándose otra vez! —chilló aquella puta vocecilla.

 

Una presencia que olía a bálsamo para después del afeitado y a crema de zapatos se acercó, haciendo crujir las tablas del suelo.

 

—Le han puesto suficiente como para abatir a un caballo —dijo un hombre, y yo intenté resistirme cuando me levantaron los brazos—. No quiero darle más.