Por unos demonios más

Me destapé dispuesta a averiguar quién estaba allí y a pedir algunas respuestas… pero cuando sentí el aire frío me di cuenta de que tenía un problema más apremiante.

 

—Uf… tengo que ir al ba?o —murmuré bajándome de la cama no tan rápido como desearía. Entonces sentí muchísimos dolores distintos. También estaba temblando. Me puse de pie con cuidado y me agarré a los pies de la cama para mantener el equilibrio. La última vez que lo había comprobado, llevaba puesto aquel precioso vestido de dama de honor. Ahora estaba en bragas y con una camiseta larga. Sobre la cómoda, entre mis perfumes y sobre el archivo de Nick, estaba mi peine, un tubo de ungüento antibiótico y unas vendas.

 

Me estremecí cuando algo atravesó mi aura con un sonido de campanas de plata y me dejó una sensación de gaulteria. Nunca había sentido nada parecido, pero no me había dolido. Se parecía a cuando los prístinos copos de nieve te caen en la cara cuando la levantas hacia arriba. Incómoda, me levanté la camiseta y vi los moretones y los ara?azos en el espejo de mi habitación. No estaba muerta. En el infierno no estaría con una camiseta del personal de Takata, y el cielo olería mejor.

 

Oí cerrarse la puerta delantera y, a continuación, silencio. Moviéndome lentamente, me dirigí a la puerta sintiendo cómo protestaba cada uno de mis músculos. Tenía que ir al ba?o con suma urgencia. Pero cuando mi mano iba a tocar el pomo me quedé helada. Me picaba la nariz. Iba a estornudar. Me llevé la mano al cuello vendado para no moverme cuando un estornudo me sacudió. Encogida, volví a estornudar, y otra vez más.

 

Mierda. Es Minias.

 

—?Dónde está mi espejo mágico? —susurré, sintiendo pánico mientras recorría con la mirada mi habitación a oscuras. Me lancé hacia el armario y abrí la puerta. Lo había puesto allí, ?no?

 

Sentí un fuerte dolor al caer de rodillas mientras apartaba botas y revistas para buscarlo. Volví a estornudar e hice un gesto de dolor al sentir el pálpito en el cuello. No podía ver nada en la oscuridad de mi armario, pero un grito de alivio atravesó mis labios al tocar con los dedos el cristal frío. Me puse de pie a trompicones y salí de espaldas del armario.

 

Se me puso el pelo delante de los ojos y me tiré sobre la cama. Puse una mano sobre el espejo y me quedé quieta, intentando recordar la palabra. Pero era demasiado tarde.

 

Me giré justo donde estaba sentada al sentir el ruido del aire desplazado y me puse de pie de un salto con el espejo en la mano. Minias estaba de pie en la oscuridad, entre el armario cerrado y yo, con su extra?o sombrero sobre sus rizos casta?os, aquella túnica púrpura sobre sus anchos hombros y el brillo de los colmillos desnudos captando la leve luz.

 

—?No! —grité aterrada, y Minias levantó la mano. No esperé para ver lo que iba a decir. Levanté el espejo e hice ademán de darle con él en la cabeza.

 

Chocaron y el dolor reverberó en mi brazo. Minias gritó y el espejo se partió en tres trozos grandes. Con los ojos abiertos de par en par, caí hacia atrás sacudiendo mi mano dolorida e invocando una línea.

 

El demonio pronunció unas palabras horribles que no entendí y, todavía caminando hacia atrás, hice un círculo. Pero no fue creado a partir de una línea dibujada. Sabía que no aguantaría.

 

Avanzando, Minias metió un dedo en mi círculo y este cayó.

 

Retrocedí para darle una patada, pero él me cogió el pie antes de darle.

 

Sentí un miedo gélido cuando vi que no me soltaba, haciéndome saltar hacia atrás y empujándome sobre la cama.

 

—Bruja estúpida —dijo con desprecio, y luego me abofeteó.

 

Vi las estrellas y creo que me desmayé, porque lo siguiente que recuerdo fue ver a Minias inclinado sobre mí. Respirando con dificultad, estiré la palma y le aplasté la nariz. El demonio cayó de espaldas mientras me insultaba.

 

—?Fuera! —exclamé.

 

—Me encantaría, brujanderthal del culo —dijo el demonio, con la voz amortiguada por la mano con la que se agarraba la nariz—. ?Por qué no te relajas? Te voy a hacer da?o si no dejas de darme golpes.

 

Miré de repente la puerta cerrada y él se miró la mano con la que se cubría la nariz para ver si estaba sangrando. Murmuró una palabra en latín y un brillo procedente del espejo de mi cómoda iluminó la oscuridad que precede al amanecer. Tenía la boca seca. Me dirigí a toda prisa al cabecero de la cama.

 

—?Por qué debería creerte? —Me dolía la garganta como si hubiese estado gritando y me la agarré con la mano.

 

—No deberías. —Minias se miró los dedos con aquella nueva luz y luego dejó caer la mano—. Eres la persona más retrasada que conozco. Estoy intentando acabar con esto para poder volver a mi tranquila vida y tú quieres jugar al invocador de demonios y al demonio.

 

El pulso se me fue calmando. Miré a la puerta y luego otra vez a él. Alguien se había marchado fuera y no había oído arrancar ningún coche. Tenía que ser Ivy. Si hubiese estado en la iglesia nos habría oído y habría venido.