Temblando, me giré para sentarme. Empecé a hablar en latín; las palabras venían de algún lugar en mi pasado, en mi futuro, de todas partes.
—Lo siento, Rachel —dijo una voz con gravedad a mis espaldas—. No tenemos bandas de líneas luminosas.
Me di la vuelta, invadida por unas ganas salvajes de hacerle da?o a alguien. Me dieron un pu?etazo. Vi las estrellas iluminando mi pensamiento consciente de que, al morir, solo dejó la negrura del dulce olvido.
Pero mientras me abandonaba el aliento con un dulce suspiro y caía, juraría que las gotas cálidas que cayeron sobre mi rostro eran lágrimas, que los brazos temblorosos que me sujetaban de la cruel frialdad de las baldosas tenían el exquisito aroma de un vampiro. Y alguien… estaba hablando sobre sangre y margaritas.
36.
Me estaba moviendo. Estaba calentita y envuelta en una manta que olía a tabaco. Tenía algo sobre la mu?eca que me dolía y, como no había ni un ergio de siempre jamás en mí, parecía que alguien había encontrado una brida de plástico. Probablemente la que estaba en mi bolso. El rugido de un gran motor era tranquilizante, pero los repentinos cambios de dirección me mareaban.
—?Está despierta! —dijo Jenks con una voz llena de preocupación.
—?Cómo lo sabes? —dijo la voz de Ivy desde delante, y yo abrí los ojos. Era la parte de atrás de un todoterreno de la AFI, estaba envuelta en una manta azul de la AFI y estaba tumbada en el asiento trasero.
—Su aura ha brillado —espetó Jenks—. Está despierta.
Mi respiración se aceleró. La niebla se estaba levantando, haciendo todo todavía más confuso para mí. Lo estaba pensando todo dos veces, casi como si intentase filtrar el mundo a través de un intérprete. Me invadió el miedo al darme cuenta de que era la maldición. No solo la albergaba, sino que era parte de mí. ?Esa maldita cosa estaba viva?
—Rachel… —dijo Ivy, e hice un gesto de dolor. El dolor frío se apoderó de mí mientras una ola de pánico que no comprendía iba creciendo. Me hubiera podido mover, pero no podía, ya que estaba atada bien fuerte.
—?Adonde… adonde vamos? —conseguí decir, luego abrí los ojos completamente cuando giramos en una esquina y casi me caigo del asiento. Ivy iba delante y Edden conducía, con el cuello rojo y movimientos rápidos.
—A la iglesia —dijo Ivy.
Nos separaba una barrera de plástico.
—?Por qué? —Tenía que salir de allí. Todo sería mejor si pudiese correr. Lo sabía.
Ella tenía los ojos negros de miedo.
—Porque cuando los vampiros tienen miedo se van a casa.
La maldición que había en mi interior estaba ganando fuerza y me retorcí.
—Tengo que salir —dije jadeando, consciente de que era la maldición, pero incapaz de detenerme a mí misma.
Jenks estaba apretujado entre el techo y la ventana de separación y yo parpadeé cuando se detuvo a pocos centímetros de mi nariz.
—Rachel —me dijo con insistencia—, mírame. ?Mírame!
Mis ojos inquietos, que seguían los edificios junto a los que pasábamos, volvieron a mirarlo.
—Estás bien —dijo para tranquilizarme, pero su voz me estaba poniendo nerviosa—. Los médicos de urgencias te dieron algo para que te relajases. Por eso no te puedes mover. Se te pasará en una hora o así.
Ya se me estaba pasando.
—Tengo que salir —dije, y Jenks salió disparado de espaldas cuando me quité la manta y me senté.
—?Eh! —dijo Edden al volante—. Rachel, tranquilízate. Llegaremos en cinco minutos y luego podrás salir.
Intenté abrir la puerta pero no lo conseguí. Era un coche de policía, por el amor de Dios.
—Para el coche —le pedí, buscando una salida pero sin encontrarla. Me estaba entrando el pánico. Sabía que estaba a salvo. Sabía que debía relajarme y sentarme. Pero no podía. La maldición que llevaba dentro era más fuerte que mi voluntad. Dolía, pero al moverme la confusión era menor.
—?Déjame salir! —grité, dándole un pu?etazo al plástico.
Edden farfulló cuando Ivy se giró en su asiento y, con un movimiento, rompió el plástico con un pu?etazo.
—?Tamwood! ?Qué demonios estás haciendo? —gritó, y el coche dio un giro brusco mientras intentaba mirar la carretera y a Ivy al mismo tiempo.
—Se va a hacer da?o —dijo, quitando los trozos rotos y moviéndose por encima del asiento.
Me puse contra la esquina del coche, asustada.
—?Apártate de mí! —exclamé, intentando controlarme, pero no pude.
—Rachel, relájate —dijo ella intentando agarrarme.
Cogí aire con un siseo e hice un movimiento de bloqueo.
Ivy se movió como un rayo. Giró la mano y me agarró la mu?eca. Tiró de mí hacia delante, me envolvió con su cuerpo y me puso sobre su regazo.
—?Suéltame! —chillé, pero me tenía bien agarrada.
—Edden —dijo Ivy jadeando con sus labios cerca de mi oreja—. Para el coche. Tienes que darle otra inyección o se va a hacer da?o.
—Sigue conduciendo —dijo Jenks—. Lo haré yo.