—Hazlo y ya está —dijo Ivy, y yo intenté respirar más despacio—. Tenemos que sacarle esa cosa de dentro, ?y no podemos si ella se está resistiendo!
De nuevo el pinchazo de una aguja, y me resistí. Me envolvió la oscuridad y estaba corriendo, corriendo con el pulso acelerado y moviendo los pies como si fuesen agua. Pero era un sue?o, como el resto de las veces, y maldije el dolor que dejaba tras de sí cuando una nueva voz, suave e imperativa, surgía en mí y me devolvía a la vida.
Era la voz de un hombre lobo. Grave. Fuerte. Independiente. La deseaba tanto que casi consigo sofocar mi deseo de ser libre. Intenté llamar su atención. él me llevaría. Tenía que llevarme. él sabía cómo correr. Este brujo no. Ni en sue?os.
—Legalmente puedo tomar decisiones de vida o muerte por ella —dijo el hombre lobo, y oí ruido de papel—. ?Lo ves? Lo dice justo aquí. Y tomo la decisión de que intercambiará el favor que le debes por ayudar a Ceri. Te asegurarás de que Rachel vuelve a ser ella misma antes de darse cuenta y no le harás da?o a ninguno de los presentes hasta que termine y te vayas.
Abrí un poco un ojo, regocijándome de aquello. Con la visión llegó también una confusión de doble pensamiento. La bruja de mis pensamientos intentaba detenerme, pero yo apilaba sobre ella confusión y dolor, y dejó de pensar. Aquello era mi cuerpo y quería moverlo como yo decidiera.
Un par de zapatillas moradas se movieron sobre el suelo de madera, más o menos a un metro de mí. Entre nosotros había una banda negra brillante, pero reconocí la horrible peste a demonio, mil veces peor que el tufo verde de los elfos.
—La marca está entre Rachel y yo —dijo el demonio, y mis esperanzas se esfumaron. Aquello me devolvería a una cajita de hueso. Pero quería correr. ?Sería libre!
El hombre lobo se acercó más y yo le canté, pero no me escuchó.
—?Soy su alfa! —exclamó—. Mira este papel. Míralo, ?maldito demonio! Puedo tomar esta decisión por ella. ?Es la ley!
Me puse rígida al oír el ruido de las alas; las odiaba. Era otra vez ese pixie. Maldita sea, ?por qué no me dejaba en paz?
—Chicos… —dijo la alima?a revoloteando ante mi nariz y mirándome los ojos—. Necesita un poco más de zumo de la felicidad.
Los pies de las zapatillas se acercaron más y alguien me dio la vuelta. Yo miré al demonio y sentí crecer mi ira. Su especie me había creado. Me había creado, atado y luego me había atrapado en una cajita hecha de hueso que no podía mover.
Sentí una gran satisfacción cuando los ojos del demonio se abrieron de par en par y retrocedió.
—Que me lleve la Revelación, es cierto que la tiene dentro —susurró sin dejar de retroceder—. Lo haré —dijo, y yo intenté moverme. Iba a volver a meterme en mi celda. ?Antes lo mataría! Los mataría a todos.
—Duérmete —ordenó el demonio, y yo me estremecí cuando una manta de desequilibrio negro voló sobre mí, y me dormí. No tenía elección. El demonio lo había pedido y ellos me habían creado.
37.
La habitación estaba oscura y yo tenía calor. Podía oler mi aglomeración de perfumes sobre un intenso y desconocido aroma a incienso, pero el gran peso que había sobre mí se parecía a mi colcha de ganchillo. El sonido de los pájaros que entraba por mi ventana oscura y abierta era reconfortante y el hueco caliente que había a mi lado era testimonio de que Rex había estado allí. Las cortinas estaban cerradas, pero la luz del próximo amanecer se filtraba entre ellas cuando se movían con la brisa y me decían, igual que mi reloj, que estaba a punto de amanecer.
Tomé aire despacio y sentí como el aire se deslizaba en mi interior sin apenas sentir dolor. Solo dolor muscular. Oí un cántico profundamente ceremonioso procedente del santuario y luego el tintineo de una campana. El aroma a incienso no era vampírico, sino de hierbas y minerales. Sinceramente, apestaba. Haciendo una mueca de dolor, me toqué el cuello y el vendaje que lo cubría. Parecía que estaba bien y me llevé la mano al estómago cuando este rugió.
Mi rostro perdió toda expresión al darme cuenta de que la confusión había desaparecido.
Me senté en la cama, recordando con preocupación a Ceri y a David. Me entró un miedo repentino. Minias había estado aquí y yo había estado literalmente fuera de mi mente. ?Dónde estaba la maldición? Ceri iba a eliminarla. Oh, Dios, Ivy. Piscary la había destrozado. Pero la recordé en el coche. Estaba viva. ?No?