Por unos demonios más

?Qué co?o es lo que me queda a mí?

 

Todos aquellos que me importaban habían desaparecido. Me había llevado demasiado tiempo encontrarlos y, en el fondo de mi alma, sabía que nunca volverían. Había llegado demasiado lejos desde mis principios y nadie más entendería quién era de verdad (o, aún más importante, quién quería ser) debajo de toda la mierda en que se había convertido mi vida. Ahora era algo en lo que nadie podría confiar, ni siquiera yo. Me asociaba libremente con demonios. Mi sangre avivaba sus maldiciones. Mi alma estaba cubierta con la peste de su magia. Cada vez que intentaba hacer el bien me hacía da?o a mí misma y a aquellos que me querían.

 

Y a los que yo quiero, pensé mientras las lágrimas me nublaban la vista.

 

Me invadió un sentimiento de profunda apatía, vado y amargo, y me temblaron los dedos mientras me secaba la cara y me apartaba el pelo de los ojos. Al otro lado de la mesa se movían pies y se elevaban voces apremiantes, pero a mí me habían olvidado. Sola y aparte, saqué el foco de su caja abierta, consciente de lo que iba a hacer pero sin importarme. Iba a doler. Probablemente me dolería. Pero en mí no quedaba nada, excepto dolor, y cualquier cosa era mejor que eso. Incluso la inconsciencia.

 

Miré mis manos como si perteneciesen a otra persona, dibujé un círculo que incluía casi todo el suelo que había debajo de la mesa con mi tiza metálica. Tenía el corazón muerto, inmóvil por el poder de la línea luminosa que invoqué, haciendo que una capa negra y brillante dividiese en dos la mesa que había encima de mí.

 

—?Dónde está Morgan? —dijo Trent de repente con una voz que atravesó toda la excitada palabrería. Podía oír el canto de la reanimación, pero le había visto el cuello a Ivy. Iba a morir, si no lo estaba ya. Ella quería que yo salvase su alma y había fracasado. Se había ido, como si nunca hubiese existido, como si nunca hubiese sonreído ni hubiese alegrado un día.

 

Los zapatos de trabajo de Edden se movían con inquietud.

 

—Que alguien mire en el ba?o.

 

Fría a pesar del calor que emanaba de la línea luminosa que me atravesaba, apreté el foco contra mí y dibujé tres círculos, entrelazándolos para formar cuatro espacios. Estaba llorando, pero no importaba. Estaba dentro de los círculos. Estaba dentro de los círculos.

 

—Morgan —dijo Trent con una voz cansada, y se inclinó por la cintura, encontrándome—. Esto ha terminado. Ya puedes salir de tu burbuja.

 

Yo lo ignoré. Mis dedos zumbaban con fuerza y saqué del bolso las velas que había comprado para mi cumplea?os. ?Por qué, Dios? ?Qué demonios te he hecho yo? Trent palideció y se sentó cuando empecé a hablar en latín mientras las encendía y las colocaba. Primero la blanca, luego la negra y, por último, la amarilla, la amarilla que representaría mi aura. No había ninguna gris, así que puse una segunda vela negra en el centro confiando en que, como mi alma era del color del pecado, la magia funcionaría. Esta última la dejé apagada. Ardería cuando se invocase la maldición y mi destino fuese inmutable.

 

Quen intentó levantar a Trent y, al no conseguirlo, también se agachó para mirar.

 

—Que Dios nos asista —susurró al ver lo que estaba haciendo. El foco ya no tenía protector. Todo el mundo sabía que yo lo tenía. No podía dárselo a Piscary… el muy cabrón estaba muerto. Tenía que deshacerme de él de otra forma. Solo porque la hubiese cagado no era razón para enviar a lo que quedaba del mundo a la guerra. La negrura de mi alma no tendría significado si no había amor, comprensión, alguien con quien compartir mi vida. Quería que todo desapareciese, que parase. Y como no creía que fuese a sobrevivir a aquello, aún mejor.

 

Edden se agachó y soltó un taco cuando estiró la mano y averiguó que la sombra negra y brillante que había entre nosotros era real. Oí quejarse a la se?ora Sarong desde el pasillo, desmayándose mientras la sacaban de allí.

 

—?Qué está haciendo? —dijo Edden—. Rachel, ?qué estás haciendo?

 

Suicidándome. Medio adormecida, puse el foco en su lugar y yo me puse en el otro. El tercer espacio, en el que iría mi anillo de pelo, estaba vacío. Yo estaba en el círculo; no necesitaba un símbolo de conexión. Se me hizo un nudo en el pecho e intenté reunir coraje. El cuerpo de Jenks estaba tumbado fuera de mi círculo. El de Ivy estaba debajo del espejo. Kisten estaba muerto. No tenía ninguna razón para no hacer aquello. No tenía ninguna razón. Piscary me lo había arrebatado todo en menos de veinticuatro horas desde su puesta en libertad. No estaba mal. Quizá estaba un poco más cabreado de lo que yo imaginaba.

 

—?Rachel! —dijo Edden más alto que las voces de los médicos técnicos de emergencias que habían llegado para apartar a los agentes de la AFI—. ?Qué estás haciendo?

 

—Se va a deshacer del foco —dijo Quen con sequedad.

 

—?Y por qué no hiciste eso antes? —dijo Edden con expresión de enfado—. Rachel, sal de ahí.