Por unos demonios más

Me dio un vuelco el corazón. Mierda, ?por qué la gente siempre me lanzaba las cosas? No se me daba nada bien cogerlas al vuelo. Pero levanté la mano y sentí el contacto de la tiza con un peque?o golpe de satisfacción. Sin dejar de mirar al dios con cabeza de chacal y al vampiro moribundo, me puse de cuclillas y tropecé con el vestido mientras dibujaba un círculo a su alrededor lo más grande posible pero sin meterme en medio de ambos. Jenks iba delante de mí y yo seguía el rastro de polvo que dejaba para conseguir hacer el círculo.

 

—Ivy —dije cuando la encontré, de pie y con el rostro impertérrito delante del espejo, mirando su leve reflejo, ajena a todo—. Ve con Quen. Acércate a Quen. Yo no puedo ayudarte.

 

No se movió, y cuando Jenks me gritó que me diese prisa, pasé como un rayo junto a ella rezando para que estuviese bien y maldiciéndome a mí misma por no poder ayudarla.

 

Tuve que gatear por debajo de la mesa para terminar el círculo y, al salir de debajo de ella encontré el extremo inicial del mismo.

 

—Rhombus —dije tomando aire para invocar una línea. El dorado de mi aura fluyó hacia arriba y el negro de la carbonilla de demonio vino justo después para cubrirla.

 

—?No! —gritó Al con los ojos rojos de furia mientras soltaba a Piscary, pero demasiado tarde.

 

El vampiro cayó al suelo. Todavía consciente, Piscary agarró al demonio por las pantorrillas y lo tiró al suelo. En un abrir y cerrar de ojos, Piscary estaba sobre él arrancándole trozos de carne con sus colmillos. Yo conseguí ponerme de pie, conmocionada, mientras él los engullía para hacer sitio para más, intentando destrozar al demonio hasta que no quedase nada de él. El ruido que hacía era totalmente… aterrador.

 

—Déjalos que se maten —dijo Trent desde la puerta, pálido y tembloroso.

 

—?Demonio! —grité, incapaz de arriesgarme a llamar a Al por su nombre de invocación—. Te he atado. Eres mío. ?Vete de aquí y márchate directo a siempre jamás!

 

El dios egipcio gru?ó; le caía saliva roja del hocico y tenía el cuello reducido a tiras de carne al aire. Había vuelto a su forma de demonio y era vulnerable.

 

—?Márchate ya! —pedí y, con su ira resonando por toda la habitación, Al se desvaneció.

 

Piscary cayó donde antes estaba Al y apoyó el brazo en el suelo para sostenerse. Con la otra mano sujetó su cuello roto y se puso en pie. La sala estaba en silencio, excepto por la respiración entrecortada de Skimmer, que casi parecía sollozar. Los lobos estaban en una esquina y los elfos en la otra. Edden estiba desmayado en el suelo junto a la puerta. Mejor que mejor. Si no, seguro que le habría intentando disparar a alguien y lo único que habría conseguido con dio es tener más papeleo del que ocuparse.

 

Miré a Quen con la tiza todavía en la mano.

 

—Gracias —le susurré, y el asintió con la cabeza.

 

Piscary se fue tranquilizando poco a poco, pasando de ser un monstruo salvaje a un simple hombre de negocios despiadado, aunque uno cubierto de sangre. Tenía los ojos completamente negros y me sobrevino un escalofrío por todo el cuerpo. Dio un paso hacia delante y se detuvo al borde de mi burbuja. Se estiró las mangas de su elegante vestimenta tradicional y se limpió el último trozo de carne de demonio de la boca. Estaba claro que estaba esperando. Se me relajó el pulso y, rezando por estar segura, adelanté un pie y rompí el círculo.

 

Joder, había salvado su vida de no muerto. Seguro que eso significaría algo para él.

 

—Podrías haber dejado que me matase —dijo Piscary recorriendo la habitación con la mirada hasta que encontró a Ivy, que estaba de espaldas a él y tocaba su propio reflejo en el espejo.

 

—Ajá —dije jadeando mientras cogía el bolso y metía dentro la tiza—. Pero eres mi billete de vuelta a la normalidad, ?verdad? Y la única forma de conseguir invertir el regalo de sangre de Kisten.

 

Piscary levantó una ceja.

 

—No puedo anular mi regalo de la última sangre de Kisten. Y no lo haría aunque pudiese. Kisten necesitaba que le recordasen la razón de su existencia. Y además, habría sido de mala educación.

 

?Habría sido?, pensé, quedándome helada. ?Lo había dicho en pasado?

 

—Kisten… —tartamudeé, sintiéndome atrapada de repente. Me agarré el brazo dolorido y se me revolvió el estómago. Jenks movió las alas con fuerza hasta emitir un pitido que me hizo doler los ojos. Kisten—. ?Qué has hecho? —Tomé aire con nerviosismo—. ??Qué le has hecho!?

 

El vampiro se tocó la sangre negra que rezumaba. Olía a incienso, fuerte y embriagador.

 

—Kisten está muerto —dijo sin más, y yo me agarré a la mesa, mareada—. No solo muerto, sino realmente muerto. Dos veces. No tuvo fuerzas para continuar hasta el final. —Piscary apretó los labios e inclinó la cabeza con una mueca de interés—. No me sorprende.

 

—Estás mintiendo —dije, oyendo temblar mi propia voz. Se me hizo un nudo en el pecho y no conseguía respirar lo suficiente. Kisten no podía estar muerto. Yo lo sabría. Lo habría sentido. Habría cambiado algo, todo, y todo estaba igual. Jenks había dicho que había llamado. ?No podía estar muerto!

 

—?Se ha escondido! —exclamé mirando frenéticamente a todo el mundo… deseando que alguien, cualquiera, me dijese que tenía razón. Pero nadie me miraba a los ojos.