Dejé el paquete y el bolso sobre la mesa y los junté mientras ordenaba mis ideas.
—Gracias por reunirte aquí conmigo, Piscary —dije, obligándome a soltar la mano de mi antebrazo dolorido—. Eres la cosa más repugnante que he visto en mi vida, pero espero que podamos llegar a un acuerdo. —Dios, ?qué hipócrita soy!
Piscary sonreía mientras le acariciaba la mano a Ivy y, cuando Al tomó aire para decir algo, me di la vuelta.
—Cállate —le pedí, y él resopló, aunque sabía que pensaba que todo se trataba de una broma—. Estás aquí como testigo. Todos sois testigos. Eso es todo.
Todo el mundo se revolvió con nerviosismo en sus sillas excepto Quen y, satisfecha, puse la mano sobre las cosas que tenía en la mesa e intenté no pensar en mi vejiga llena.
—Vale —dije, y Trent sonrió mofándose de mi nerviosismo—. Como probablemente se habrán imaginado, todavía tengo el foco.
El se?or Ray se puso rígido y la se?ora Sarong le apretó más fuerte la mu?eca.
—Trent, me imagino que tú lo quieres para una maniobra de poder, ya que me ofreciste una cantidad de dinero disparatada por él. —Y mataste a tres lobos, pero bueno, ?por qué sacar a colación eso ahora?
—Nosotros doblamos su oferta —dijo la se?ora Sarong secamente, y Trent se echó a reír, con amargura y mofándose de ella. Era algo nuevo para él y no le gustaba, precisamente. La mujer se puso granate y el se?or Ray se encogió, con aire de estar incómodo.
—No está a la venta —dije antes de que me interrumpiese nadie más y luego me dirigí a Piscary—. Piscary, tú quieres verme muerta por razones obvias —a?adí—, y probablemente ahora Trent también.
—No te olvides de mí, cari?o —dijo Al dándole la espalda al espejo—. Yo solo te quiero durante una hora. Una hora y todo esto acabará.
Jenks agitó las alas a modo de advertencia y yo me tranquilicé a mí misma.
—No —dije, aunque me estaba empezando a doler el estómago. Una hora con él sería una eternidad.
El se?or Ray se zafó de la mano de la se?ora Sarong.
—Dámelo a mí o te perseguiré como un animal y lo cogeré yo mismo. —Luego el hombre dio un respingo y la sonrisa de la se?ora Sarong me hizo especular sobre lo que le había hecho por debajo de la mesa. Del techo cayó polvo dorado de pixie que cubrió temporalmente al lobo con un haz de luz y el se?or Ray miró hacia arriba sorprendido, ya que se había olvidado de Jenks.
Me pregunté si tendría picores y sonreí.
—Sí —dije con sequedad—. Por eso estoy hablando con Piscary y no con usted.
Hubo un silencio repentino y el se?or Ray se puso de pie de un brinco.
—?No! —gritó con su cara redonda encendida—. Serás perra. No puedes dárselo a ese no muerto cabr…
—Cierra la boca —dijo Quen—. Escucha antes de llamar a filas a tu ejército, no sea que pierdas a tus aliados.
Oh, aquello sonaba genial. Pero al menos había silencio. Cambié el peso de mi cuerpo a la otra pierna y miré a Al, que estaba empezando a llegar al nivel de cabreo de la se?ora Sarong; luego a Trent que, claramente, estaba cabreado y pensando; y, por último, miré a Piscary. El vampiro no muerto sonreía como el dios benevolente que se creía. Puso una de sus manos doradas sobre la piel pura y pálida de Ivy y me imaginé que pensaba que quería cambiar el foco por ella y por Kisten. Quería, pero Keasley tenía razón. Ivy tenía que marcharse por su propio pie o nunca sería del todo libre.
—Se lo daré a Piscary —dije mientras sentía las gotas de sudor bajándome por la espalda—. Pero quiero algo a cambio.
Todas las miradas se posaron en mí y Piscary sonrió más abiertamente. Pasó un brazo por detrás de Ivy y la acercó a él con suavidad. Ella ni siquiera parpadeó.
—Ivy es mía —dijo él.
Me tembló el aliento al expulsarlo.
—Ivy es due?a de sí misma. Quiero que rescindas el regalo de sangre en que has convertido a Kisten, que lo vuelvas a aceptar en tu camarilla y que nos protejas a ambos de esos paletos —dije inclinando la cabeza para se?alar al resto de los presentes—. También quiero que me devuelvas mi iglesia y la libertad para seguir con mis negocios sin tu interferencia.
Trent se puso tenso. Quen descruzó los brazos y adoptó una postura más equilibrada. Al se giró por completo dando la espalda al espejo en el que estaba escribiendo los símbolos de líneas luminosas. Y Piscary parpadeó sorprendido.
—?Kisten? —murmuró con tono interrogativo—. ?Quieres… a Kisten?
—Sí, quiero que vuelvas a proteger a Kisten —dije con tono beligerante—. ?Cancelarás el regalo de su sangre o no?
Piscary emitió un ruidito de sorpresa mientras se lo pensaba. Luego, como si estuviese pensando ahora en otra cosa, dijo:
—Tendrías que dejar de perseguirme, por supuesto.
—Eso no es justo —protestó Al indignado—. Yo estoy intentando hacerme con el negocio del juego y de la protección de Cincinnati y eso te daría una ventaja injusta. Yo también quiero tener una bruja en nómina.